domingo, 14 de octubre de 2012

Respuestas pequeñas a las grandes preguntas de los historiadores

¿Qué había antes de que yo existiera? 
Me parece que todos los seres humanos nos hacemos esa pregunta al menos una vez en la vida, cuando pensamos en nuestro pasado. Al hacerlo, un escalofrío recorre nuestro cuerpo porque ella apela a nuestros sentimientos y emociones más profundos, ya que en su interior lleva oculta una cuestión fundamental ¿Quién soy? En efecto, la manera en que respondamos a esta pregunta tendrá una influencia determinante en la concepción que tengamos de nosotros mismos. En la identidad que nos atribuyamos. Además, -si recordamos las palabras de Sartre- “no hay ninguno de nuestros actos que al crear al hombre que queremos ser, no cree al mismo tiempo una imagen del hombre tal como consideramos que debe ser”. En ese caso, preguntarme por "quien soy" no es otra cosa que cuestionarme ¿Quiénes somos?



      Para responder a ésta difícil pregunta los seres humanos hemos ideado un gran número de actividades; las religiones, la ciencia y la filosofía son algunas de ellas. En efecto, todas las ciencias están dedicadas a la búsqueda del autoconocimiento y la identidad; parten del supuesto de que si entendemos nuestro entorno y nuestra sociedad, nos entenderemos a nosotros mismos. Una de ellas en especial, la que aquí nos interesa, está dedicada a la búsqueda del autoconocimiento por vía del pasado: la historia. Sin embargo, surgen dos preguntas fundamentales a esta disciplina ¿Qué es la historia? Y ¿Cómo podemos conocerla? 

      En realidad estos son temas complejos, resultaría muy pretencioso de mi parte pensar que puedo responder aquellas preguntas correctamente y exponerlas en una entrada tan breve. Por ese motivo mi propósito al escribir no es tanto responderlas, sino plantearlas. Mi deseo último es que el lector me cuestione a mí y a sí mismo y emprenda su propia búsqueda por respuestas; cuestionadora, inquisitiva. En fin, aquí presento respuestas pequeñas para preguntas muy, muy grandes. 

¿Qué es la Historia?

La palabra “historia” puede hacer referencia a varios conceptos, pero aquí trataré solo dos: 1) al pasado mismo; y 2) a la explicación de ese pasado y las actividades encaminadas para conocerlo. Ahora bien, en el segundo caso está claro que tratamos con la historia como investigación, como inquisición, como descubrimiento, como creación e incluso como la manera de comunicarla, es decir, la historia como ciencia. Por otro lado, sobre la historia como el pasado mismo resulta que ésta no existe, porque, por definición, ya pasó. Collinwood dijo: “[El pasado] nunca es un hecho dado que podamos aprehender empíricamente mediante la percepción”. Para no hacernos (más) bolas, seremos un poco prácticos aquí y asumiremos que ese pasado, cualquiera que haya sido, si existió. No obstante ¿Sé puede conocer algo que ya no existe?

¿Se puede conocer el pasado?

En primer lugar, esta pregunta es redundante porque, cómo explica Dilthey “resulta que no es posible experimentar lo presente como tal”. Esto se debe a que nuestra mente se toma tiempo en procesar el presente, por lo que solo somos consientes de él cuando ya pasó. Esto quiere decir que todo lo que es conocible forma parte del pasado, porque de él podemos tener conciencia. Y si todo lo conocible forma parte del pasado, entonces hallamos que la formulación correcta de esta pregunta es ¿Se puede conocer?

¿Se puede conocer?

Braudel escribió “solo se puede conocer el mundo si es explicable”. Pero hay un problema con esta afirmación, porque para saber que el mundo es explicable entonces debemos de explicarlo primero; por otro lado ¿Cómo sabríamos que el mundo no es explicable si no lo hemos explicado aún? Así, hallamos que la afirmación de Braudel es al mismo tiempo una tautología y una contradicción; y solo una cosa puede ser ambas al mismo tiempo: nada. No obstante, Braudel era un hombre muy listo –tal vez más listo que el Dr. Frink- y sospecho que lo que nos quería decir es que es imposible saber con certeza si la historia, y todo en general, es o no conocible. De esto se puede concluir algo alarmante, y es que si no podemos afirmar con absoluta seguridad que las cosas son o no conocibles, entonces a lo máximo que podemos aspirar es a conformarnos con asumir que, en efecto, lo son. Kant da una respuesta semejante a la misma pregunta: “[la] cuestión es meramente especulativa”.

¿Por qué asumir que las cosas son conocibles en vez de negarlo?

Kant explica que tenemos que asumir que las cosas son conocibles por el simple hecho de que esta actitud es la más útil. A este criterio se le conoce como pragmático. Con respecto a la historia, pueden haber, y de hecho las hay, distintas opiniones sobre su utilidad. Yo destaco tres: 1) Se puede decir que la historia es inservible y que, por lo tanto, no hay ni siquiera razón para responder a la pregunta que nos incumbe en este párrafo. La historia puede no ser conocible, pero eso no importa; 2) se podría argüir, como hacen los sofistas, que lo verdaderamente práctico es lograr los fines propuestos. La veracidad de nuestras afirmaciones no es un tema del cual haya que preocuparse, porque de ella nunca podremos tener certeza; 3) Finalmente, y esta es la razón que yo esgrimo, es posible afirmar que conocer el pasado es fundamental para nosotros y nuestra sociedad actual y, por lo tanto, habrá que presuponer que, en efecto, es conocible. Además, lo que afirmamos puede coincidir con lo que podemos experimentar. Cuando dije anteriormente que asumiríamos que el pasado existió estaba siguiendo este tipo de razonamiento.

¿Por qué es fundamental el conocimiento de la historia para nuestra sociedad, y para nosotros mismos?

Inicie ésta entrada comentando que miramos al pasado con la esperanza de encontrarnos a nosotros mismos en él y, al mismo tiempo, en el proceso por conocerlo. Lo investigamos porque estamos en búsqueda de identidad. Por lo tanto, la postura más lógica, para mí y los que compartan mi razonamiento, es asumir que en principio es posible acceder al conocimiento histórico –y de cualquier otro tipo -, porque de afirmar lo contrario nos encontraríamos ante una situación en la que sería imposible desarrollar una identidad. Imposible porque el universo es frío y sin sentido, y, admitámoslo, no hace más que recordarnos que somos nada. Sin identidad se pierde el sentido de la vida, el sentido de ser persona y de vivir en sociedad, y esto acarrea consecuencias desastrosas. 

       De esta posición también se deduce que tenemos que indagar nuestro pasado con honestidad, porque de lo contrario solo nos estaríamos engañando a nosotros mismos en la que es la más importante de nuestras creaciones: quienes somos. Por eso Huizinga decía que “Historia es la forma espiritual en que una cultura [y en nuestro caso también una persona] se rinde cuentas de su pasado”.

      La consecuencia de hacer del principio pragmático el fundamento de nuestra ciencia, y de cualquier conocimiento -porque toda investigación sobre la naturaleza, la moral y el pasado se hace en nombre del autoconocimiento- es que nuestra creencia en la posibilidad de conocer adquiere el carácter doctrinal. En palabras de Kant:


“Aunque nada podamos decir acerca de un objeto, aunque sea, por tanto, puramente teórico el tenerlo por verdad, podemos concebir e imaginar en muchos casos un proyecto para el que, de existir un medio que estableciera la certeza del asunto, creemos que tendríamos razón. […] y al tenerlo por verdad le cuadraré el nombre de creencia; la podemos llamar creencia doctrinal”. (Kant, 2006, p. 642).



¿En que sentido es posible afirmar cosas que concuerden con la experiencia?

Además de la anterior, hay otra razón práctica para creer que es posible conocer el mundo y su pasado: Es un hecho que podemos encontrar concordancia entre nuestras explicaciones sobre la realidad y la realidad que intentan explicar. Efectivamente, nadie puede negar –o, mejor dicho, no tengo conocimiento de que alguien lo haya hecho de manera convincente-, que los conocimientos de la física contemporánea no explican con bastante precisión más que otros medios no científicos la realidad que percibimos –independientemente de que la percibamos, o no, tal como es-. Esto se puede decir de nuestros conocimientos en campos científicos como en la biología evolutiva o la química. La historia, por supuesto, también encuentra un poderoso aliado en este argumento. Y es que muchas de las cosas que han averiguado los historiadores coinciden con las que podemos observar en las ruinas, leer en los documentos del pasado y experimentar en nuestras instituciones sociales, económicas, religiosas y políticas. 

      Entonces podemos concluir que la búsqueda del conocimiento –de la que la historia forma parte- es necesaria para crearnos una identidad como personas, dentro de un mundo y una sociedad. Además, esta búsqueda es práctica también, en cuanto nos permite explicar la realidad que percibimos, y de la cual formamos parte, y nos provee de herramientas para interactuar con ella. Pero ¿Cómo llevaremos a acabo esta búsqueda?


¿A través de que medio conoceremos la historia?


Collingwood nos responde: “[la historia] es una ciencia a la que compete estudiar acontecimientos inaccesibles a nuestra observación, y estudiarlos inferencialmente, abriéndonos paso hasta ellos a partir de algo accesible a nuestra observación y que el historiador llama ‘testimonio histórico’”. Aquí definiremos como testimonio histórico todo lo que haya formado parte del pasado, haya perdurado hasta nuestro presente y que haya sido encontrado por un investigador interesado en él.

       Claro está, no es posible para el historiador prestar atención a todos los testimonios históricos, porque si así hiciera, nunca terminaría su tarea. Por lo cual éste está obligado a seleccionar, de acuerdo a un criterio propio –pero honesto y basado en su experiencia histórica- aquellos fragmentos del pasado que considere importantes para su investigación, y luego tendrá que darles sentido por medio de la reflexión y, por supuesto, la imaginación. Pero ¿Qué ciencia no actúa así? Ahora cabe hacer otra pregunta ¿al hacer esto estamos conociendo la historia, o solo una versión de ella? 

¿Una o varias historias?

Está claro que cuando decimos que el pasado es lo que pasó nos estamos refiriendo a que, en efecto, es todo lo que pasó. El pasado es uno, y como tal, solo puede entenderse cabalmente si se le estudia en su totalidad. Lefebvre escribió “No olvidemos que la vida es una, que la historia debe de ser una, y que hay que considerar a cada instante, en lo que se refiere a cada cuestión, el encabalgamiento indefinido de las causas y las consecuencias”. 

      Entonces hay que conocer el pasado cómo totalidad. Sin embargo, nos enfrentamos a otro problema, está claro que no todo lo que formó el pasado ha llegado hasta el presente, y las cosas que han llegado han sufrido alteraciones en el proceso –porque de lo contrario el presente sería el pasado, y eso claramente no sucede-. Además, resulta que la realidad es sumamente compleja, y las múltiples realidades del pasado son, por lo menos, tan complejas cómo la realidad actual. 

¿Cómo es posible entender el pasado en su totalidad si la totalidad del pasado no ha llegado hasta el presente?


James Gleick, cuando hablaba de la teoría del caos, nos explicó:

“Las opciones son siempre las mismas. Puedes hacer tu modelo más complejo y más concorde a la realidad, o puedes hacerlo más simple y más fácil de manejar. Solo los científicos más ingenuos creen que el modelo perfecto es el que representa perfectamente a la realidad. Tal modelo tendría los mismos problemas que un mapa tan grande y detallado como la ciudad que describe”.

      Utilizando las palabras de Gleick para abordar nuestro problema, queda claro que una historia (cómo disciplina) que describiera la historia (cómo pasado) en su totalidad sería tan larga y compleja como la historia misma. A este problema hay que agregarle un segundo: muchas cosas del pasado se han perdido y nunca podremos obtener información de ellas. Como resultado de ambas, nos vemos obligados a estudiar la realidad histórica por partes, a subdividirla en distintas disciplinas, sabiendo que nunca la conoceremos en su totalidad.


¿En cuantas “historias” habrá que dividir la historia?

Las que sean necesarias para explicarla; y como la historia es infinitamente compleja, las divisiones que en ella se pueden hacer son también infinitas.




“Para mi la historia solo puede concebirse en n dimensiones […] Aun a riesgo de que se me atribuya un liberalismo impenitente, yo diría por el contrario que todas las puertas me parecen adecuadas para cruzar el umbral múltiple de la historia. Desgraciadamente, ninguno de nosotros puede conocer todas las puertas. El historiador abre en primer lugar al pasado la puerta que conoce mejor. Pero si aspira a ver tan lejos como sea posible, obligatoriamente llamará a otra puerta, y luego a otra…” (Braudel).



      Esta tarea es la que vuelve interminable la búsqueda de conocimiento, no solamente de tipo histórico, sino de cualquier tipo. La realidad se nos muestra como un inmenso fractal, como un objeto complejo compuesto de un número infinito de capas en donde cada capa es tan compleja y tan envuelta en el infinito como la capa que la antecedió. Una infinitud de capas que van desde lo más general hasta lo más particular. Cuando en la geometría se habla de fractales la escala de las figuras se vuelve irrelevante. Creo que lo mismo aplica en el caso de la historia, no existe tal cosa como un orden de importancia entre las historias generales y universales, y las particulares y locales. Cada historia es tan única y compleja como aquellas de las que forma parte y aquellas otras que la componen. Creo que lo que dice Gleick en el siguiente párrafo sobre la geometría, aplica de manera similar a la historia.


“Es difícil romper el habito de pensar sobre las cosas en términos de que tan grandes son y que tanto duran. Pero la propuesta de la geometría fractal es que, para algunos elementos de la naturaleza, buscar una escala característica se vuelve una distracción. Huracán. Por definición, es una tormenta de cierta escala. Pero la definición es impuesta por la gente a la naturaleza. En realidad, los científicos atmosféricos se están dando cuenta de que los tumultos de aire forman un continuo, desde el pequeño torbellino polvozo en la esquina de una ciudad, hasta los vastos sistemas ciclónicos visibles desde el espacio. Las categorías despistan. Los extremos de un continuo forman una sola pieza con los del centro”.



Entonces ¿Qué es eso que llaman historia y con que se come?

¿Qué es la historia? y ¿Cómo debemos investigarla? Esas son preguntas cuyas respuestas influyen fuertemente en la manera en que nos entendemos a nosotros mismos. Todos tenemos respuestas para ellas, aunque a veces no hayamos reflexionado sobre ello, pues pertenecemos a una sociedad y a grupos que buscan incesantemente una identidad propia en un universo en el que nada tiene un significado esencial. Todos hemos buscado respuestas en el pasado que nos ayuden a definirnos a nosotros mismos. 

      Al matar a dios, los filósofos del siglo XIX se dieron cuenta de algo terrible: la historia y la existencia no tienen ningún propósito por naturaleza. Entonces ¿Cómo podemos comprender la historia si ésta no sigue ningún plan ni ninguna lógica? Las respuestas fueron muchas, pero al final concluimos que, aunque no sea posible saber con certeza que lo que creemos conocer es en realidad lo que es, vale la pena –por motivos prácticos- intentarlo. Así, concluimos que la historia es una, pero que esta solo puede ser entendida a partir de su división en numerosas disciplinas. 

      Hemos dicho que la historia se puede conocer si se cumplen tres requisitos: 1) El primer requisito dará credibilidad a nuestra labor y será la honestidad para con nosotros mismos en nuestra tarea de investigación. Esta honestidad deberá hacer que nos cuestionemos cada una de nuestras suposiciones y demás cosas que damos por hecho. Recordemos que la historia es la manera en que buscaremos “rendir cuentas de nuestro pasado”. 2) También necesitaremos de un medio para probar que aquello que pensamos sobre el pasado es erróneo, para eso habrá que entrar en contacto con objetos que hayan formado parte de aquel pasado y que, de algún modo, hayamos podido encontrar en el presente. Estas serán, lo que Collingwood llama, nuestras pruebas históricas. 3) Por último, será necesario encontrar la manera de integrar todos nuestros conocimientos generales y particulares dentro de un todo coherente. Así conciliaremos el problema de la totalidad y la pluridimensionalidad de la vida. En palabras de Braudel “La vida es múltiple, también es única”.

      Una fue la pregunta que nos ha traído hasta aquí ¿Quiénes somos? En nuestro viaje hemos descubierto que lo más probable es que la realidad sea caótica, que la verdad no exista o que, si lo hace, nunca podamos conocerla. Sin embargo, si deseamos darle a este mundo un significado que nos permita disfrutar la vida y compartirla con las demás personas y, al mismo tiempo, coherente con lo que percibimos como realidad, es necesario que hagamos algunos sacrificios. Sacrificamos nuestra aspiración a una certeza absoluta y en su lugar nos quedamos con la duda; renunciamos a nuestros deseos de entender el mundo tal como es y en cambio nos conformamos con crear modelos que nos ayuden a entenderlo; negamos la posibilidad de entender el universo en su totalidad para esforzamos por conocer los detalles de la pequeña escala, pero también hicimos lo contrario; sacrificamos nuestra propia idea de divinidad y superioridad con el propósito de poder comprendernos como parte de la naturaleza y el caos, opción que se nos presenta como la más coherente con las pruebas. Hicimos todo eso guiados por nuestro afán de conocernos a nosotros mismos y valiéndonos de la honestidad para cuestionar cada una de las respuestas que damos por correctas. Así, hemos avanzado en nuestro autoconocimiento –al habernos desecho de nuestros viejos prejuicios- pero a la vez se nos ha estremecido la identidad: Descubrimos que bien podríamos no ser nada más que un subproducto momentáneo del caos y casualidades de una sociedad. En este sentido la historia crítica, la ciencia y la filosofía se nos muestran como nuestros más poderosos medios para descubrirnos e inventarnos a nosotros mismos. 

“La historia no es solo un relato, tampoco es sencillamente una colección de hechos excepcionales destinados a no reproducirse nunca. Está arraigada en la vida y en último extremo es, debe ser, la vida misma. Cuestiona la realidad social, no solamente en lo que esta tiene de fugitivo, sino en lo que tiene de permanente, de siempre vivo, de actual. Insisto. El verdadero objetivo de la historia quizá no sea el pasado –ese medio-, sino el conocimiento de los hombres, esa tarea colectiva que es el punto de encuentro de las ciencias sociales su punto de convergencia, también el nuestro. Solo explicaremos la historia explicando el mundo” (escribió Braudel).



Iniciamos nuestro viaje con una pregunta a la que, en el camino, hemos tratado de darle una respuesta. No obstante, en el proceso nos ha nacido la sospecha de que tal vez no son respuestas lo que buscamos, ni el motor que nos mueve hacia adelante, sino nuestro afán por encontrar nuevas preguntas. En palabras de Carl Sagan, “Le damos sentido a nuestro mundo por el coraje de nuestras preguntas y la profundidad de nuestras respuestas” .
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Lecturas que recomiendo:
-Braudel, Fernand, Las ambiciones de la historia, Editorial crítica, Barcelona, 2002.
-Collingwood, Robin, Idea de Historia, FCE, México, 2011.
-Dilthey, Wilhelm, El mundo histórico, PDF, N/A (Original 1910).
-Gleick, James, Caos. Making a New Science, Penguin Books, Ney York, 1988.
-Huizinga, Johan, El Concepto de la Historia, México, FCE, 1992, pp.87-97.
-Kant, Immanuel, Crítica a la Razón Pura, México, Taurus, 2010,
-Prost, Antonie, Doce Lecciones sobre Historia, Editorial Cátedra, España, 2001.
-Sagan, Carl, “Capítulo 7, El espinazo de la noche”, Cosmos, Un viaje personal, PBS, 1980.
-Sartre, Jean Paul, El existencialismo es un Humanismo, EMU, México, 2008.