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miércoles, 17 de febrero de 2016

Sobre los 10 (no)mandamientos para los humanistas del siglo XXI



¿Puede la moral ser producto de un proceso democrático? Eso piensan Lex Bayer y John Figdor quienes iniciaron en el 2014 un sitio web que invita a todas las personas a compartir un “mandamiento” con el resto del internet. Fruto de esta actividad fue una lista de 10 mandamientos para los ateos del siglo XXI. Un título que deja muchas cosas a considerar. Para empezar, el nombre “mandamiento” es poco exacto, puesto que la lista no trata de imponer órdenes y leyes morales a nadie, de hecho sería mucho más exacto quitar la palabra “mandamiento” del título y sustituirla por “consejo”. Pero obviamente este sería un título mucho menos taquillero y se perdería de paso la obvia referencia a los 10 mandamientos de la tradición judeocristiana. Incidentalmente, esta es también la razón por la que los autores seleccionaron solamente diez mandamientos de entre todas las sugerencias (en vez de, digamos, 11, 42 o 1764). Sí, yo entiendo a todos los amantes del diez, es un número muy bonito formado por la suma de los cuatro primeros números enteros positivos, pero no hay nada en él que compela a la moral a ajustarse a sus designios cuantitativos. Tampoco me parece correcta la inclusión de la palabra “ateo” en el título puesto que el ateísmo es simplemente una aseveración sobre el estado natural del mundo y, como tal, es moralmente neutral. Por sí misma, la visión atea del mundo no incentiva ni castiga ningún comportamiento. A mi parecer un término más adecuado pudo haber sido “humanismo laico”. En fin, podría seguir despotricando contra el título del artículo, pero ese no es el objetivo de esta entrada. De cualquier manera, la lista no debe tomarse como un estricto código de ética sino más bien como una invitación a reflexionar sobre las razones que guían nuestro actuar en el mundo.


     Empecemos por discutir la postura ética que existe detrás de una lista de normas morales. La idea que sostiene que la moral puede sujetarse a leyes de aplicabilidad universal y que las acciones de los seres pensantes son intrínsecamente buenas o malas se suele llamar deontología. La postura contraria, que sostiene que las acciones morales no deben juzgarse de acuerdo con leyes universales sino con respecto a sus consecuencias, recibe el nombre de consecuencialismo. A causa de ello, un consecuencialista evitará crear normas morales y juzgará sus acciones en el mundo según éstas colaboren o no a lograr un fin supremo (como, digamos, aumentar la felicidad o disminuir el sufrimiento). Ambas posturas, llevadas al extremo, conducen a encrucijadas éticas de difícil solución.

     Por un lado, la moral deontológica -con su afán de establecer leyes morales que puedan aplicarse a cualquier situación particular- se enfrenta tanto a la diversidad de la vida social como a nuestra interacción con los demás seres sensibles de la naturaleza; complejidad que engendra comúnmente circunstancias no previstas por ninguna norma. Ni siquiera la constitución más larga, con el reglamento más largo y extenso, puede aplicarse universalmente. Siempre habrán situaciones que no están contempladas en ninguna ley y es por eso que la interpretación del derecho es importante. El intento de encuadrar toda la actividad moral humana en un conjunto de diez normas es claramente un ejemplo de esta moral deontológica.

     El consecuencialismo, por otro lado, también tiene sus límites. Por ejemplo, imaginemos que alguien ha ideado un plan magnífico he infalible que eliminará la guerra del mundo, pero para llevarlo a acabo es necesario terminar con dos tercios de la población mundial. Un consecuencialista se verá tentado a considerar la opción de matar a varios miles de millones de personas con el fin de lograr una sociedad pacífica futura. Un deontologista, por el contrario, posiblemente considerará que el valor de una vida humana cualquiera es suficiente como para obligarnos a abstenernos de buscar la paz por aquel medio y, aunque deteste la guerra, reprobará el medio para su eliminación (eso sin mencionar que en la vida real difícilmente existen planes magníficos he infalibles).

     Aclarado lo anterior -y a sabiendas de que cualquier intento de enlistar reglas morales tenderá hacia el lado deontológico del espectro ético- reflexionemos un poco sobre el contenido de la lista. Llama la atención que sus tres primeros consejos expresen una actitud de inquisición, investigación y asombro ante el mundo. Prácticamente es el reconocimiento del método científico como la manera correcta de estudiar la naturaleza. Lo cual se admite explícitamente en el tercer punto. Lo más valioso de esta primera tercia me parece que radica en su rechazo a todos los tipos de dogmas, en cierta manera su mera existencia implica también su condición como consejos morales en vez de mandamientos. Esta cualidad los hace contrastar drásticamente con los tres primeros mandamientos de la tradición judeocristiana, de tendencia mucho más afín al dogmatismo.

1. Ten la mente abierta y estate siempre dispuesto a ajustar tus creencias a la evidencia.

2. Busca comprender lo que es más probable que sea cierto, y no lo que deseas que sea cierto.

3. El método científico es la manera más confiable que tenemos para conocer el mundo natural.

     El siguiente consejo de la lista se refiere a la relación de cada persona con su cuerpo y obviamente es una defensa de la libertad sexual y una condena a todos los tipos de maltrato físico. Posiblemente alguien pueda amparar en él una defensa del derecho al aborto, pero no estoy seguro si esta es una consecuencia que emane necesariamente de él. Por otro lado, el respeto al cuerpo humano es también una expresión de valores naturalistas. Pues para las personas que creemos que la conciencia es un producto de la materia, y no algo ajeno a ella, la existencia del cuerpo físico es una condición para que exista la mente. El cuerpo es para nosotros parte íntegra de nuestra propia identidad.

4. Cada persona tiene el derecho a elegir que hacer con su cuerpo.

Sobre el quinto no tengo mucho que decir. Me parece algo redundante, pero supongo que no sobra dadas las condiciones sociales actuales. Ojalá que en un futuro no muy lejano ya no sea necesario tener que estar recordándolo.

5. Ningún dios es necesario para ser una buena persona o para vivir una vida llena de significado.

El sexto consejo de la lista me parece el más curioso de todos. Guarda en su interior la contradicción de ser a la vez una norma moral, y por lo tanto de orden deontológico, y un principio consecuencialista. Es consecuencialista en cuanto nos obliga a pensar no tanto en las acciones en sí, sino en sus consecuencias como criterio para evaluar la pertinencia o no de una acción. La vieja disputa entre deontologismo y consecuencialismo puede resumirse en la famosa pregunta ¿Acaso el fin justifica los medios? Por supuesto, yo creo que no puede existir una respuesta sencilla a tal interrogante. Hay fines que justifican ciertos medios, pero también existen medios injustificables. Definir el momento exacto en que debe uno de apartarse del deontologismo y abrazar el consecuencialismo, o viceversa, es algo muy difícil de determinar. Una razón más por la que vivir es tan complicado.

6. Reflexiona sobre las posibles consecuencias de todos tus actos y reconoce que debes tomar responsabilidad de ellas.

A propósito, el octavo no-mandamiento en la lista es casi una epílogo al sexto, y nos recuerda que nuestra responsabilidad no tiene por qué circunscribirse necesariamente a la existencia presente, sino que bien puede tomar en cuenta los futuros estados posibles del mundo. Es decir, es una invitación a considerar a las futuras generaciones en nuestra toma de decisiones, y es un consejo especialmente valioso sobre todo en lo relativo a los temas ecológicos. Esto es así porque nos recuerda que debemos preservar nuestros recursos y riquezas naturales, no solamente por el bien de nuestra salud, nuestra economía y nuestro sentido del gusto, sino por el bien de aquellos que nos sucederán como habitantes de este planeta y que deseamos tengan la oportunidad de aprovechar sus belleza y sus recursos de la manera en que nuestra generación lo puede hacer.

8. Tenemos la responsabilidad de considerar a los demás, incluso a las generaciones venideras.

Retomando el orden previo, el consejo número siete es una formulación contemporánea de la Regla de Oro de la ética. A muchos les recordarán las palabras del Jesús bíblico, y esto no es casualidad pues el Jesús que aparece en la Biblia formula una versión de esta regla. Sin embargo, es importante tomar en cuenta que la Regla de Oro de la ética no es una patente exclusiva del cristianismo, distintas versiones de ella pueden encontrarse en varias culturas alrededor del mundo. Esta condición de cuasi-universalidad es lo que le ha ganado el renombre de Regla de Oro.

7. Trata a los demás como te gustaría que ellos te trataran a ti mismo, y de manera que tú razonablemente creas que quieren ser tratados. Toma en consideración su perspectiva.

La Regla de Oro me parece una de las mayores directrices de la vida moral. Aunque claro, llevarla a la práctica irreflexivamente puede ocasionar imposiciones injustas y sufrimiento. Un ejemplo mundano pero sencillo y claro ayudará a entender esta disyuntiva. Imaginemos que mi helado favorito es el de limón, siguiendo la Regla de Oro podría verme tentado a darles a todas las personas helado de limón aun cuando a ellas no les guste. Por supuesto, un segundo nivel de reflexión me llevará a darme cuenta de que lo que en realidad me gusta es saborear un helado que me cause placer, por lo cual me parecerá mejor preguntarle a cada persona por su tipo de helado favorito antes de imponerles un helado de limón. Claro está, un nuevo nivel de análisis superior me llevará a considerar que lo que en realidad me gusta no es tanto el helado, sino ingerir cosas que me parezcan sabrosas… y niveles de abstracción subsecuentes me llevarán a admitir que lo que en verdad quiero es sentir placer o evitar un estado incómodo como la sed o el hambre. La situación es compleja y nos demuestra lo complicado (y en muchos sentidos vano) que puede ser reducir la ética a un conjunto de reglas.

Llegando al final de la lista, el noveno consejo ha causado críticas pues asegura que no existe una manera correcta de vivir, lo que muchos han considerado como una aceptación del relativismo moral. Esta crítica se basa en un completo malentendido. Cuando algunas personas decimos que no hay una manera correcta de vivir la vida, o de organizar una sociedad, o de jugar un partido de futbol, lo que en realidad queremos decir es que hay muchas maneras de vivir una vida feliz y en armonía con los demás seres vivos, que existen varias maneras de organizar sociedades funcionales y que existen muchas formas en las que un partido de futbol puede ser entretenido.

Ciertamente esto no quiere decir que todo vale. Se pueden discutir que hay manera incorrectas de vivir, o de organizar una sociedad, y sin duda han habido y habrán partidos de futbol malísimos. Pero si nos preguntas ¿cómo debo de vivir? La respuesta es: construye tu vida tú mismo y no olvides considerar a los demás. Por ejemplo, si alguien nos pregunta cómo debe de desarrollar y practicar su sexualidad, le responderemos que hay miles de maneras de hacerlo: existen relaciones monógamas, polígamas, homosexuales, heterosexuales, con uno mismo; se puede elegir el celibato, usar máquinas, tener fetiches, practicar x o y posiciones, Etc. Etc. Etc. Sin embargo, pese a aceptar que no existe una manera correcta de experimentar la sexualidad, recriminamos y castigamos el forzar a alguien a tener sexo o el practicar relaciones sexuales con menores de edad. ¿Quieren llamar a esta postura relativista? Ciertamente es una moral más abierta que otras, pero no por eso deja de ser prescriptiva hasta cierto punto.

9. No existe una manera correcta de vivir.

Me parece que el verdadero valor de estos mal llamados mandamientos no está tanto en que puedan o no servir como una verdadera guía para los humanistas, sino en que pueden incentivarnos a reflexionar sobre la moral y las razones por las cuales actuamos como actuamos. Ciertamente uno de los aspectos que más valoro del proyecto es la negativa a presentar estos consejos de manera dogmática, ellos son producto de la reflexión racional y el debate. No son hechos dados y pueden ser modificados. De hecho la página que inició el proyecto sigue abierta y uno puede ir y publicar un consejo moral para que los demás lo vean[1]. A fin de cuentas, el dogma, ya sea por razones religiosas, políticas o ideológicas es pernicioso a largo plazo, el actuar irreflexivamente nos puede conducir por caminos indeseados, y la reflexión crítica y la discusión abierta de las ideas es la mejor manera de enfrentarnos a él.

10. Trata de hacer que el mundo sea un mejor lugar tras tu partida que cuando llegaste.



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[1] Atheist mind, humanist head.

jueves, 12 de abril de 2012

¿Qué es eso que llaman historia, con qué se come hoy y con qué se ha comido antes?


Sobre el Desarrollo del uso del Patrimonio Histórico en la Investigación Histórica

Dilthey describe el tiempo como una abstracción, un concepto inventado por los humanos para distinguir lo que ya no es de lo que es y de lo que algún día será. Desde este punto de vista, el presente es lo único seguro entre el eterno olvido del pasado y la completa ignorancia del futuro, pero además, es todo lo que existe. El presente que nos expone Dilthey es tan instantáneo que solo podemos tener conciencia de que existió a través de los recuerdos sobre él que han sobrevivido en nuestra memoria. Por eso, todo conocimiento que podemos hacer de lo que en algún momento fue presente tendrá que ser por medio de los restos que de él continúan existiendo al momento de tomar conciencia de que pasó.

            ¿Qué sucede cuando se desea conocer un pasado que se prolonga más allá de las vidas humanas? ¿Cómo es posible tener acceso a él? Evidentemente solo a través de los restos físicos que éste dejó y por medio de las leyendas y tradiciones que acuñó y aún sobreviven en la sociedad a estudiar. Pero las tradiciones y leyendas son subjetivas y mutan a gran velocidad, lo que hace necesario el estudio del patrimonio histórico (monedas, obras de arte, construcciones, documentos, utensilios, etc.) cuya existencia física lo hace más perdurable y objetivo, para poder desarrollar una historia verás.

                    Consultar las cosas que formaron parte del pasado para conocerlo. Esa parece una idea sensata, pero no siempre se ha pensado igual hacerca de las cosas que formaron el pasado y la manera en que las entendemos. Dedicaré esta entrada a explicar como a evolucionado el concepto de patrimonio histórico en la mente de los historiadores occidentales desde la época de los antiguos griegos hasta la actualidad.
       
Breve historia.

Cuando estudiamos la historia de la disciplina histórica, descubrimos que esta no es la idea estable y bien definida que algunos quisiéramos que fuese. En efecto, la historiografía nos enseña que la concepción que los distintos pueblos han tenido de la historia ha sido tan variada como las mismas culturas que forman parte de ellos. Para los primeros historiadores del mundo occidental, cómo Heródoto y Tucídides, el conocimiento histórico solo era accesible a través de la memoria de los vivos. En su época, el método histórico consistía en entrevistar a la mayor cantidad de personas que hubieran sido testigos del acontecimiento de interés para luego criticarlas a través de la técnica jurídica. La naturaleza de las fuentes en esta época era enteramente mental, solo se podía conocer del pasado lo que se recordaba en nuestras memorias.

            Eventualmente, este método se enfrentaba a tres grandes limitantes: 1) en primer lugar, impedía hacer historia sobre tiempos lejanos de los que no quedaran testigos vivos; 2) también se vio imposibilitado de hacer historias sobre grandes regiones; 3) finalmente, la gama de temas sobre los cuales un historiador podía hacer investigador era reducida, puesto que se limitaba a aquellas cosas que los testigos recordaban. Estas dificultades impulsaron a posteriores generaciones de historiadores a desarrollar un nuevo método. Por este motivo se creo el sistema que Collinwood denomina “tijeras y engrudo” que se usó desde la época helenística hasta el final de la Edad Media.

            La nueva técnica consistía en copiar en el trabajo de uno aquellos pasajes de los documentos de antiguos historiadores que uno considerara importantes. Pero este método, aunque resolvía en parte las limitaciones de la primera técnica, se enfrentaba a una nueva problemática: las autoridades. En efecto, si consideramos que el simple hecho del paso del tiempo conlleva lo que yo llamo una “selección natural” de todas cosas que han de sobrevivir al presente, entre las que encontramos tanto a las memorias como a los objetos físicos, y que el posterior trabajo de cualquier historiador sobre las mismas implica una reselección de estos acontecimientos, entonces trabajar enteramente y confiar ciegamente en estos trabajos de antiguos historiadores y cronistas –a los que llamamos fuentes de segundo grado- es ya una tarea poco científica que necesariamente tiene que ser complementada con nuevas fuentes de primer grado.

            Ya en el renacimiento, Descartes planteó que no era admisible confiar en las autoridades. Aseguro que los escritores de historias frecuentemente mentían, y cuando no, por lo menos omitían las escenas inconvenientes del pasado. Bajo esta observación negó la posibilidad del conocimiento histórico.

“Al que estudia con demasiada curiosidad lo que se hacía en los siglos pretéritos, ocúrrele de ordinario que permanece ignorante de lo que se practica en el presente. Además, las fábulas son causa de que imaginemos como posibles acontecimientos que no lo son; y aun las más fieles historias, supuesto que no cambien ni aumenten el valor de las cosas, para hacerlas más dignas de ser leídas, omiten por lo menos, casi siempre, las circunstancias más bajas y menos ilustres, por lo cual sucede que lo restante no aparece tal como es y que los que ajustan sus costumbres a los ejemplos que sacan de las historias, se exponen a caer en las extravagancias de los paladines de nuestras novelas y a concebir designios, a que no alcanzan sus fuerzas”. Descartes.

            Pero las aseveraciones de Descartes no desalentaron a los historiadores, quienes tomaron estas críticas como un reto que su disciplina debía superar para ser participe en la empresa del conocimiento. Por lo tanto se desarrollo un método histórico basado en la desconfianza de la autoridad, en la confrontación de las exposiciones de distintos autores y, -más importante para el tema en cuestión- al reducirse la confianza en las autoridades, se hacía pertinente encontrar fuentes históricas de primer grado, que sufrieran pocas alteraciones con el pasar del tiempo. De esta historiografía nació la idea de que el uso de vestigios físicos del pasado podía ser útil a la historia. Pero de poca utilidad resulta la iniciativa de estudiarlos si antes no se conservan y cuidan estos objetos para que futuras generaciones de historiadores tengan la oportunidad de usarlos como fuente para la crítica al trabajo de sus antecesores. No obstante, los restos físicos del pasado tuvieron que esperar otros doscientos años para que su conservación figurara como uno de los principales intereses sociales.

            La sociedad intelectual del siglo XVIII estaba decidida a cortar los lazos con el cristianismo que había regido el pensamiento europeo desde antes de la caida Roma. Estos autores querían demostrar que el presente ajeno al cristianismo era mejor que el pasado, lo que llevo a algunos de ellos, como Voltaire y Vico, a asegurar que la historia no solo estaba regida por el cambio, sino que progresaba. Sin embargo, como se había eliminado la idea de un Dios creador que dirigiera este progreso, se hacía necesario encontrar encontrar pruebas empíricas que lo demostraran. Inmiscuido en estas circunstancias nació la idea de la de que el patrimonio histórico debía de conservarse y su importancia para la investigación histórica se elevó a niveles sin precedentes.

“De esta manera el hombre del siglo XVII, que en la epistemología de Foucault se sitúa en el umbral de la época moderna, está preparado para impulsar campos especializados de indagación histórica, como los correspondientes a la arqueología y la prehistoria y a disciplinas afines como la etnología y la museología”. Ballart.

            Cómo bien explicó Ballart, fue éste el siglo que vio gestarse a la arqueología y al estudio de los tiempos prehistórico. Efectivamente, fue en está época cuando se realizaron las primeras excavaciones en Pompeya y en su cercana Herculano. Ambos son ejemplos de como la historiografía de aquel siglo encuentró, con mayor fuerza que en el siglo XVII, “el valor documental de los vestigios del pasado”.

            El siglo XIX ve desarrollarse esta idea de que los restos físicos del pasado son esenciales para la investigación histórica. La idea se llevó al punto en que surgió la historiografía positivista. Para esta corriente historiográfica el valor de una fuente es proporcional a su antigüedad y su relación con el suceso estudiado. Actitud que la llevó a desarrollar un especial interés por los archivos antiguos y disciplinas como la numismática y la paleografía. Este movimiento buscaba eliminar de la historia todo rasgo de lo que Pierre Nora llama “memoria” (los sentimientos, significados y recuerdos mentales, ya sean individuales o colectivos, como las leyendas) tratando de reducir la historia al estudio de los “hechos” del pasado.

            En el positivismo notamos la culminación de un proceso de transformación del pensamiento histórico, que recorre un largo trecho desde la tesis original de Heródoto que basaba toda investigación histórica en la memoria, hasta su antítesis positivista que busca fundamentar todo conocimiento histórico en restos empíricos del pasado, despreciando su significado y tratándolos como si fuesen meros “hechos” naturales. Correspondería a los filósofos de la historia de finales del siglo XIX y principios del XX, como Dilthey, Croce y Collinwood, tratar de sintetizar ambos argumentos en una nueva manera de dilucidar el pasado.

En la obra de Pierre Nora hayamos influencias del pensamiento de los filósofos mencionados en la última línea del párrafo anterior. Para él la historia esta compuesta por la conjunción de materia y simbolismo. Es decir, el fundamento sobre el cual empieza toda indagación histórica son los objetos materiales del pasado que sobreviven hasta nuestros días, por esta razón el patrimonio histórico posee un gran valor para la disciplina histórica; pero solamente en cuanto sea posible para el historiador extraer de él un significado. Con ello podemos concluir que para la historiografía contemporánea cualquier objeto tiene el potencial de servir a la investigación, trátese de un libro escrito hace 5 años, de un archivo que da información falsa, o de un edificio milenario en el centro de una antigua ciudad, siempre que el inquisidor sea capas de hallar en el un significado que lo ayude a encontrar respuestas a sus preguntas de investigación. Y como es imposible determinar que objeto podría ser algún día fuente de información para algún historiador, es importante como sociedad hacer un esfuerzo por conservar, en la medida de lo rentablemente posible, los objetos que hayan formado parte del pasado o que lo harán en algún momento. Y es así como sería imposible concebir la historiografía moderna si no existiera el patrimonio histórico.

 Conclusiones
La historia de la forma de hacer historia es la historiografía. En ella, los pueblos han expresado sus más profundas preocupaciones sobre el pasado y la manera en que creen poder acceder al conocimiento. Huizinga dijo que “Cada cual rinde cuentas de su pasado con arreglo a las pautas que le señalan su cultura y su concepción del mundo”. Para los antiguos griegos, por ejemplo, era el papel de los contemporáneos conservar en trabajos escritos el pasado reciente para que sus descendientes pudieran conocerlo. Para ellos el conocimiento histórico solo podía ser obtenido entrevistando a aquellos que habían vivido los acontecimientos a tratar, y el método jurídico de su tiempo era la mejor manera de extraer verdades de los testimonios humanos. En la edad media la utilidad de la historia era descubrir los planes de Dios. En esta época la manera que se creía más confiable para obtener conocimiento era a través las autoridades: como la Biblia, el Papa o los Doctores de la Iglesia; por eso no debe de extrañarnos que en aquel periodo las autoridades hayan sido las fuentes de la historia. En los siglos XVIII y XIX las ciencias naturales, y por excelencia la física, eran el modelo a seguir. Para las ciencias de esta época, la labor de investigación y el investigador eran agentes totalmente ajenos, y por eso mismo la historia debería de ser tratada como algo ajeno al investigador y a la cultura a la que este pertenecía, tarea que ahora sabemos imposible. 

                 Ya en la época moderna la ciencia sigue considerándose el método más eficaz para buscar la verdad, pero nuestra concepción del pasado y del papel que le atribuimos al investigador en la labor científica ha cambiado considerablemente. La sociedad actual siente un profundo interés por el estudio de la cultura, y la filosofía de la ciencia moderna -como la de Thomas S. Kuhn- a demostrado que es imposible separar por completo al investigador de lo investigado, pues el primero influye en los resultados que obtendrá del segundo desde el momento en que elige su problema de investigación y el proceso por el cual la realizará. Por eso “una Historia adecuada a nuestra cultura solo puede ser una Historia científica”, pero además, una que admite que su objeto de estudio es un fenómeno cultural y que el historiador, como ente particular de esa cultura, debe encontrar en él un significado. Pero la ciencia es también una búsqueda de la objetividad, se basa en evidencias materiales, y por lo tanto una historia científica no puede estar libre de las pruebas físicas que demuestren lo que se argumenta. A estas pruebas las llamamos testimonios históricos, y su papel es desempeñado, al día de hoy, precisamente por el patrimonio histórico.   

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Lecturas Recomendadas
-Ballart, Josep. El patrimonio histórico y arqueológico: valor y uso, Ariel, Barcelona, 2002, pp. 167-192.
-Collingwood, Robin, Idea de Historia, FCE, México, 2011.
-Descartes, René, Discurso del Método. Traducción y prólogo de Manuel García Morente, Bibliotecasgratis.com, URL: http://www.bibliotecagratis.com/autor/D/descartes_rene/discurso_del_metodo.htm, N/A, Consultado el 20/02/2012.
-Dilthey, Wilhelm, El mundo histórico, FCE, México, 1978.
-Huizinga, Johan, El Concepto de la Historia, FCE, 1992, pp.87-97.
-Kuhn, Thomas, La Estructura de las Revoluciones Científicas, FCE, México, 2010.
-Nora, Pierre, Between Memory and History: Les Lieux de Mémoire, University of California Press, URL: http://www.jstor.org/pss/2928520, 2008, consultado el 26/02/2012.


martes, 7 de febrero de 2012

¿Civilización o Cultura?


Sobre "Civilización" y "Cultura"
La necesidad de hacer una distinción entre cultura y civilización radica en que ambas son herramientas necesarias para el estudio de la sociedad, y su utilidad depende de que nos permitan identificar distintos rasgos o patrones dentro de esta. Poco servible sería el concepto de cultura si dijésemos que este abarca absolutamente todo lo que está relacionado con una sociedad, porque entonces una sociedad sería igual a una cultura y estaríamos cayendo en un pleonasmo al decir: las sociedades tienen cultura. Creo que esta idea se aclarará si recurrimos a una analogía: por ejemplo, sería de muy poca utilidad en un estudio sobre los mamíferos clasificarlos de acuerdo a si son vertebrados, puesto que todos los mamíferos por definición son vertebrados. Tal vez esto fue lo que quiso dar a entender Eagleton cuando dijo: “Incapaz de decir una cosa sin decirlo todo, la [palabra] cultura acaba por no decir nada”.

     Ahora que espero haya podido aclarar la necesidad de entender y distinguir los conceptos de cultura y civilización dedicaré la mayor parte de esta entrada a explicar la evolución de ambos conceptos en el tiempo, con la finalidad de poder dar a ambos una definición propia. 

     Lo primero que hay que aclarar es que, de hecho, ninguno de los dos es, en realidad, ni definición, ni término. No son definiciones porque no se tratan de objetos materiales susceptibles de ser expuestos de manera precisa y unánime; y tampoco son términos porque las ideas a las que hacen referencia no están incuestionablemente acotadas y mucho menos terminadas, puesto que emanan de sociedades en constante cambio que reflexionan sobre sí mismas y sobre las autoconcepciones que de ellas tienen. Cultura y civilización son conceptos porque nacen de ideas abstractas cuyo significado metafísico tratamos de encontrar a través del mismo pensamiento que les da origen, condenados a una eterna mutación consecuencia de las condiciones sociales del individuo que los genera. Y en este sentido, si deseamos entenderlos, debemos recurrir a la historia.


A través del tiempo


La primera persona, de la cual tengo conocimiento, que se rompió la cabeza tratando de definir el concepto cultura fue Francis Bacon. Él habló de cultura como si se tratase de “coulter”, una palabra en ingles que significa reja de arado, y propuso que la cultura es el cultivo del espíritu. De acuerdo con mi interpretación de esta definición la cultura tiene que ser forzosamente una herencia, puesto que tenemos que sembrar en nuestras mentes conocimientos que ya existen (habiendo estos sido descubiertas o inventadas por los humanos anteriormente) y posteriormente estos conocimientos germinarán en nuestros cerebros, en lo que podría llamarse una interpretación de los conocimientos e ideas de nuestra época. De esta forma, la cultura sería la herencia que obtenemos de nuestra sociedad, la forma en que entendemos e interpretamos personalmente esta herencia y la manera en que la aplicamos.

     Todavía en el siglo XVIII no existía una clara diferencia entre cultura y civilización. Para un pensador como el Marquis de Mirabeau la civilización era el refinamiento de los modales que le otorgaban a la sociedad su virtud y que son el origen de la humanidad. Mientras que para Edmund Burke la cultura era la idealización del propio orden social, osea, de la Imperial Gran Bretaña de su época, con lo cual se justificaba que los estados modernos de la Europa occidental invadieran a los estados premodernos del resto del mundo con el objeto de expandir su ideología. Podemos observar en ambos autores un chovinismo en el que se exalta la importancia de los valores y refinamientos de sus propias culturas, mientras que se consideraba retrasada al resto de la humanidad con respecto a ellas, incluso Mirabeau llega al extremo de decir que solo aquellas personas que compartían su civilización formaban parte de la humanidad. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo antes de que surgieran movimientos de protesta en contra de las ideas nacionalistas de Mirabeau y Burke.

     Los primeros relativistas sociales surgieron en Alemania ese mismo siglo. A Friederich Schiller, quien es mejor conocido por sus trabajos sobre el origen del estado, debe reconocércele como uno de ellos. Según él, la cultura es el fundamento sobre el cual se erigen todas las sociedades y por ello no puede mostrar preferencia por ninguna acción humana. Otro relativista, esta vez muy reconocido por su trabajo sobre el tema, fue Johann Herder - por cierto, considerado por algunos padre de la antropología- para quien la cultura no era el fruto de una historia unilineal, “sino una diversidad de formas de vida específicas, cada una con sus propias y peculiares leyes de evolución.” Sus ideas sin duda fueron revolucionarias para la época. Afirmó también, por ejemplo, que lo que una nación puede considerar indispensable puede nunca habérsele ocurrido a otra o puede ser considerado malo para una tercera. Otra de sus valiosas aportaciones fue haber dado a la “cultura de identidad” su sentido moderno, al asegurar que se trataba de una forma de vida característica de cierto grupo social y que hace que las personas se sientan identificadas con su lugar de nacimiento. Con ellos nació por primera vez, en la cabeza de un pensador occidental, la idea de que nuestra cultura no tiene por qué ser el centro del universo, ni por qué ser monopolizadora de la verdad, y, que de hecho, no es ninguna de las dos cosas. Estos pensadores acuñaron la idea de que las demás culturas y sociedades con las que compartimos el mundo merecen igual respeto que las nuestras. En sus puños estuvo lo que considero fue el cuarto golpe a el ego humano*. En fin, nos enseñaron que “cultura significa gente distinta”.

     No fue hasta la primera mitad del siglo XIX cuando se empezaron a notar los primeros esfuerzos serios por separar a la cultura de la civilización, que hasta ese momento habían sido conceptos muy vagamente definidos. En palabras de Bierstedt: “Un francés podría decir, por ejemplo, que América tenía civilización pero no cultura, otro que América tenía cultura pero no civilización, y ambos querían decir exactamente lo mismo”. Uno de los primeros en hacer una distinción fue Coleridge Tylor quien, al decir que la civilización debía fundamentarse en la cultura, quería decir que para ser ciudadanos debíamos ser primero humanos, pues para él la cultura era el desarrollo de las cualidades de nuestra humanidad. Por otro lado, Mathew Arnold pensaba que la civilización estaba en contra de todo lo que la cultura significaba. La cultura era la perfección de la moral, el intelecto y el camino hacia esa perfección, la civilización por su parte era agente represor de intelecto humano. Aunque ambos autores estaban de acuerdo en que la cultura era una idea positiva a lo que debíamos aspirar como humanidad; para Coleridge esta debería de servirnos como el cimiento sobre el cual construiríamos nuestra civilización , mientras que para Arnold la civilización representaba lo negativo, los baches y las bifurcaciones que trataban de dificultarnos nuestro viaje.

     Ya bien entrado el siglo XIX nació la idea de que la sociedad podía ser estudiada utilizando el mismo método científico que era usado para estudiar otras partes de la naturaleza. De ahí que científicos como Max Weber hayan contribuido a definir más nítidamente los conceptos de "cultura" y "civilización". Para Weber la civilización era el medio objetivo a través del cual se debería estudiar a la sociedad, entendiéndose esta como el conjunto de prácticas y técnicas artísticas -incluyendo el conocimiento-, que de ella formaban parte. Por otro lado la cultura tendría que ser el componente subjetivo de la sociedad: las ideas y los valores que la caracterizan. Está idea fue apoyada por Robert MacIver quién definió la civilización como el conjunto de instrumentos de una sociedad y a la cultura como un fin al que se aspira llegar. En ambos pensadores podemos notar ya un esfuerzo serio por hacer una distinción entre los dos conceptos, buscando con ello definir que partes de la sociedad podrían ser investigadas objetivamente a través de vestigios materiales, y como tales, serían objeto de la ciencia (la civilización); y cuales tendrían que ser investigadas a través de la razón y del pensamiento, en cuyo caso serían objeto de la filosofía (la cultura).

     Tanto Weber como MacIver, al encontrar en la civilización un componente de la sociedad susceptible a ser estudiado objetivamente abrieron la brecha para que nuevos investigadores intentaran comparar los niveles de civilización de distintas culturas y generarán una teoría de la evolución social. Tarea que fue llevada a acabo por estudiosos como Edward Tylor y Oswal Spengler. Tylor entendía la cultura como un “todo complejo” y proponía que el cambio de las sociedades a través del tiempo estaba regido por leyes históricas que podían ser descubiertas y entendidas. Por otro lado, la teoría de Spengler sobre la evolución social era más bien pesimista. Él sí hace una distinción clara entre cultura y civilización, ve a la civilización como el fin de la historia, pero no como un fin deseable sino más bien despreciable. La civilización representaba para él la supresión total de la libertad humana, y tenía que ser evitada a toda costa. La cultura, por el contrario, era la historia en su totalidad y cada una de sus partes. Encuentro en el desprecio de Spengler hacia la civilización una influencia de las ideas de Arnold. Tanto Spengler como Tylor contribuyeron a fundar una teoría de la evolución social que influiría en varios pensadores posteriores y que continua existiendo hasta nuestros días. No obstante, Tylor, al entender la cultura como un todo, cae en el problema de la sobregeneralización del concepto, cuya inutilidad ya he mencionado antes; y Spengler, por su parte, al descartar rotundamente a la civilización como fuente de progreso, quitó de su teoría una herramienta de suma importancia para el estudio social. En resumen, puedo decir que ambas teorías hacían agua, lo que motivó a que futuros pensadores las criticaran fuertemente.

     El principal opositor a la teoría de la evolución social fue Franz Boas. Para Boas, tanto Spengler como Tylor, al intentar comprender estructuras sociales que se encuentran más allá de la observación directa, entran en el terreno de la metafísica, por lo tanto su trabajo no se fundaba en evidencia empírica y debía ser desechado. Según su definición, cultura era el conjunto de las manifestaciones sociales, las reacciones de los individuos y los productos de sus actividades. Para él la comprensión de la sociedad era alcanzable solo a través del estudio del individuo, que es el único componente de la sociedad con el cual podemos tener un contacto físico. Al partir de los componentes más particulares de la sociedad, el método de estudio tendría que ser necesariamente inductivo. La historia tampoco era necesaria en el modelo de Boas, pues según él, la sociedad es el producto de una circunstancia social y si logramos conocer cabalmente el momento actual de la sociedad, la entenderíamos por completo, haciéndose así obsoleta la historia. Personalmente me párese que Boas tiene razón en este punto, si lográsemos conocer completamente el momento actual de la sociedad ya no necesitaríamos estudiar su pasado, pero debido a que la sociedad está en constante cambio, posee un carácter efímero e intervienen demasiados factores que hay que tomar en cuenta en este cambio, conocerla cabalmente en el momento “actual” es una tarea muy improbable (por no decir imposible) y por lo tanto el estudio histórico seguirá resultando de mucha utilidad durante al menos mucho, mucho, tiempo más. Con Boas se fundó una corriente dentro de las ciencias sociales que buscaba alejarse de lo general para entender lo particular, mientras que otro grupo de científicos buscaban exactamente lo contrario.

      Radcliffe-Brown resaltó la importancia del estudio de las estructuras sociales. Para él la cultura es (en palabras de Kahn) “lo que queda una vez que se sustrae la estructura social”.Por otro lado, Sorokin afirmaba que la civilizaciones no existen, diciendo que el concepto nació de la falta de distinción entre los varios tipos de sistemas culturales y un grupo organizado. “Lo que ellos llaman civilización es algunas veces uno de esos fenómenos y a veces el otro”. Considero que ambos autores hicieron una gran aportación el debate al haber resaltado la importancia del estudio de los sistemas y las estructuras sociales. De especial interés me resulta la separación que Radcliffe-Brown hace entre cultura y las estructuras de una sociedad.

     Alfred Kroeber fue un seguidor de Boas pero al mismo tiempo fue uno de sus más grandes críticos. Hace una distinción entre comportamiento y costumbres, uno propio del individuo y las otras de la cultura. También les otorgó a las estructuras sociales “orgánicas” un papel trascendente en su teoría. Con él la historia recobra valor, aunque no trascendente, pues niega la existencia de leyes sociales al considerar que la cultura no es el resultado de la acumulación de partes casuales. Para él cultura es “la mayor parte de las reacciones motoras, los hábitos, las técnicas, ideas y valores aprendidos y transmitidos y la conducta que provocan”. Su teoría intenta, desde mi punto de vista, construir un puente entre las ideas de Boas, centradas en lo particular y en la inducción, y las de los estructuralistas, quienes daban mayor importancia a la estructura social en general y a la deducción. De esta manera abriría el camino, probablemente sin quererlo, para las nuevas generaciones de evolucionistas sociales.

     Dos de aquellos evolucionistas fueron Arnold Tonybee y Leslie White. El primero consideró que la civilización y la sociedad eran la misma cosa, pero en distintos niveles de complejidad, donde la civilización es una cultura "avanzada". Él halló dos indicadores de civilización en las sociedades: 1)las instituciones que poseen y 2) la división de trabajo. estos dos indicadores han sido criticados por ambiguos y por ser encontrados en la mayoría de los grupos sociales. Por su parte White distinguió tres distintos niveles que integran la cultura: el ideológico, el tecnológico y el abstracto. Estos tres niveles se complementan e interactúan entre ellos para dar lugar a la compleja red que constituyen el tejido social. La distinción de niveles que usa White en su concepto de cultura me parece muy acertada y útil para la investigación social.

     Finalmente, llegamos a los lingüistas Ward Goodenough y Claude Lévi-Stratuss, cuyas formas de abordar la cultura difieren prácticamente en todos los aspectos, hasta podríamos considerarlos opuestos, pero guardan en común su punto de partida: la lingüística. Mientras por un lado Goodenough argumenta que el estudio de la cultura debe de estar basado en la construcción de modelos empíricos nacidos del estudio de la etnografía a través de la lingüística; para Lévi-Stratuss la información sobre la cultura no puede ser obtenida de manera directa, sino a través del pensamiento y, por tal motivo, se opone al empirismo. Sin embargo reconoce la importancia del estudio lingüístico. Me parece interesante destacar que a pesar de haber partido de tan alejados puntos, sus definiciones finales sobre la cultura son, hasta cierto punto, parecidas. Para ambos la cultura estaba separada del mundo físico y nacía en la mente de los individuos de una sociedad. Difieren en que para el primero la cultura es aquello que dirige el funcionamiento y el pensamiento de las personas; y para el segundo, esta es parte inherente del ser humano, diferente de su naturaleza biológica, pero yuxtapuesta a ella.

     En este último párrafo podemos observar marcadamente un fenómeno que se ha presentado una y otra vez a lo largo de la historia de los conceptos de civilización y cultura: una cierta polaridad. Como he tratado de plasmar a lo largo de todo este ensayo, la evolución de los conceptos en cuestión a través del tiempo no ha seguido en ningún momento una línea recta bien definida y progresiva, sino más bien varios e intrincados caminos que nos recuerdan a las ramas de un árbol que se extienden cada una por su propio camino, creciendo de vez en cuando alguna pequeña conexión entre ellas que permite el flujo de información entre dos tallos separados.



Mis conclusiones sobre la civilización y la cultura.

Espero haber podido dejar en claro que los conceptos de cultura y civilización son constructos flexibles que pueden arrojar distintos significados dependiendo de la manera en que los abordemos. Es muy importante también tener siempre presente que el significado que un investigador da a estos conceptos al momento de realizar su trabajo afectará significativamente el resultado de sus conclusiones, así como las interpretaciones de los lectores dependerán de sus propias definiciones. ¿De qué uso nos podría ser que un matemático tomara dos números dos y nos presentara un cuatro como resultado sin decirnos como lo obtuvo? No habría forma de saber si los sumó, los multiplicó o los potenció, y su afirmación carecería de valor si se tratará del primer paso en la demostración de un teorema. Por eso creo que es de vital importancia que los autores, al usar estos conceptos, dejen en claro la definición en la cual se estarán basando.

     Debido a que no existe una definición netamente acertada de cultura, cada quien tiene que desarrollar sus propias ideas al respecto, basándolas, por supuesto, en las definiciones que ya otros autores han trabajado antes de su tiempo. Resulta evidente que agarrar casi cuatrocientos años de reflexiones sobre el tema, ignorarlas y tirarlas a la basura es una idea mensa, por no decir suicida. Por eso es importante entender, aunque sea muy vagamente como en mi caso, la evolución de ambos conceptos a lo largo del tiempo antes de realizar nuestras propias sumersiones en el las turbias aguas de los mares de la cultura y la civilización.

     ¿Qué es para mí cultura? Yo mismo he respondido a esa pregunta de distintas manera a lo largo de mi corta vida. Hoy en día, en este momento y en este lugar, para mí la cultura es el conjunto de ideas y la cosmovisión de una sociedad, la forma en que las transmite a las siguientes generaciones y las interpretaciones que sus individuos hacen de ella. Es lo que queda de una sociedad una vez que extraemos toda la estructura social, como dijo Radcliffe-Brown, y el nivel ideológico de la sociedad que distingue White. Es, en pocas palabras, un elemento inmaterial de la sociedad.

     ¿Y la civilización? Desde mi punto de vista es el conjunto de estructuras sociales y los productos de una sociedad, emana de la cultura y es su representación física, aun así, es capaz de influir en ella. Es las estructuras que quita Radcliffe-Brown de la sociedad en su definición de cultura, y el nivel tecnológico de la sociedad que distingue White en la suya.

     Quiero resaltar el hecho de que es imposible trazar una raya clara que separe la civilización de la cultura, puesto que una siempre está influyendo a la otra. Por ejemplo, una religión, con su manera particular de ver el mundo, es cultura; mientras que su iglesia, con sus instituciones y sus objetos materiales, sería civilización. Sin embargo, esta relación entre religión e iglesia es bilateral y las divisiones entre ellas son difusas: lo que la iglesia y sus jerarcas decidan puede alterar el futuro de la religión, mientras que la religión por su parte también influye claramente en el futuro de la iglesia. De esta manera, no puede haber cultura sin civilización ni civilización sin cultura, son dos caras de la misma moneda. Entonces, cultura y civilización son herramientas útiles para la clasificación y el estudio social, en este sentido son como estuches y su tamaño y su forma variarán dependiendo del tiempo y el lugar de la fabrica en que las hayan manufacturado.

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*Los otros tres mencionados por Sigmund Freud: Copérnico al decir que no somos el centro del universo, Darwin al decir que no somos la creación favorita de un Dios y él mismo al decir que ni siquiera somos tan inteligentes como pensábamos.
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Lecturas Sugeridas:
-Bierstedt, Robert, “Indices of Civilization” en American Journal od Sociology, volúmen 75 número 5, Marzo 1966, pp.483-490.
-Eagleton, Terry La idea de cultura: una mirada política sobre los conflictos sociales, Barcelona, Pearson, 2001, pp.11-53.
-Kahn, J.S. El Concepto de Cultura: Textos Fundamentales, España, Anagrama, 1975, pp.9-27.
-Krotz, Esteban, “Cinco Ideas Falsas Sobre la Cultura” en Revista de la Universidad Autónoma de Yucatán, número 191, 1994, pp.31-36.