martes, 27 de noviembre de 2012

Sobre los medios de comunicación y la insolubilidad de lo insoluble

Creo que resulta redundante decir esto, pero lo diré de cualquier forma: "Yo estoy escribiendo en mi blog, usted está leyéndolo". ¡Oh, redundancia! El punto es que estoy expresando mis ideas; también podría salir a hablar a la calle sin miedo a que se me lleve frente a un tribunal o  a que me metan al bote. Esto porque, cuando menos en México, los ciudadanos gozamos de libertad de expresión a pequeña escala. Por supuesto, mis ideas pueden contrastar con las de otros, podemos estar en desacuerdo e incluso puede darse el caso en que aquellas personas se enfaden con migo; pero eso es imposible de evitar y no es un problema que corresponda solucionar al derecho (¡dudo mucho que sea un problema solucionable!). Toda acción humana tiene consecuencias sociales y, querámoslo o no, todo lo que hacemos y decimos perjudica o beneficia a otros.

            Pero en esta entrada escribiré sobre la comunicación a gran escala, no sobre el chiste malo que es escribir en mi blog, sino sobre los grandes medios de comunicación. Ya saben, la radio, la televisión, la prensa y todas esas cosas que están repletas de anuncios. Y es que últimamente he escuchado muchas críticas hacia los medios de comunicación masiva que sin duda tienen su cachote de verdad, pero que, a mi parecer, cometen el error de simplificar demasiado el problema. Por ejemplo, es innegable que los medios han hecho de informar una actividad lucrativa, pero ¿Qué actividad no se ha hecho lucrativa en estos días? Si nuestra queja es en contra del poder hacer dinero actuando, entonces no va dirigida a los medios de comunicación, sino a todo el sistema económico actual. Trátense esas quejas en otro lugar.

Al tratar el problema de los medios de comunicación y su influencia en la democracia nos enfrentamos aquí a la contraposición entre derecho a la información y libertad de expresión. ¿Tienen los empleados de estos medios, libertad de expresión? Es un problema delicado, pero me siento capaz de comentar lo siguiente: El periodista es libre de expresarse tanto así como el maestro de preparatoria es libre de dormir hasta la hora que quiera; pero cuando ese maestro de preparatoria labora dentro de una escuela o ese periodista desarrolla sus funciones en una empresa, entonces tienen que adherirse a los lineamientos de esa institución, ya sean estos llegar a las 6:30 todas las mañanas o no hablar sobre ciertos temas. Ahora bien, ¿Debe la libertad de expresión del medio de comunicación limitarse en pro de nuestro derecho a la información? Esta es una pregunta complicada y la abordaré más adelante.

Por el momento, analicemos otra exigencia recurrente, que suele cantar: “Un medio de comunicación por cabeza”; y que se refiere a que cada sólo debe tener acceso a un medio de comunicación. Por ejemplo: sólo un canal para televisa, solo uno para Tv azteca. Ahora bien, esta idea suena bien sobre el papel –o lo haría si las cosas escritas en el papel sonaran-, pero sus consecuencias no son del todo positivas. En primer lugar, porque sin la maquinaria de gobierno dispuesta a hacer cumplir esta ley, al rato los prestanombres, las alianzas entre medios y demás artimañas la harán obsoleta. Nosotros, como consumidores del medio, podríamos vivir pensando que todos sus dueños son distintos y que simplemente coinciden en la manera de ver las cosas, sin saber que en realidad todos aquellos medios pertenecen, bajo el agua, a una sola cabeza. Y entonces nos preguntamos ¿Preferiríamos nadar en el agua transparente que nos permita ver a los cocodrilos en su interior o son mejores las turbias aguas bajo el letrero que nos dice “zona libre de lagartos”? En una hay cocodrilos, en la otra, incertidumbre y autoridad.

            Otro problema que no se suele tomar en cuenta al hacer este tipo de propuestas es el de los costos. Hacer periodismo sale caro; hay que pagar electricidad, maquinaria, impuestos, propaganda, transporte, salarios de técnicos, mercadólogos, reporteros, comentadores, operadores, directivos, secretarias, conserjes etc. Pero si informar no es barato, entonces ¿Cómo financiarlo? ¿Quién está dispuesto a hacerlo? y ¿Quiénes de aquellos dispuestos a financiar la información pueden hacerlo? Sí se recurre a la política de un medio por cabeza, entonces probablemente la mayoría de esos medios no tendrían suficientes ingresos para costearse un periodismo de calidad.

            Ante el inconveniente de que la buena información sale cara, el medio tiene cinco opciones –hasta dónde puedo ver-: 1) Puede decidir no informar e invertir su tiempo y su dinero en cosas más lucrativas; 2) Puede pactar con otros medios provistos de mayor capital para transmitir sus programas informativos (pero en este caso se estaría tirando por la borda el principio que da origen a la propuesta de “un medio por cabeza”); 3) Puede hacer de informar un buen negocio. El razonamiento es el siguiente “Yo, medio, poseo un canal de información por el cual puedo llegar a una enorme cantidad de personas ¿Quién está interesado en usar mi canal para transmitir su versión de los hechos al público?”; 4) Una cuarta opción para el medio es renunciar a tratar una agenda amplia y general y concentrarse solo en informar sobre las dos cosas que considere –por diversos motivos- importantes, y concentrar en ellas sus recursos; y 5) finalmente, y la opción más idealista, el medio puede optar por informar lo más objetivamente posible sobre los temas más importantes –supongamos que es claro cuales son estos temas y lo que es la objetividad- y esperar que la gente reconozca su calidad y lo prefiera por sobre la competencia. Pero es muy posible que esto último no de resultado, porque suponer que las personas podemos reconocer información objetiva y clara cuando se nos presenta y suponer, también, que la información objetiva y clara existe, es ya mucha suposición. Sí algo nos ha enseñado la ciencia es que es muy complicado reconocer las verdades con facilidad, y nunca con certeza.

            Además, si desean saber como sería la calidad de la información si hubiera una verdadera democracia informativa –en la que todos pudiéramos informar sobre los temas que quisiésemos-, observemos lo más cercano a eso que tenemos, el Internet. Cualquiera que haya navegado en sus aguas sabe que fuente de información objetiva, lo que se dice objetiva, no son. ¿Buscas testimonios que respalden una opinión rara, descabellada y sin sentido si quiera sintáctico? ¡No hay problema! Usa Google.

            Otra propuesta que comúnmente oigo mencionar consiste en crear un organismo autónomo que vigile y sancione la calidad de la labor informativa que realizan los medios. Para mí, un organismo como aquel resultaría sumamente peligroso. En primer lugar, porque es una herramienta de control político servida en bandeja de plata para el gobierno que quiera utilizarla. Pero además es una propuesta descabellada ¿A quién se le debe de dar el poder para decidir, y bajo que criterio, lo que es verdad de lo que no lo es?

            Retomemos la pregunta planteada anteriormente: ¿Derecho a la información o libertad de expresión? Como es una cuestión muy compleja y a mí me gusta inventar historias, he decidido que la abordaré metafóricamente: Aquel que desea que su comida sea traída en charola se arriesga a que esté envenenada. Claro, la vida que llevamos es ajetreada y pocos se pueden dar el tiempo de cosechar su ensalada y cazar su bistec [¡malditos bistecs salvajes tan difíciles de atrapar!], por lo que nos vemos en la necesidad de confiar por lo menos una parte de su preparación a otras personas, que laboran en el campo, en granjas, en los mercados o incluso en las cocinas. Entiendo que la confianza no implica dejar de exigir; si el pay que comí me hizo mal, entonces mañana conseguiré mi pay de limón en otro lugar. Pero ¿Qué pasa cuándo he probado todos los pays de limón en el mercado y todos me han sentado mal? Suponiendo que el problema no es que soy alérgico al limón o a la leche, solo tengo unas cuantas opciones: 1) O me hago mi propio pay; 2) o busco otras personas con mi mismo problema y nos organizamos para hacer pays de la calidad que buscamos; 3) o yo y las mismas personas entramos en contacto con el pastelero especificándole como nos gustaría que haga su pay y esperando que éste personaje atienda a nuestras demandas; 4) o dejo de consumir pays esperando que, tal vez, si un grupo lo suficientemente grande de personas dejamos de consumirlo, entonces algún emprendedor observador aproveche la coyuntura para lucrar vendiéndonos los pays que buscamos; 5) o, siempre está la opción de seguir consumiendo pays malos.

Cualquiera que sea la manera en que decidamos actuar tendrá sus consecuencias: Las dos primeras opciones exigen tiempo que podemos no tener disponible a menos que renunciemos a otras actividades que consideramos tan o menos importantes que comer pay; la segunda y la tercera necesitan que hayan personas que compartan mi molestia por los pays de la ciudad y que deseen participar en una causa común; la tercera opción exige menos tiempo que las dos primeras a cambio de una menor probabilidad de éxito; todo lo contrario con la cuarta, pues nos da tiempo –el que nos ahorraremos por no comer pays-, sin embargo, perjudica directamente nuestra amada fascinación por comer esos deliciosos prismas triangulares de dulce; finalmente, la última opción es la estoica por excelencia y se basa en el principio: “si del cielo caen limones, aguántese los ardores” [trademark mío].

Con esto no quiero decir que el sistema actual en el que se manejan los medios de comunicación sea perfecto, ni mucho menos estoy proponiendo que deba mantenerse así; lo que intento señalar aquí, y que he reiterado en numerosas ocasiones, es que los problemas no son fáciles de solucionar. El papel y la imaginación lo aguantan todo, la aplicación es el problema. Tampoco quiero decir que esté mal proponer soluciones. Lo que sí me parece un error es aceptar esas soluciones como reales, o –siendo más sensatos- probables, sin criticarlas severamente antes.

El entorno en el que vivimos es sumamente complejo y, aunque sin duda nuestras acciones lo alteran, no somos los dueños absolutos –y en muchos casos no somos dueños en lo absoluto- de la manera en que nuestras acciones impactan en la intrincada mezcla social de las causas y las consecuencias dentro del cual todas ellas están contextualizadas. En temáticas sociales no hay soluciones simples, ni absolutas, ni eternas. Así que cuando algún loquillo muy pomposo llegue con una sonrisa en la cara -¿en dónde más podría estar una sonrisa?- proponiéndonos soluciones a los problemas sociales, señalando relaciones explícitas de causa y consecuencia, y apuntando a culpables evidentes; tendremos más que buenos motivos para abrir nuestra caja amarilla y desenvainar nuestras preciadas herramientas de escepticismo. Cómo diría en numerosas ocasiones Jhon Green, presentador de Crash Course History: “estúpida realidad, siempre resistiéndose a la simplificación”[1] .

"Hablas de civilización, y de que no debe ser,
o de que no debe ser así.
Dices que todos sufren, o la mayoría de todos,
con las cosas humanas por estar tal como están.
Dices que si fueran diferente sufriríamos menos.
Dices que si fueran como tú quieres sería mejor.
Te escucho sin oír.
¿Para qué habría de querer oír?
Por oírte a ti nada sabría.
Si las cosas fuesen diferentes, serían diferentes: esto es todo.
Si las cosas fuesen como tú quieres, serían sólo como tú quieres.
¡Ay de ti y de todos los que pasan la vida
queriendo inventar la máquina de hacer felicidad!"
Fernando Pessoa "Hablas De Civilización, Y De Que No Debe Ser"




[1]  Apropósito de los pays de limón, una persona que aprecio mucho me invitó uno hace poco. Como casi todo lo que digo o escribo, no se a que viene al caso, pero quería comentarlo. Al igual que Nietzche, me gusta pintar mi felicidad en murales.