martes, 10 de mayo de 2011

El discurso que se quiere definir a si mismo

Hola. Seguro te estarás preguntando por qué inicio esta entrada con un saludo; y tal vez estarás un poco confundido al respecto. Pero no te angusties, las respuestas serán discutidas a continuación. Pero primero, lo primero: hay que definirme, y todo intento de autodefinición se empieza con una simple y a la vez muy compleja pregunta ¿Qué soy? Pues algunos me llaman discurso. Pero uno no debe de ser muy listo para notar que conocer el nombre de algo no significa saber que es ese algo. Si fuera tan fácil ¡Le inventaría un nombre a todas las cosas y ya lo sobría todo! Yo soy un producto de la organización del lenguaje y fui creado por mi autor con el propósito de comunicar sus ideas. O al menos esa es la definición más simple de mi que han ideado los lingüistas. Típico de los humanos, siempre pensando en maneras de simplificar la complejidad. De encontrar orden en el caos.

     Para lo sociólogos, mi definición es un poco más compleja. Según ellos, soy el producto de una práctica social, mi creación se encontró sujeta a una condición histórica y cultural especifica y vinculada a la relación que mi autor guarda con la sociedad a la que pertenece. De esta forma, si deseo autoanalisarme como es debido, debo tomar en cuenta los factores que intervinieron en mi creación:

      Primero que nada, soy un discurso explicativo. Puesto que deseo explicar algo (en este caso, mi propia existencia ¡Oh! Vaya lío en que me he metido). Existen otros dos tipos de discursos, todos pertenecientes a mi familia: mis primas las expresivas y mis primos los argumentativos.

     Ya que hemos aceptado que soy un discurso explicativo, tenemos que tomar en cuanta las circunstancias en la que fui escrito. Mi autor es adolesente -en general feliz y un tanto estúpido- que realiza una tarea para la escuela, y se aburre mucho, muchísimo, de copiar palabra por palabra lo que se encuentra escrito en su libro. Además, siente compasión por su maestro, quien debe de darse la aburrida de su vida leyendo los mismos resúmenes una y otra vez. La verdad, eso suena muuuuy aburrido. 

    Otro factor que intervino en mi creación es el de la curiosidad. La curiosidad que siente ese niño feliz y estúpido por el medio que lo rodea; por entender la forma en que él y los demás seres humanos se comportan de las formas en que lo hacen ¿Por qué escribimos todas nuestras tareas en primera persona? Se pregunta ¿Por que la sociedad nos ha llevado a pensar que un trabajo serio debe de ser tedioso y aburrido de leer? Si las ideas que se usan para escribir un nuevo texto frecuentemente rebosan en originalidad ¿Por qué las expresamos en discursos que carecen de ella? ¿Cómo reaccionará mi maestro al leer este trabajo? Se cuestiona él ¿Acaso se le escapara de su rostro una sonrisa o se levantará encolerizado de su asiento y empezará a lanzar fuego por la boca mal diciendo el momento en que a su alumno se le ocurrió que era una buena idea crearme y hacer a un lado los conceptos más básicos sobre como tiene que hacerse una tarea? Pero ¿saben lo que pienso? Tal vez mi autor se equivoca, tal vez este tipo de tareas son más comunes de lo que cree. Presiento que también le gustaría saber eso.

     Algunos autores han sugerido que la finalidad de los de mi especie es interrumpir otra clase de discursos y convencer a nuestro receptor de que lo que decimos es la neta del planeta. Al principio quise plantear la hipótesis de que esta afirmación era mentira; pensé en proponer la idea de que era posible la existencia de un discurso que no tuviera como finalidad interrumpir otro discurso... ¡Pero luego caí en la cuenta de que al hacer esta afirmación estaría cayendo en una pequeña contradicción! Porque staría interrumpiendo un discurso. Además, como ya expresé anteriormente, el propósito con el que fui creado es el de cuestionar la típica forma de redactar tareas. 

     Aun así, sigo sugiriendo que deben de existir casos de discursos en los que no se interrumpa ningún otro discurso. Pero ya que yo no puedo fungir como ejemplo, dejaré mi hipótesis al aire esperando a que algún aventurero cazador de hipótesis la confirme o la entierre.

     Ahora que ya me he dado a conocer y me he presentado, me deprimo al descubrir que solo me quedan unas pocas palabras por comunicarle, lector. Estoy feliz por haber podido comunicar mi contenido a alguien más, y deseo que cuando usted lea un libro, escuche a un político, oiga una canción, observe una obra de arte, (tal vez, incluso, cuando perciba el canto de las ballenas, o lea el código binario de una computadora) o entable comunicación con cualquier otro discurso; recuerde que, al igual que yo, fueron creados con una razón: la de comunicar ideas. 

     Los discursos somos instrumentos de la comunicación. Meros rompecabezas de signos y códigos que nacimos con una sola idea en mente: transmitir pensamientos. Creados con la intención de exaltar a las neuronas de un receptor paseante y de desencadenar en ellas complejos patrones de comunicación electroquímica que finalmente dibujen una idea.

     Y ahora me despido. Usted podrá ir a pasear por los largos caminos de la vida; y yo, aguardaré aquí, esperando ansiosamente la oportunidad para comunicar mi mensaje a algún otro perdido paseante. Pues mientras exista alguien allá afuera en el mundo de los vivos con capacidad para entenderme y conocerme, yo existiré en potencia.

Atentamente
El discurso que se quiere definir a si mismo.