martes, 19 de febrero de 2013

La angustia de morir, tres filósofos, dos canciones y un sujeto gracioso.


Existir es… raro. Es decir, ¿cómo podríamos no existir? nuestra vida es lo que se extiende entre nuestro nacimiento y nuestra muerte. Está en gran medida determinada por lo que nos antecedió [las experiencias de nuestros padres, la historia, nuestro pasado biológico, el pasado del universo y por supuesto, si nacieron después de 1883, la primera trilogía de Star Wars]; y sin embargo nuestra existencia  tiene una mínima o ninguna influencia sobre lo que vendrá cuando se haya acabado. Desaparecemos sin dejar huella alguna. Sobre el tema, System of a Down dice en una de sus canciones: “Time feels like a midnight ride, finality waits outside”. ¡No podría expresar mejor este sabor amargo y a la vez dulcezón que deja la vida en la boca! Como el de una mota de polvo aplastada entre dos eternidades.

      Muchos intentamos negar el hecho de que somos efímeros perdiéndonos en sueños de inmortalidad. Pero siempre que pienso en la inmortalidad acaba pareciéndome una idea, digamos, muy poco pragmática. Es claro que no soy el mismo ahora que aquel niño de 10 años que jugaba a ser un gato miembro del comando espacial con sus amigos de la primaria; y definitivamente no seré el mismo cuando tenga 80 años [si es que no dejo de existir antes]. Entonces ¿Qué podría tener yo en común con “migo mismo” dentro de mil años? ¿Y dentro de cien mil? ¿Y dentro de mil millones? Para colmo ¡mil millones de años ni siquiera es mucho tiempo! Es decir, hasta donde sabemos, el universo tiene 13. Si vivo durante un tiempo infinito ¿Seré yo realmente el que los viva? Además ¿Qué lugar ocupa la memoria en todo esto?

      Es evidente que si vivo una infinidad de tiempo necesitaré de una infinidad de tiempo para recordar todo lo que he hecho. Así que casi todo lo olvidaré o simplemente no tendré tiempo de recordarlo ¿Y cuál es la diferencia entre no recordar y olvidar? La desconozco. Cabe agregar que la memoria, entre muchas otras cosas, es aquello que brinda cohesión a nuestras experiencias pasadas y presentes. Sin una memoria que cohesione nuestros pasados y presentes interminables ¿Qué conectará a personas tan distintas que vivieron en tiempos tan apartados [como seremos yo y aquel otro yo del futuro eterno]? ¡No lo se! Por esas razones, dudo mucho que tenga sentido depositar nuestras esperanzas de no morir en los anhelos de una vida eterna.

      Algunos se consuelan diciendo que sobrevivirán “en los corazones de sus seres queridos” o que “serán recordados por la historia”. Pero si reflexionamos un rato, estos consuelos solo son formas de autoengaño: después de unas cuatro o cinco generaciones, tendremos suerte si nuestros descendientes son capaces de correlacionar nuestro nombre con la rama 256 del árbol familiar; con respecto al otro punto, haciendo a un lado lo complicado que es definir a la historia y lo que ésta recuerda, es evidente que hasta las más prominentes personas serán olvidadas algún día ¿Quién hablará de Platón dentro de un millón de años? ¿Quién recordará a Einstein en cien mil millones? Una historia humana de un millón de años es demasiado como para que mi cabeza pueda siquiera imaginarla. Además, en última instancia, también la humanidad dejará de existir algún día.

      En efecto, llegará un día en el nunca más volverá a haber una pareja de humanos enamorados, nunca más una guerra entre personas, ni más actos de caridad humanos; un día en el que dejarán de haber jóvenes curiosas y ancianos sabios, políticos corruptos y muchedumbres enardecidas. Llegará el día en que caiga el último monumento humano, en el que no quede en todo el universo prueba que rinda cuenta de que alguna vez existió aquí una humanidad.

      La idea de que dejaremos de existir algún día (y de que este es cercano) nos angustia. Tratamos de negarla, pero no logramos ignorarla. Ya muchos filósofos se han dado cuenta de lo infructuoso que es luchar contra la realidad, contra el hecho de que moriremos. Cómo buenos sabios, o locos (frecuentemente unos se confunden con los otros), han descubierto que suele ser mejor aceptar que se vive en un laberinto y empezar a hacer planos de éste, que intentar derribar sus robustas paredes. Por eso Kierkegaard grito a los cuatro vientos que “la angustia es la solución”, y algunos otros como Heidegger y Sartre señalaron que solo podemos vivir plenamente si aceptamos que, eventualmente, moriremos. Y es que hay muchas, muchísimas cosas en la vida [casi todas, de hecho] que no dependen en lo absoluto de nuestros anhelos y gustos, el que moriremos algún día es un muy claro ejemplo. Solo para aclarar, ninguno de los tres filósofos mencionados se equivocó al predecir que terminaría siendo alimento de gusanos.  


      Yo suelo decir que la única manera de aceptarse a uno mismo es repetirse (y creerse) las palabras “moriré y me olvidarán” [cabría preguntarse qué significa "ser olvidado" cuando no queda nadie que pueda recordarnos… ¡Oh bueno! No nos distraigamos]. Alguien en Sum41 entendió perfectamente esta idea cuando escribió "No much longer I'll be death so just foget me!" ¡Solo alguien que ha aceptado su propia efimeridad puede hacer una súplica de tal gravedad!


      ¿Dónde cabe la vida en medio de tanta muerte? ¡Oh, rayos! ¿Por qué insistimos en hacer preguntas tan complicadas? Evidentemente sin el concepto de vida el de muerte no tiene mucho sentido y viceversa, pero ¿Qué es la vida exactamente? ¿En qué momento "lo muerto" deja de ser "lo muerto" y entra al reino de "lo vivo"? ¿Un virus está vivo o muerto [tal vez lo correcto sería preguntar si está más vivo o más muerto]? ¡Quién sabe! Desconozco las respuestas; y, como en muchos otros casos, desconfió de aquellos que aclaman tenerlas. 

      Lo que sí puedo decirles con aceptable seguridad es que disfruto estar vivo (y supongo que comparto el mismo sentimiento con la mayoría de las personas). Fry (el protagonista de Futurama) dijo alguna vez “vivir es lo único que hago". ¡Yo también! Y como vivir es morir en cada momento; entonces: “¡Morir es lo único que hago!”