Hace más de medio siglo Charles
Percy Snow observó que la vida intelectual de occidente se había dividido en
dos culturas distintas, las ciencias y las humanidades. En la introducción de
su libro Las dos culturas Snow relataba
cómo en sus reuniones con intelectuales del gremio de las humanidades era
frecuente que éstos se burlasen de cuan común era que los científicos nunca hubiesen
leído obra alguna de Shakespeare. Un día, harto de aquella actitud, se le
ocurrió preguntar a sus compañeros de mesa cuántos de ellos podrían explicarle en
qué consistía la Segunda ley de la termodinámica. Ninguno le respondió, pese a
que la Segunda ley de la termodinámica es el equivalente científico a
Shakespeare.
Esta “falla”
en el mundo intelectual, para usar una analogía con la geología, parece estar
hoy tan vigente como cuando Snow escribió su libro hace 56 años, o tal vez más
vigente que nunca. De vez en cuando produce terremotos y sismos que preocupan y
ocupan a los habitantes de ambos lados de la brecha. Como aquella vez en que
los físicos Stephen Hawking y Leonard Mlodinow exclamaron que la filosofía
había muerto o aquella otra en la que el filósofo Bruno Latour preguntaba para
qué sirven los laboratorios y por qué la gente pagaba por mantener lugares que
no sirven para nada en especial.
Peor aún, cada terremoto, lejos de ayudar a salvar la
brecha, parece alejar cada vez más y más a las dos placas. Por un lado, los
miembros más extremistas del bando científico, mejor conocidos por su alias de cientificistas, sostienen que todo lo
que la filosofía o la poesía tiene que decir sobre el mundo es superfluo y
vacío, y creen que inevitablemente cuestiones morales (como la distinción entre
lo bueno y lo malo) y estéticas (cómo la diferencia entre lo bello y lo feo)
pueden o podrán ser salvadas algún día utilizando los métodos de la ciencia. Además,
sostienen arrogantemente que si un tema no puede ser contestado por medio de
los métodos de investigación científicos, entonces toda discusión que de allí
emane será sólo una pérdida de tiempo. Es cierto que la ciencia ha demostrado ser un medio muy poderoso para explorar el mundo, pero su éxito no debe hacernos pensar que es un método perfecto. A fin de cuentas, los conocimientos científicos son potencialmente provisionales, los mejores que se tiene sobre ciertos temas hasta el momento.
Por
otro lado, los humanistas más extremos, usualmente referidos cómo posmodernos, sostienen que todas las
ideas sobre el mundo tienen igual validez epistémica. De tal modo que
cuestiones tales como si existe o no el calentamiento global; o sí las vacunas
ayudan o no a combatir la enfermedad; o sí el sol es una enorme bola de plasma
ardiendo o un espíritu brillante y amigable; son en última instancia igual de
relativas y culturalmente determinadas cómo las ideas sobre lo bello y lo feo. Para ellos, los científicos no son más que meros charlatanes y hechiceros que
han sustituido sus escobas por las batas de laboratorio.
Los
posmodernos suelen ser intelectuales de izquierda que luchan por las causas de
la igualdad de género, o la descolonización del mundo indígena, o el combate a
la discriminación por homosexualidad; y en ese sentido comparto sus ideales
políticos. Su actitud radical hacia la ciencia se debe a que han notado que en
ocasiones el discurso político se disfraza, por decirlo de alguna manera, como
científico para así justificar atrocidades. Cómo por ejemplo, el holocausto Nazi
que se justificó en base al darwinismo social, aunque también la dictadura de
Stalin se disfrazó con los mantos de un supuesto socialismo científico. Ciertamente
esto ha sucedido, pero los posmodernos no parecen darse cuenta que una cosa es que
un político o una empresa presenten un producto como científico y otra muy
distinta es que sea científico. No obstante, basándose en esta observación, y
por medio de un lenguaje poco claro y preciso, han llegado a las conclusiones
extremas expuestas arriba. En ese sentido soy crítico de los posmodernos [hago
esta aclaración porque he notado que muchos de ellos suelen confundir a todos
sus críticos con gente conservadora].
Por eso
es grato de vez en cuando toparse con discusiones racionales y sensatas entre
personajes del mundo de las humanidades y de las ciencias, que demuestran que aún
es posible y muy necesario construir puentes que ayuden a aliviar la distancia
geográfica producida por la falla que rompe el paisaje del valle intelectual. Como
una que acabo de leer entre el filósofo Julian Baggini y el físico Lawrence
Krauss [1] que me provocó algunas gratas reflexiones.
Me parece
indudable que la ciencia es una herramienta muy útil para desarrollar
explicaciones sobre nuestro mundo, desde el surgimiento de su método en el
siglo XVII lo que sabemos sobre el universo, la vida y el ser humano ha aumentado
exponencialmente y cambiado radicalmente nuestra percepción del mundo y de
nuestro papel en él. Pero el éxito de la ciencia la enfrenta a cuestiones que
no podrá responder en el plano meramente empírico. Tales como ¿hasta qué punto
esas explicaciones crean modelos que corresponden a la realidad? ¿se puede
conocer el mundo tal cual es verdaderamente? Y a todo esto ¿qué es la verdad?
Para responder a esas preguntas será mejor que tanto la ciencia como la
filosofía se ayuden mutuamente.
Además, ¿qué puede decir la ciencia sobre las cosas que no tienen un sentido intrínseco sino meramente extrínseco, es decir, sobre aquellas cosas a las que los seres racionales damos un significado? ¿cuál es el sentido de la vida? La ciencia sólo puede afirmar que el sentido muy probablemente no es algo que pertenece a la vida. ¿el bien y el mal? De nuevo, la ciencia nos dice que no son atributos intrínsecos del mundo ¿tiene algún valor la búsqueda de la verdad como para que las sociedades escojan a la ciencia por sobre la magia o la religión? De nuevo, la ciencia simplemente nos dice que no hay nada en el mundo que hable sobre esto.
Además, ¿qué puede decir la ciencia sobre las cosas que no tienen un sentido intrínseco sino meramente extrínseco, es decir, sobre aquellas cosas a las que los seres racionales damos un significado? ¿cuál es el sentido de la vida? La ciencia sólo puede afirmar que el sentido muy probablemente no es algo que pertenece a la vida. ¿el bien y el mal? De nuevo, la ciencia nos dice que no son atributos intrínsecos del mundo ¿tiene algún valor la búsqueda de la verdad como para que las sociedades escojan a la ciencia por sobre la magia o la religión? De nuevo, la ciencia simplemente nos dice que no hay nada en el mundo que hable sobre esto.
Las
respuestas que nos da la ciencia a estas preguntas son interesantes, pero poco satisfactorias.
Las estrellas no son ni bellas ni feas, pero aun así yo siento bonito cuando
las veo ¿cómo explico esto? Ciertamente como consecuencia de reacciones
químicas y físicas en mi cerebro y en mis ojos, pero aun así ¿qué significa
pensar que las estrellas son bonitas? Existen en el mundo religiones que nos
ofrecen una lista de respuestas prefiguradas a cada pregunta que se nos ocurra,
ese es la acepción original de catecismo, pero a los que amamos la razón y la
investigación estas respuestas no nos satisfacen tampoco.
Es allí
donde nos acercamos a la filosofía. Ella nos brinda herramientas racionales,
fundamentadas principalmente en la lógica y en el uso claro del lenguaje para
buscar respuestas razonables a estas preguntas que nos inquietan. Por supuesto, sus respuestas, cómo las de la ciencia, no son definitivas aunque de un modo distinto. Tal vez
hayamos descubierto que lo bonito no es un atributo de las estrellas, pero
eso no significa que el sentimiento de lo bonito no forme parte del universo.
Después de todo, yo veo cosas que me gustan más que otras y también formo parte
del universo ¿no? Entonces puedo indagar sobre las propiedades que a mí me causan
estupor y que a otros asco. Incluso puedo sistematizarlas y organizarlas de
alguna manera, y discutirlas con otras personas que compartan o rechacen mi
gusto por las estrellas. Lo que es también
muy importante, puedo leer y escribir poemas sobre ellas, o escuchar música
mientras las veo ¡Y así enriquecer mi experiencia como astrónomo amateur! El
mismo Shakespeare escribió un pasaje sobre las estrellas que en alguno de sus sentidos puede enriquecer esta entrada,
¡Los hombres son algunas veces dueños de sus
destinos! ¡La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de
nosotros mismos!
En fin.
La ciencia y las matemáticas, como la filosofía y la literatura son herramientas muy útiles para enriquecer
nuestra experiencia del mundo. Se complementan y se impulsan mutuamente.
Además, tienen el valor agregado de ser apasionantes.
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[1] http://www.theguardian.com/science/2012/sep/09/science-philosophy-debate-julian-baggini-lawrence-krauss