sábado, 15 de septiembre de 2012

Un Instante, la Eternidad y la Efimeridad de la Vida


Un salto cuántico,
el spin de un átomo,

el latido de un corazón.

Una idea,
una frase,
un sueño.

La vuelta de la tierra,
un ciclo lunar,
un circulo alrededor del sol.

Una infancia,
una vida humana,
todas las vidas humanas.

Una era,
una vida de una estrella,
la vida de todas las estrellas.


El universo mismo.

Hasta el más largo de todos los tiempos
se reduce a un instante
ante la marcha imperturbable de la eternidad.


Miré a la eternidad a la cara,
 y desaparecí.


Hace ya algún tiempo alguien me preguntó que era para mí un instante. Me tomó un largo tiempo crear una respuesta que guardara sentido con lo que he vivido y con los múltiples significados que se le han dado a esta palabra. Porque un instante puede usarse para describir cualquier cosa, desde un salto cuántico en el tiempo hasta el universo mismo. Al final, escribí los versos que se leen más arriba.

       Inicié haciendo la siguiente analogía: “Un punto es al espacio, como un instante es al tiempo”. Y me topé con un nuevo problema ¿Qué es un punto? “Pues un punto es -me dije- un trozo de espacio tan pequeño que su área vale cero. Algo sin área no puede ser algo, por lo tanto un punto no es nada –pensé- ¡y sin embargo es algo!” Y así concluí que un punto es un espacio tan pequeño que no es nada, pero que, sin embargo, es algo. Y entonces deduje: “lo mismo debe de aplicar al instante en su relación con el tiempo”.

        Solo una aclaración antes de seguir, es cierto que en un sentido estricto ni los instantes ni los puntos existen, porque la realidad es una totalidad. No admite divisiones, ni siquiera acepta ser partida en dos cosas tan básicas como tiempo y espacio. Sin embargo, la realidad es bastante caótica y confusa para seres con una inteligencia tan limitada como la nuestra, y por eso nos vemos obligados a clasificarla y dividirla para poder entenderla. En ese sentido tanto los puntos como los instantes existen, son conceptos que –surgidos de nuestra desesperación por explicar una realidad tan complicada- nos ayudan a entenderla de alguna manera.

        Retomemos entonces el tema. Fijémonos en los versos con los que comencé que toda dimensión depende de la escala desde la cual hagamos la observación. Así cómo en el espacio nosotros vivimos en “un punto, sobre un punto, sobre un punto, sobre un punto” (lo cual –por cierto- nos vuelve ridículamente pequeños a escala cósmica), en el tiempo somos “un instante, de un instante, de un instante, de un instante”. También aquí somos ridículamente efímeros a una escala cósmica. Así hago la siguiente pregunta –un tanto confusa, pero guarda algo de sentido-  ¿Cuál es la diferencia entre “algo que no es nada sin dejar de ser algo” que está contenido dentro de otro “algo que no es nada pero sin dejar de ser algo”, y la nada? Evidentemente para alguien que observe el panorama desde muy lejos no habrá ninguna diferencia, pero ésta será mucha –incluso tal vez llegando a ser la totalidad- para un observador en ese “algo que no es nada pero sin dejar de ser algo”.

        Usaré números redondos solo para poner las cosas en perspectiva: Una vida humana dura en promedio 70 años; toda la historia escrita data de hace apenas 5 mil años; se calcula que la agricultura se inventó –tal vez en un acto de desesperación- hace solo 10 mil; algunos antropólogos fechan la aparición del Homo sapiens hace 50 mil años, la del hombre de Cro-Magnon hace 130 mil y la del Homo herectus hace 2 millones. De repente nos parecería que hace mucho tiempo que nuestros antepasados empezaron a caminar en dos patas ¿No? Pero la realidad siempre encuentra la manera abofetearnos: los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años y ¡aparecieron hace 228 millones! Lo cual quiere decir que merodearon este planeta durante muchísimo tiempo más que el que nosotros llevamos siendo “Homos”; algunas cifras sugieren que los seres multicelulares se desarrollaron hace 2 mil millones de años. En este punto, nuestra vida de 70 años se siente descorazonadamente insignificante, sin embargo, falta más; se calcula, con base en los fósiles, que la vida apareció en la tierra hace 4 mil millones de años, solo -¡¿Solamente?!- 500 millones de años después de que la tierra se formara; nuestro sol es una estrella de tercera generación (lo que quiere decir que la materia que lo conforma ha sido parte, en el pasado, de otras dos generaciones de estrellas que explotaron) y se formó a partir de una nube de polvo hace 5 mil millones de años; para no hacerles el cuento todavía más largo, ¡han pasado 13,700 millones de años desde el Big Bang! Creo que cualquiera estaría de acuerdo con migo si digo que 70 en una escala de 13,700 millones es completamente irrelevante. Es más, solo por el gusto de humillarnos, colocaré un número junto al otro: 

70 – 13,700,000,000 

¡Que divertido! Y sin embargo ¿Qué es un número tan enorme de años frente a la eternidad? No es nada. Cuando mucho, y en esto le haríamos un favor, podríamos darle el calificativo de instante.

       Si un instante de tiempo “es nada sin dejar de ser algo”, entonces la eternidad es enteramente lo contrario: “es todo sin llegar a ser la totalidad”. Porque, no importa que tan lejos pensemos, siempre habrá un tiempo más largo. La eternidad es una enorme máquina indetenible que destruye todo a su paso. Sí, el tiempo lo borra todo, pero también acaba con aquello sobre lo que se escribió y con aquel que lo escribió.

       A veces soñamos con la inmortalidad, con trascender en la sociedad. Con nunca ser olvidados. Pero sueños así solo prolongan lo inevitable y, además, no lo prolongan de forma perceptible. ¿Qué tanto podremos trascender? ¿Cien años? ¿Mil? ¿Diez mil? ¿Cien mil? ¿Un millón? Si acaso la humanidad llegara a durar tanto, ¿Quién podría interesarse por lo que pasó durante 70 años hace un millón de años? (suponiendo que hubiese forma de saberlo). Tarde o temprano, por más Platón, Einstein, Darwin o Pitágoras que seamos, la historia nos olvidará. Ni siquiera la humanidad durará para siempre. A veces, en mis momentos de locura, pienso que por eso le tememos a la muerte, porque nos recuerda lo que somos: nada.

       Entonces ¿Cuál es el valor de la vida? Recordemos el problema de las escalas; aquel punto que lo es todo en cuanto es un punto. No hay nada que forme parte de un punto que no esté en él. Un punto es una pequeña totalidad, en este sentido, también lo es un instante. También hay otro argumento más globalizador, recordemos que ni los puntos ni los instantes existen, todo forma parte de una sola unidad. James Gleick dijo sobre los fractales:

Es difícil romper el habito de pensar sobre las cosas en términos de que tan grandes son y que tanto duran. Pero […], para algunos elementos de la naturaleza, buscar una escala característica se vuelve una distracción.[…] Las categorías despistan. Los extremos de un continuo forman una sola pieza con los del  centro.

(Un fractal es una estructura compleja en distintas escalas). 
       
      Hemos concluido que un instante es “nada sin dejar de ser algo”. Nosotros solo somos un punto en una línea que avanza infinitamente, eventualmente dejaremos de existir. El valor de la vida no se encuentra en ser nada, sino en que es algo. En que sucede. Y la mejor manera de disfrutarla es compartiendo nuestra efimeridad con las demás personas. Sagan dedicaba a su esposa su libro Cosmos con la siguiente frase: "En la vastitud del espacio y en la inmensidad del tiempo mi alegría es compartir un planeta y una época con Annie".

       Pasarla bien en soledad es, también, esencial para disfrutar la vida, para ello es necesario aceptarse a uno mismo. "Moriré y me olvidarán". Ese es, para mí, el primer paso para lograrlo.

       Pero quizá Pessoa sea el que mejor ha podido expresar la maravilla en la efímeridad:
El Valor de las cosas no está en el tiempo que ellas duran, sino en la intensidad con que suceden. Por eso existen momentos inolvidables, cosas inexplicable y personas incomparables.

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Lecturas recomendadas:
-Lean a Fernadno Pessoa.