miércoles, 22 de octubre de 2014

En DeLorean por los procesos de independencia de México y de Estados Unidos


Hoy México y Estados Unidos son países con economías, sistemas políticos y sociedades marcadamente distintas. ¿Por qué es así? Vaya que esto se debe a muchas razones, nosotros, en esta entrada, compararemos sus procesos de independencia para ver si podemos encontrar alguna solución. 


         Para empezar, sí nos hiciéramos de uno de esos Deloreans de última generación que viajan por el tiempo, y pudiéramos regresar al México y al Estados Unidos de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, hallaríamos que son pocas, en realidad, las similitudes que se pueden trazar entre los procesos de independencia de ambos países. Si acaso, podemos mencionar la cercanía geopolítica y su origen como colonias de dos países de Europa Occidental. Pero allí mueren las similitudes. Es, entonces, en las diferencias donde encontramos más espacio para las comparaciones entre ambos procesos de independencia. 


    Si nos detuvieramos a bucar combustible por las casas de gobierno de los dos países, notaríamos formas muy distintas de entender la palabra política. Por un lado, los estadounidenses estaban formados en la política británica, con formas liberales emanadas de una revolución finales del siglo XVII; por otro lado, la Nueva España había aprendido, durante buena parte del siglo XVIII, a hacer política al estilo del absolutismo ilustrado. 


      Esta diferencia en las formas de hacer política, probablemente imposibilitó a la clase política mexicana de consolidar bajo un acuerdo político la futura organización del país. En la ausencia de un acuerdo, las distintas facciones se enfrascaron en incontables conflictos bélicos durante 50 años. En contraste, Estados Unidos logró consolidar un gobierno republicano sólido que pudo, durante 70 años, hacer a un lado sus diferencias (cómo las relacionadas con esa “institución peculiar”, la esclavitud), y concentrar todas las energías en los objetivos del expresionismo territorial y el crecimientos económico. 


      Por otro lado, si observáramos las sociedades de ambos países, veríamos que la sociedad mexicana estaba formada por distintos grupos étnicos y se había organizado durante varios siglos en un sistema de castas. Por otro lado, la población estadounidense estaba formada por personas de origen europeo, que, aunque procedían de distintos países, compartían una religión y características fisiológicas similares. Esta población, excluyó por completo de su proyecto nacional a los indígenas y las personas de origen africano que habían sido llevadas para trabajar como esclavos. 


      Si volteáramos la vista, y viéramos sus territorios, nos daríamos cuenta que EEUU inició sus días como un pequeño país con sueños de expansión. En cambio, México se consideraba la joya de la Corona Española, poseía un territorio enorme y rico, pero muy despoblado. Un territorio que era pertinente poblar y consolidar; pero esta fue una tarea que los constantes conflictos entre estados impidieron realizar. 


      Finalmente, al observar las relaciones que ambos países tenían con el resto del mundo, observamos que EEUU consiguió su independencia en el siglo de la ilustración, organizó su gobierno de acuerdo a principios ilustrados, y esto le valió el reconocimiento y admiración de numerosos intelectuales europeos. Además, logró su independencia con el apoyo militar de Francia y España, por lo que EEUU nunca estuvo solo. La historia de México es totalmente diferente. Cuando consigue su independencia, Europa estaba sumergida en el temor que habían ocasionado la revolución francesas y las posteriores guerras de Napoleón. Ningún país Europeo quiso correr el riesgo de apoyar a México en su guerra independentista. La falta de reconocimiento internacional, provocó que México viviera el primer siglo de su independencia con el temor constante de intervenciones y la presión de un vecino poderoso, consolidado y pujante en el norte, que deseaba expandirse territorialmente. Y eso, vaya que se vivió de manera muy distinta en aquel país. 



      A manera de conclusión, quisiera mencionar que es complicado hablar de procesos causuales en la historia. Ver a la historia como un encadenamiento de causas nos puede llevar a tener un falso complejo de seguridad. Pues las “causas”, en la historia, sólo pueden ser estudiadas e inferidas después de que los eventos ocurrieron. Quizá la mayor impresión que nos quedaría al volver de nuestro viaje en el Delorean, es que, a principios del siglo XIX, nadie estaba seguro de cuál era el tipo de futuro que esperaba ni a la Nueva España ni a Estados Unidos.