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miércoles, 17 de febrero de 2016

Sobre los 10 (no)mandamientos para los humanistas del siglo XXI



¿Puede la moral ser producto de un proceso democrático? Eso piensan Lex Bayer y John Figdor quienes iniciaron en el 2014 un sitio web que invita a todas las personas a compartir un “mandamiento” con el resto del internet. Fruto de esta actividad fue una lista de 10 mandamientos para los ateos del siglo XXI. Un título que deja muchas cosas a considerar. Para empezar, el nombre “mandamiento” es poco exacto, puesto que la lista no trata de imponer órdenes y leyes morales a nadie, de hecho sería mucho más exacto quitar la palabra “mandamiento” del título y sustituirla por “consejo”. Pero obviamente este sería un título mucho menos taquillero y se perdería de paso la obvia referencia a los 10 mandamientos de la tradición judeocristiana. Incidentalmente, esta es también la razón por la que los autores seleccionaron solamente diez mandamientos de entre todas las sugerencias (en vez de, digamos, 11, 42 o 1764). Sí, yo entiendo a todos los amantes del diez, es un número muy bonito formado por la suma de los cuatro primeros números enteros positivos, pero no hay nada en él que compela a la moral a ajustarse a sus designios cuantitativos. Tampoco me parece correcta la inclusión de la palabra “ateo” en el título puesto que el ateísmo es simplemente una aseveración sobre el estado natural del mundo y, como tal, es moralmente neutral. Por sí misma, la visión atea del mundo no incentiva ni castiga ningún comportamiento. A mi parecer un término más adecuado pudo haber sido “humanismo laico”. En fin, podría seguir despotricando contra el título del artículo, pero ese no es el objetivo de esta entrada. De cualquier manera, la lista no debe tomarse como un estricto código de ética sino más bien como una invitación a reflexionar sobre las razones que guían nuestro actuar en el mundo.


     Empecemos por discutir la postura ética que existe detrás de una lista de normas morales. La idea que sostiene que la moral puede sujetarse a leyes de aplicabilidad universal y que las acciones de los seres pensantes son intrínsecamente buenas o malas se suele llamar deontología. La postura contraria, que sostiene que las acciones morales no deben juzgarse de acuerdo con leyes universales sino con respecto a sus consecuencias, recibe el nombre de consecuencialismo. A causa de ello, un consecuencialista evitará crear normas morales y juzgará sus acciones en el mundo según éstas colaboren o no a lograr un fin supremo (como, digamos, aumentar la felicidad o disminuir el sufrimiento). Ambas posturas, llevadas al extremo, conducen a encrucijadas éticas de difícil solución.

     Por un lado, la moral deontológica -con su afán de establecer leyes morales que puedan aplicarse a cualquier situación particular- se enfrenta tanto a la diversidad de la vida social como a nuestra interacción con los demás seres sensibles de la naturaleza; complejidad que engendra comúnmente circunstancias no previstas por ninguna norma. Ni siquiera la constitución más larga, con el reglamento más largo y extenso, puede aplicarse universalmente. Siempre habrán situaciones que no están contempladas en ninguna ley y es por eso que la interpretación del derecho es importante. El intento de encuadrar toda la actividad moral humana en un conjunto de diez normas es claramente un ejemplo de esta moral deontológica.

     El consecuencialismo, por otro lado, también tiene sus límites. Por ejemplo, imaginemos que alguien ha ideado un plan magnífico he infalible que eliminará la guerra del mundo, pero para llevarlo a acabo es necesario terminar con dos tercios de la población mundial. Un consecuencialista se verá tentado a considerar la opción de matar a varios miles de millones de personas con el fin de lograr una sociedad pacífica futura. Un deontologista, por el contrario, posiblemente considerará que el valor de una vida humana cualquiera es suficiente como para obligarnos a abstenernos de buscar la paz por aquel medio y, aunque deteste la guerra, reprobará el medio para su eliminación (eso sin mencionar que en la vida real difícilmente existen planes magníficos he infalibles).

     Aclarado lo anterior -y a sabiendas de que cualquier intento de enlistar reglas morales tenderá hacia el lado deontológico del espectro ético- reflexionemos un poco sobre el contenido de la lista. Llama la atención que sus tres primeros consejos expresen una actitud de inquisición, investigación y asombro ante el mundo. Prácticamente es el reconocimiento del método científico como la manera correcta de estudiar la naturaleza. Lo cual se admite explícitamente en el tercer punto. Lo más valioso de esta primera tercia me parece que radica en su rechazo a todos los tipos de dogmas, en cierta manera su mera existencia implica también su condición como consejos morales en vez de mandamientos. Esta cualidad los hace contrastar drásticamente con los tres primeros mandamientos de la tradición judeocristiana, de tendencia mucho más afín al dogmatismo.

1. Ten la mente abierta y estate siempre dispuesto a ajustar tus creencias a la evidencia.

2. Busca comprender lo que es más probable que sea cierto, y no lo que deseas que sea cierto.

3. El método científico es la manera más confiable que tenemos para conocer el mundo natural.

     El siguiente consejo de la lista se refiere a la relación de cada persona con su cuerpo y obviamente es una defensa de la libertad sexual y una condena a todos los tipos de maltrato físico. Posiblemente alguien pueda amparar en él una defensa del derecho al aborto, pero no estoy seguro si esta es una consecuencia que emane necesariamente de él. Por otro lado, el respeto al cuerpo humano es también una expresión de valores naturalistas. Pues para las personas que creemos que la conciencia es un producto de la materia, y no algo ajeno a ella, la existencia del cuerpo físico es una condición para que exista la mente. El cuerpo es para nosotros parte íntegra de nuestra propia identidad.

4. Cada persona tiene el derecho a elegir que hacer con su cuerpo.

Sobre el quinto no tengo mucho que decir. Me parece algo redundante, pero supongo que no sobra dadas las condiciones sociales actuales. Ojalá que en un futuro no muy lejano ya no sea necesario tener que estar recordándolo.

5. Ningún dios es necesario para ser una buena persona o para vivir una vida llena de significado.

El sexto consejo de la lista me parece el más curioso de todos. Guarda en su interior la contradicción de ser a la vez una norma moral, y por lo tanto de orden deontológico, y un principio consecuencialista. Es consecuencialista en cuanto nos obliga a pensar no tanto en las acciones en sí, sino en sus consecuencias como criterio para evaluar la pertinencia o no de una acción. La vieja disputa entre deontologismo y consecuencialismo puede resumirse en la famosa pregunta ¿Acaso el fin justifica los medios? Por supuesto, yo creo que no puede existir una respuesta sencilla a tal interrogante. Hay fines que justifican ciertos medios, pero también existen medios injustificables. Definir el momento exacto en que debe uno de apartarse del deontologismo y abrazar el consecuencialismo, o viceversa, es algo muy difícil de determinar. Una razón más por la que vivir es tan complicado.

6. Reflexiona sobre las posibles consecuencias de todos tus actos y reconoce que debes tomar responsabilidad de ellas.

A propósito, el octavo no-mandamiento en la lista es casi una epílogo al sexto, y nos recuerda que nuestra responsabilidad no tiene por qué circunscribirse necesariamente a la existencia presente, sino que bien puede tomar en cuenta los futuros estados posibles del mundo. Es decir, es una invitación a considerar a las futuras generaciones en nuestra toma de decisiones, y es un consejo especialmente valioso sobre todo en lo relativo a los temas ecológicos. Esto es así porque nos recuerda que debemos preservar nuestros recursos y riquezas naturales, no solamente por el bien de nuestra salud, nuestra economía y nuestro sentido del gusto, sino por el bien de aquellos que nos sucederán como habitantes de este planeta y que deseamos tengan la oportunidad de aprovechar sus belleza y sus recursos de la manera en que nuestra generación lo puede hacer.

8. Tenemos la responsabilidad de considerar a los demás, incluso a las generaciones venideras.

Retomando el orden previo, el consejo número siete es una formulación contemporánea de la Regla de Oro de la ética. A muchos les recordarán las palabras del Jesús bíblico, y esto no es casualidad pues el Jesús que aparece en la Biblia formula una versión de esta regla. Sin embargo, es importante tomar en cuenta que la Regla de Oro de la ética no es una patente exclusiva del cristianismo, distintas versiones de ella pueden encontrarse en varias culturas alrededor del mundo. Esta condición de cuasi-universalidad es lo que le ha ganado el renombre de Regla de Oro.

7. Trata a los demás como te gustaría que ellos te trataran a ti mismo, y de manera que tú razonablemente creas que quieren ser tratados. Toma en consideración su perspectiva.

La Regla de Oro me parece una de las mayores directrices de la vida moral. Aunque claro, llevarla a la práctica irreflexivamente puede ocasionar imposiciones injustas y sufrimiento. Un ejemplo mundano pero sencillo y claro ayudará a entender esta disyuntiva. Imaginemos que mi helado favorito es el de limón, siguiendo la Regla de Oro podría verme tentado a darles a todas las personas helado de limón aun cuando a ellas no les guste. Por supuesto, un segundo nivel de reflexión me llevará a darme cuenta de que lo que en realidad me gusta es saborear un helado que me cause placer, por lo cual me parecerá mejor preguntarle a cada persona por su tipo de helado favorito antes de imponerles un helado de limón. Claro está, un nuevo nivel de análisis superior me llevará a considerar que lo que en realidad me gusta no es tanto el helado, sino ingerir cosas que me parezcan sabrosas… y niveles de abstracción subsecuentes me llevarán a admitir que lo que en verdad quiero es sentir placer o evitar un estado incómodo como la sed o el hambre. La situación es compleja y nos demuestra lo complicado (y en muchos sentidos vano) que puede ser reducir la ética a un conjunto de reglas.

Llegando al final de la lista, el noveno consejo ha causado críticas pues asegura que no existe una manera correcta de vivir, lo que muchos han considerado como una aceptación del relativismo moral. Esta crítica se basa en un completo malentendido. Cuando algunas personas decimos que no hay una manera correcta de vivir la vida, o de organizar una sociedad, o de jugar un partido de futbol, lo que en realidad queremos decir es que hay muchas maneras de vivir una vida feliz y en armonía con los demás seres vivos, que existen varias maneras de organizar sociedades funcionales y que existen muchas formas en las que un partido de futbol puede ser entretenido.

Ciertamente esto no quiere decir que todo vale. Se pueden discutir que hay manera incorrectas de vivir, o de organizar una sociedad, y sin duda han habido y habrán partidos de futbol malísimos. Pero si nos preguntas ¿cómo debo de vivir? La respuesta es: construye tu vida tú mismo y no olvides considerar a los demás. Por ejemplo, si alguien nos pregunta cómo debe de desarrollar y practicar su sexualidad, le responderemos que hay miles de maneras de hacerlo: existen relaciones monógamas, polígamas, homosexuales, heterosexuales, con uno mismo; se puede elegir el celibato, usar máquinas, tener fetiches, practicar x o y posiciones, Etc. Etc. Etc. Sin embargo, pese a aceptar que no existe una manera correcta de experimentar la sexualidad, recriminamos y castigamos el forzar a alguien a tener sexo o el practicar relaciones sexuales con menores de edad. ¿Quieren llamar a esta postura relativista? Ciertamente es una moral más abierta que otras, pero no por eso deja de ser prescriptiva hasta cierto punto.

9. No existe una manera correcta de vivir.

Me parece que el verdadero valor de estos mal llamados mandamientos no está tanto en que puedan o no servir como una verdadera guía para los humanistas, sino en que pueden incentivarnos a reflexionar sobre la moral y las razones por las cuales actuamos como actuamos. Ciertamente uno de los aspectos que más valoro del proyecto es la negativa a presentar estos consejos de manera dogmática, ellos son producto de la reflexión racional y el debate. No son hechos dados y pueden ser modificados. De hecho la página que inició el proyecto sigue abierta y uno puede ir y publicar un consejo moral para que los demás lo vean[1]. A fin de cuentas, el dogma, ya sea por razones religiosas, políticas o ideológicas es pernicioso a largo plazo, el actuar irreflexivamente nos puede conducir por caminos indeseados, y la reflexión crítica y la discusión abierta de las ideas es la mejor manera de enfrentarnos a él.

10. Trata de hacer que el mundo sea un mejor lugar tras tu partida que cuando llegaste.



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[1] Atheist mind, humanist head.

domingo, 18 de octubre de 2015

La lucha estelar entre ciencia y filosofía


Hace más de medio siglo Charles Percy Snow observó que la vida intelectual de occidente se había dividido en dos culturas distintas, las ciencias y las humanidades. En la introducción de su libro Las dos culturas Snow relataba cómo en sus reuniones con intelectuales del gremio de las humanidades era frecuente que éstos se burlasen de cuan común era que los científicos nunca hubiesen leído obra alguna de Shakespeare. Un día, harto de aquella actitud, se le ocurrió preguntar a sus compañeros de mesa cuántos de ellos podrían explicarle en qué consistía la Segunda ley de la termodinámica. Ninguno le respondió, pese a que la Segunda ley de la termodinámica es el equivalente científico a Shakespeare. 

Esta “falla” en el mundo intelectual, para usar una analogía con la geología, parece estar hoy tan vigente como cuando Snow escribió su libro hace 56 años, o tal vez más vigente que nunca. De vez en cuando produce terremotos y sismos que preocupan y ocupan a los habitantes de ambos lados de la brecha. Como aquella vez en que los físicos Stephen Hawking y Leonard Mlodinow exclamaron que la filosofía había muerto o aquella otra en la que el filósofo Bruno Latour preguntaba para qué sirven los laboratorios y por qué la gente pagaba por mantener lugares que no sirven para nada en especial. 

            Peor aún, cada terremoto, lejos de ayudar a salvar la brecha, parece alejar cada vez más y más a las dos placas. Por un lado, los miembros más extremistas del bando científico, mejor conocidos por su alias de cientificistas, sostienen que todo lo que la filosofía o la poesía tiene que decir sobre el mundo es superfluo y vacío, y creen que inevitablemente cuestiones morales (como la distinción entre lo bueno y lo malo) y estéticas (cómo la diferencia entre lo bello y lo feo) pueden o podrán ser salvadas algún día utilizando los métodos de la ciencia. Además, sostienen arrogantemente que si un tema no puede ser contestado por medio de los métodos de investigación científicos, entonces toda discusión que de allí emane será sólo una pérdida de tiempo. Es cierto que la ciencia ha demostrado ser un medio muy poderoso para explorar el mundo, pero su éxito no debe hacernos pensar que es un método perfecto. A fin de cuentas, los conocimientos científicos son potencialmente provisionales, los mejores que se tiene sobre ciertos temas hasta el momento.

Por otro lado, los humanistas más extremos, usualmente referidos cómo posmodernos, sostienen que todas las ideas sobre el mundo tienen igual validez epistémica. De tal modo que cuestiones tales como si existe o no el calentamiento global; o sí las vacunas ayudan o no a combatir la enfermedad; o sí el sol es una enorme bola de plasma ardiendo o un espíritu brillante y amigable; son en última instancia igual de relativas y culturalmente determinadas cómo las ideas sobre lo bello y lo feo. Para ellos, los científicos no son más que meros charlatanes y hechiceros que han sustituido sus escobas por las batas de laboratorio.

Los posmodernos suelen ser intelectuales de izquierda que luchan por las causas de la igualdad de género, o la descolonización del mundo indígena, o el combate a la discriminación por homosexualidad; y en ese sentido comparto sus ideales políticos. Su actitud radical hacia la ciencia se debe a que han notado que en ocasiones el discurso político se disfraza, por decirlo de alguna manera, como científico para así justificar atrocidades. Cómo por ejemplo, el holocausto Nazi que se justificó en base al darwinismo social, aunque también la dictadura de Stalin se disfrazó con los mantos de un supuesto socialismo científico. Ciertamente esto ha sucedido, pero los posmodernos no parecen darse cuenta que una cosa es que un político o una empresa presenten un producto como científico y otra muy distinta es que sea científico. No obstante, basándose en esta observación, y por medio de un lenguaje poco claro y preciso, han llegado a las conclusiones extremas expuestas arriba. En ese sentido soy crítico de los posmodernos [hago esta aclaración porque he notado que muchos de ellos suelen confundir a todos sus críticos con gente conservadora]. 

Por eso es grato de vez en cuando toparse con discusiones racionales y sensatas entre personajes del mundo de las humanidades y de las ciencias, que demuestran que aún es posible y muy necesario construir puentes que ayuden a aliviar la distancia geográfica producida por la falla que rompe el paisaje del valle intelectual. Como una que acabo de leer entre el filósofo Julian Baggini y el físico Lawrence Krauss [1] que me provocó algunas gratas reflexiones. 

Me parece indudable que la ciencia es una herramienta muy útil para desarrollar explicaciones sobre nuestro mundo, desde el surgimiento de su método en el siglo XVII lo que sabemos sobre el universo, la vida y el ser humano ha aumentado exponencialmente y cambiado radicalmente nuestra percepción del mundo y de nuestro papel en él. Pero el éxito de la ciencia la enfrenta a cuestiones que no podrá responder en el plano meramente empírico. Tales como ¿hasta qué punto esas explicaciones crean modelos que corresponden a la realidad? ¿se puede conocer el mundo tal cual es verdaderamente? Y a todo esto ¿qué es la verdad? Para responder a esas preguntas será mejor que tanto la ciencia como la filosofía se ayuden mutuamente.                     

            Además, ¿qué puede decir la ciencia sobre las cosas que no tienen un sentido intrínseco sino meramente extrínseco, es decir, sobre aquellas cosas a las que los seres racionales damos un significado? ¿cuál es el sentido de la vida? La ciencia sólo puede afirmar que el sentido muy probablemente no es algo que pertenece a la vida. ¿el bien y el mal? De nuevo, la ciencia nos dice que no son atributos intrínsecos del mundo ¿tiene algún valor la búsqueda de la verdad como para que las sociedades escojan a la ciencia por sobre la magia o la religión? De nuevo, la ciencia simplemente nos dice que no hay nada en el mundo que hable sobre esto. 

Las respuestas que nos da la ciencia a estas preguntas son interesantes, pero poco satisfactorias. Las estrellas no son ni bellas ni feas, pero aun así yo siento bonito cuando las veo ¿cómo explico esto? Ciertamente como consecuencia de reacciones químicas y físicas en mi cerebro y en mis ojos, pero aun así ¿qué significa pensar que las estrellas son bonitas? Existen en el mundo religiones que nos ofrecen una lista de respuestas prefiguradas a cada pregunta que se nos ocurra, ese es la acepción original de catecismo, pero a los que amamos la razón y la investigación estas respuestas no nos satisfacen tampoco. 

Es allí donde nos acercamos a la filosofía. Ella nos brinda herramientas racionales, fundamentadas principalmente en la lógica y en el uso claro del lenguaje para buscar respuestas razonables a estas preguntas que nos inquietan. Por supuesto, sus respuestas, cómo las de la ciencia, no son definitivas aunque de un modo distinto. Tal vez hayamos descubierto que lo bonito no es un atributo de las estrellas, pero eso no significa que el sentimiento de lo bonito no forme parte del universo. Después de todo, yo veo cosas que me gustan más que otras y también formo parte del universo ¿no? Entonces puedo indagar sobre las propiedades que a mí me causan estupor y que a otros asco. Incluso puedo sistematizarlas y organizarlas de alguna manera, y discutirlas con otras personas que compartan o rechacen mi gusto por las estrellas.  Lo que es también muy importante, puedo leer y escribir poemas sobre ellas, o escuchar música mientras las veo ¡Y así enriquecer mi experiencia como astrónomo amateur! El mismo Shakespeare escribió un pasaje sobre las estrellas que en alguno de sus sentidos puede enriquecer esta entrada, 

¡Los hombres son algunas veces dueños de sus destinos! ¡La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos!

En fin. La ciencia y las matemáticas, como la filosofía y la literatura son herramientas muy útiles para enriquecer nuestra experiencia del mundo. Se complementan y se impulsan mutuamente. Además, tienen el valor agregado de ser apasionantes.

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[1] http://www.theguardian.com/science/2012/sep/09/science-philosophy-debate-julian-baggini-lawrence-krauss

domingo, 26 de enero de 2014

¿En qué creo?



Hace un año, una persona cercana a mi que se encontraba realizando un trabajo para un diplomado en teología me pidió le ayudara contestando unas preguntas personales. Sin más introducción para no aburrirlos, se las comparto. 

¿En qué crees? ¿Cuáles son los fundamentos o las bases de tu fe?



Creo que la verdad sobre las cosas se escapa eternamente de nuestro entendimiento. Considero que la realidad es unitaria, pero de una complejidad tan grande que su esencia escapará eternamente al conocimiento de mentes cómo las nuestras. También me parece que los seres humanos somos animales pensantes -aunque la profundidad de nuestro pensamiento sea discutible- y que por medio de este pensamiento somos capaces de crear ideas y de imaginar una rica pluralidad de uniones entre ellas. Como he dicho, nuestra imaginación es sumamente rica y, aunque esta riqueza es la que la hace sumamente valiosa como herramienta para entretejer ideas, también mengua su capacidad para explicar una realidad que no parece responder a nuestros deseos y suposiciones.  En este sentido, creo que la mejor manera de hacer aseveraciones sobre el universo, la sociedad, los demás y nosotros mismos es a través del contraste de nuestras percepciones de la realidad con las ideas que tenemos de ella. Precisamente porque nuestra imaginación, aunque poderosa, nunca podrá prever todos los escenarios posibles y por el hecho de que nuestras percepciones sobre la realidad no corresponden exactamente a ella, nunca podremos desarrollar una perfecta explicación de la realidad. Y aquí hay que aclarar un término, explicar no es lo mismo que conocer. Uno puede explicar porque la llamada inercia tiende a mantener las cosas en reposo o en movimiento sin que por eso comprenda que es la inercia o si quiera si ella existe o no verdaderamente. 



           Cuando se trata de explicar sociedades humanas y a nosotros mismos el procedimiento es esencialmente el mismo, aunque sumándole un mundo nuevo de significados e intenciones que los humanos hemos creado y que contrasta con el universo que -aparentemente- carece de significado e intención intrínseca. Creo en los sentimientos y en las ideas, en el amor y en la amistad, y vivo mi vida de tal manera que pueda compartirla de la manera más cómoda con las personas que nos rodean y que amo. 



            Ahora tocaré el caso que, según me deja ver el tercer ojo que tengo incrustado en mi frente, aquí nos interesa: el de la creencia en un dios. Yo solía creer en el dios cristiano cuando era pequeño, pero poco a poco empecé a descubrir lo que parece ser un universo enorme y de una duración temporal exorbitante en el que la especie humana solo habita un pequeñísimo, casi inexistente punto y durante un pequeñisimo, casi inexistente tiempo. Esta nueva percepción del universo contrastaba drásticamente con mi antigua percepción de un dios local, creador de la tierra y preocupado por los aspectos humanos. ¿Si los humanos eramos tan importantes para él, porque nos habría dado un lugar tan insignificante en su creación? 



También comencé a conocer otras culturas y descubrí que casi todas creían en dioses (o aspectos semejantes). Estos dioses eran claramente distintos unos de otros (algunos eran varios, otros eran unitarios, unos piadosos, otros indiferentes y otros vengativos) y descubrí que, por lo menos, todas esas religiones menos una debían de estar mal. Pero ¿Sí hay tantos dioses falsos porque el mio debía de ser el verdadero? ¿Por qué no saltarme un paso y eliminar también al mio? Inmerso en estas dudas me acerqué a pensadores que no creen en ningún dios, como Carl Sagan o Jean Paul Sartre, que me enseñaron que es posible entender el mundo, disfrutar la vida y amar personas sin la condición de creer en un ser superior. 
 
            Uno de los pilares de mi sistema de creencias es el hecho de que rechazo la posibilidad de la certeza absoluta. Entonces no puedo afirmar con total certeza que no exista ningún dios, sin embargo, por la manera particular en que he vendido a entender el mundo y a darle significado, considero que este problema está más allá de la duda razonable. Pero aun si decidiera creer en un dios ¿En cuál sería? ¿Cómo podría saber cuales son sus intereses y que desea de mi? ¿Cómo podría conocerlo? Son cosas que no puedo responder.



Finalmente, he llegado a entender el mundo sin la creencia en dios, actúo en mi vida diaria sin preocuparme por lo que un dios pudiera llegar a pensar de mi y espero el futuro de manera "estoica" sin rezar o pedir a ningún ser sobrenatural por que este corresponda a mis deseos. Entonces, ¿Cuál es la diferencia entre entender el mundo como si dios no existiera, actuar en él como si dios no existiera y esperar el futuro como si dios no existiera y no creer en ningún dios? La puede haber en el terreno filosófico de la epistemología y la ontogía, pero dudo mucho que exista en el campo pragmático. 



¿Qué podrías dejarle (en este sentido) a la siguiente generación? ¿Cómo podrías trasmitir esa fe a otros?


Les intentaré dejar el gusto por la libre autodeterminación y la capacidad de ser críticos consigo mismos y con los demás. Lo hago fomentando el pensamiento crítico, cuestionando las ideas preconcebidas y enseñando a dudar. Además, trato de transmitir por medio de mis acciones el amor para con uno mismo y con los demás seres humanos, y la capacidad de maravillarse con la vida. Pues también hay que transmitir una actitud positiva, que no se quede solo en la duda, sino que desee entender el mundo a partir de ella, en aproximaciones sucesivas y sabiendo que toda explicación es solo provisional. Así, deseo demostrar que la vida es maravillosa y valiosa por el hecho de ser efímera y que la mejor manera de disfrutarla es compartiéndola con los demás. Todo esto lo busco lograr por medio de la charla y el ejemplo.



Es a muy grandes rasgos lo que pienso.