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miércoles, 17 de febrero de 2016

Sobre los 10 (no)mandamientos para los humanistas del siglo XXI



¿Puede la moral ser producto de un proceso democrático? Eso piensan Lex Bayer y John Figdor quienes iniciaron en el 2014 un sitio web que invita a todas las personas a compartir un “mandamiento” con el resto del internet. Fruto de esta actividad fue una lista de 10 mandamientos para los ateos del siglo XXI. Un título que deja muchas cosas a considerar. Para empezar, el nombre “mandamiento” es poco exacto, puesto que la lista no trata de imponer órdenes y leyes morales a nadie, de hecho sería mucho más exacto quitar la palabra “mandamiento” del título y sustituirla por “consejo”. Pero obviamente este sería un título mucho menos taquillero y se perdería de paso la obvia referencia a los 10 mandamientos de la tradición judeocristiana. Incidentalmente, esta es también la razón por la que los autores seleccionaron solamente diez mandamientos de entre todas las sugerencias (en vez de, digamos, 11, 42 o 1764). Sí, yo entiendo a todos los amantes del diez, es un número muy bonito formado por la suma de los cuatro primeros números enteros positivos, pero no hay nada en él que compela a la moral a ajustarse a sus designios cuantitativos. Tampoco me parece correcta la inclusión de la palabra “ateo” en el título puesto que el ateísmo es simplemente una aseveración sobre el estado natural del mundo y, como tal, es moralmente neutral. Por sí misma, la visión atea del mundo no incentiva ni castiga ningún comportamiento. A mi parecer un término más adecuado pudo haber sido “humanismo laico”. En fin, podría seguir despotricando contra el título del artículo, pero ese no es el objetivo de esta entrada. De cualquier manera, la lista no debe tomarse como un estricto código de ética sino más bien como una invitación a reflexionar sobre las razones que guían nuestro actuar en el mundo.


     Empecemos por discutir la postura ética que existe detrás de una lista de normas morales. La idea que sostiene que la moral puede sujetarse a leyes de aplicabilidad universal y que las acciones de los seres pensantes son intrínsecamente buenas o malas se suele llamar deontología. La postura contraria, que sostiene que las acciones morales no deben juzgarse de acuerdo con leyes universales sino con respecto a sus consecuencias, recibe el nombre de consecuencialismo. A causa de ello, un consecuencialista evitará crear normas morales y juzgará sus acciones en el mundo según éstas colaboren o no a lograr un fin supremo (como, digamos, aumentar la felicidad o disminuir el sufrimiento). Ambas posturas, llevadas al extremo, conducen a encrucijadas éticas de difícil solución.

     Por un lado, la moral deontológica -con su afán de establecer leyes morales que puedan aplicarse a cualquier situación particular- se enfrenta tanto a la diversidad de la vida social como a nuestra interacción con los demás seres sensibles de la naturaleza; complejidad que engendra comúnmente circunstancias no previstas por ninguna norma. Ni siquiera la constitución más larga, con el reglamento más largo y extenso, puede aplicarse universalmente. Siempre habrán situaciones que no están contempladas en ninguna ley y es por eso que la interpretación del derecho es importante. El intento de encuadrar toda la actividad moral humana en un conjunto de diez normas es claramente un ejemplo de esta moral deontológica.

     El consecuencialismo, por otro lado, también tiene sus límites. Por ejemplo, imaginemos que alguien ha ideado un plan magnífico he infalible que eliminará la guerra del mundo, pero para llevarlo a acabo es necesario terminar con dos tercios de la población mundial. Un consecuencialista se verá tentado a considerar la opción de matar a varios miles de millones de personas con el fin de lograr una sociedad pacífica futura. Un deontologista, por el contrario, posiblemente considerará que el valor de una vida humana cualquiera es suficiente como para obligarnos a abstenernos de buscar la paz por aquel medio y, aunque deteste la guerra, reprobará el medio para su eliminación (eso sin mencionar que en la vida real difícilmente existen planes magníficos he infalibles).

     Aclarado lo anterior -y a sabiendas de que cualquier intento de enlistar reglas morales tenderá hacia el lado deontológico del espectro ético- reflexionemos un poco sobre el contenido de la lista. Llama la atención que sus tres primeros consejos expresen una actitud de inquisición, investigación y asombro ante el mundo. Prácticamente es el reconocimiento del método científico como la manera correcta de estudiar la naturaleza. Lo cual se admite explícitamente en el tercer punto. Lo más valioso de esta primera tercia me parece que radica en su rechazo a todos los tipos de dogmas, en cierta manera su mera existencia implica también su condición como consejos morales en vez de mandamientos. Esta cualidad los hace contrastar drásticamente con los tres primeros mandamientos de la tradición judeocristiana, de tendencia mucho más afín al dogmatismo.

1. Ten la mente abierta y estate siempre dispuesto a ajustar tus creencias a la evidencia.

2. Busca comprender lo que es más probable que sea cierto, y no lo que deseas que sea cierto.

3. El método científico es la manera más confiable que tenemos para conocer el mundo natural.

     El siguiente consejo de la lista se refiere a la relación de cada persona con su cuerpo y obviamente es una defensa de la libertad sexual y una condena a todos los tipos de maltrato físico. Posiblemente alguien pueda amparar en él una defensa del derecho al aborto, pero no estoy seguro si esta es una consecuencia que emane necesariamente de él. Por otro lado, el respeto al cuerpo humano es también una expresión de valores naturalistas. Pues para las personas que creemos que la conciencia es un producto de la materia, y no algo ajeno a ella, la existencia del cuerpo físico es una condición para que exista la mente. El cuerpo es para nosotros parte íntegra de nuestra propia identidad.

4. Cada persona tiene el derecho a elegir que hacer con su cuerpo.

Sobre el quinto no tengo mucho que decir. Me parece algo redundante, pero supongo que no sobra dadas las condiciones sociales actuales. Ojalá que en un futuro no muy lejano ya no sea necesario tener que estar recordándolo.

5. Ningún dios es necesario para ser una buena persona o para vivir una vida llena de significado.

El sexto consejo de la lista me parece el más curioso de todos. Guarda en su interior la contradicción de ser a la vez una norma moral, y por lo tanto de orden deontológico, y un principio consecuencialista. Es consecuencialista en cuanto nos obliga a pensar no tanto en las acciones en sí, sino en sus consecuencias como criterio para evaluar la pertinencia o no de una acción. La vieja disputa entre deontologismo y consecuencialismo puede resumirse en la famosa pregunta ¿Acaso el fin justifica los medios? Por supuesto, yo creo que no puede existir una respuesta sencilla a tal interrogante. Hay fines que justifican ciertos medios, pero también existen medios injustificables. Definir el momento exacto en que debe uno de apartarse del deontologismo y abrazar el consecuencialismo, o viceversa, es algo muy difícil de determinar. Una razón más por la que vivir es tan complicado.

6. Reflexiona sobre las posibles consecuencias de todos tus actos y reconoce que debes tomar responsabilidad de ellas.

A propósito, el octavo no-mandamiento en la lista es casi una epílogo al sexto, y nos recuerda que nuestra responsabilidad no tiene por qué circunscribirse necesariamente a la existencia presente, sino que bien puede tomar en cuenta los futuros estados posibles del mundo. Es decir, es una invitación a considerar a las futuras generaciones en nuestra toma de decisiones, y es un consejo especialmente valioso sobre todo en lo relativo a los temas ecológicos. Esto es así porque nos recuerda que debemos preservar nuestros recursos y riquezas naturales, no solamente por el bien de nuestra salud, nuestra economía y nuestro sentido del gusto, sino por el bien de aquellos que nos sucederán como habitantes de este planeta y que deseamos tengan la oportunidad de aprovechar sus belleza y sus recursos de la manera en que nuestra generación lo puede hacer.

8. Tenemos la responsabilidad de considerar a los demás, incluso a las generaciones venideras.

Retomando el orden previo, el consejo número siete es una formulación contemporánea de la Regla de Oro de la ética. A muchos les recordarán las palabras del Jesús bíblico, y esto no es casualidad pues el Jesús que aparece en la Biblia formula una versión de esta regla. Sin embargo, es importante tomar en cuenta que la Regla de Oro de la ética no es una patente exclusiva del cristianismo, distintas versiones de ella pueden encontrarse en varias culturas alrededor del mundo. Esta condición de cuasi-universalidad es lo que le ha ganado el renombre de Regla de Oro.

7. Trata a los demás como te gustaría que ellos te trataran a ti mismo, y de manera que tú razonablemente creas que quieren ser tratados. Toma en consideración su perspectiva.

La Regla de Oro me parece una de las mayores directrices de la vida moral. Aunque claro, llevarla a la práctica irreflexivamente puede ocasionar imposiciones injustas y sufrimiento. Un ejemplo mundano pero sencillo y claro ayudará a entender esta disyuntiva. Imaginemos que mi helado favorito es el de limón, siguiendo la Regla de Oro podría verme tentado a darles a todas las personas helado de limón aun cuando a ellas no les guste. Por supuesto, un segundo nivel de reflexión me llevará a darme cuenta de que lo que en realidad me gusta es saborear un helado que me cause placer, por lo cual me parecerá mejor preguntarle a cada persona por su tipo de helado favorito antes de imponerles un helado de limón. Claro está, un nuevo nivel de análisis superior me llevará a considerar que lo que en realidad me gusta no es tanto el helado, sino ingerir cosas que me parezcan sabrosas… y niveles de abstracción subsecuentes me llevarán a admitir que lo que en verdad quiero es sentir placer o evitar un estado incómodo como la sed o el hambre. La situación es compleja y nos demuestra lo complicado (y en muchos sentidos vano) que puede ser reducir la ética a un conjunto de reglas.

Llegando al final de la lista, el noveno consejo ha causado críticas pues asegura que no existe una manera correcta de vivir, lo que muchos han considerado como una aceptación del relativismo moral. Esta crítica se basa en un completo malentendido. Cuando algunas personas decimos que no hay una manera correcta de vivir la vida, o de organizar una sociedad, o de jugar un partido de futbol, lo que en realidad queremos decir es que hay muchas maneras de vivir una vida feliz y en armonía con los demás seres vivos, que existen varias maneras de organizar sociedades funcionales y que existen muchas formas en las que un partido de futbol puede ser entretenido.

Ciertamente esto no quiere decir que todo vale. Se pueden discutir que hay manera incorrectas de vivir, o de organizar una sociedad, y sin duda han habido y habrán partidos de futbol malísimos. Pero si nos preguntas ¿cómo debo de vivir? La respuesta es: construye tu vida tú mismo y no olvides considerar a los demás. Por ejemplo, si alguien nos pregunta cómo debe de desarrollar y practicar su sexualidad, le responderemos que hay miles de maneras de hacerlo: existen relaciones monógamas, polígamas, homosexuales, heterosexuales, con uno mismo; se puede elegir el celibato, usar máquinas, tener fetiches, practicar x o y posiciones, Etc. Etc. Etc. Sin embargo, pese a aceptar que no existe una manera correcta de experimentar la sexualidad, recriminamos y castigamos el forzar a alguien a tener sexo o el practicar relaciones sexuales con menores de edad. ¿Quieren llamar a esta postura relativista? Ciertamente es una moral más abierta que otras, pero no por eso deja de ser prescriptiva hasta cierto punto.

9. No existe una manera correcta de vivir.

Me parece que el verdadero valor de estos mal llamados mandamientos no está tanto en que puedan o no servir como una verdadera guía para los humanistas, sino en que pueden incentivarnos a reflexionar sobre la moral y las razones por las cuales actuamos como actuamos. Ciertamente uno de los aspectos que más valoro del proyecto es la negativa a presentar estos consejos de manera dogmática, ellos son producto de la reflexión racional y el debate. No son hechos dados y pueden ser modificados. De hecho la página que inició el proyecto sigue abierta y uno puede ir y publicar un consejo moral para que los demás lo vean[1]. A fin de cuentas, el dogma, ya sea por razones religiosas, políticas o ideológicas es pernicioso a largo plazo, el actuar irreflexivamente nos puede conducir por caminos indeseados, y la reflexión crítica y la discusión abierta de las ideas es la mejor manera de enfrentarnos a él.

10. Trata de hacer que el mundo sea un mejor lugar tras tu partida que cuando llegaste.



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[1] Atheist mind, humanist head.

domingo, 18 de octubre de 2015

La lucha estelar entre ciencia y filosofía


Hace más de medio siglo Charles Percy Snow observó que la vida intelectual de occidente se había dividido en dos culturas distintas, las ciencias y las humanidades. En la introducción de su libro Las dos culturas Snow relataba cómo en sus reuniones con intelectuales del gremio de las humanidades era frecuente que éstos se burlasen de cuan común era que los científicos nunca hubiesen leído obra alguna de Shakespeare. Un día, harto de aquella actitud, se le ocurrió preguntar a sus compañeros de mesa cuántos de ellos podrían explicarle en qué consistía la Segunda ley de la termodinámica. Ninguno le respondió, pese a que la Segunda ley de la termodinámica es el equivalente científico a Shakespeare. 

Esta “falla” en el mundo intelectual, para usar una analogía con la geología, parece estar hoy tan vigente como cuando Snow escribió su libro hace 56 años, o tal vez más vigente que nunca. De vez en cuando produce terremotos y sismos que preocupan y ocupan a los habitantes de ambos lados de la brecha. Como aquella vez en que los físicos Stephen Hawking y Leonard Mlodinow exclamaron que la filosofía había muerto o aquella otra en la que el filósofo Bruno Latour preguntaba para qué sirven los laboratorios y por qué la gente pagaba por mantener lugares que no sirven para nada en especial. 

            Peor aún, cada terremoto, lejos de ayudar a salvar la brecha, parece alejar cada vez más y más a las dos placas. Por un lado, los miembros más extremistas del bando científico, mejor conocidos por su alias de cientificistas, sostienen que todo lo que la filosofía o la poesía tiene que decir sobre el mundo es superfluo y vacío, y creen que inevitablemente cuestiones morales (como la distinción entre lo bueno y lo malo) y estéticas (cómo la diferencia entre lo bello y lo feo) pueden o podrán ser salvadas algún día utilizando los métodos de la ciencia. Además, sostienen arrogantemente que si un tema no puede ser contestado por medio de los métodos de investigación científicos, entonces toda discusión que de allí emane será sólo una pérdida de tiempo. Es cierto que la ciencia ha demostrado ser un medio muy poderoso para explorar el mundo, pero su éxito no debe hacernos pensar que es un método perfecto. A fin de cuentas, los conocimientos científicos son potencialmente provisionales, los mejores que se tiene sobre ciertos temas hasta el momento.

Por otro lado, los humanistas más extremos, usualmente referidos cómo posmodernos, sostienen que todas las ideas sobre el mundo tienen igual validez epistémica. De tal modo que cuestiones tales como si existe o no el calentamiento global; o sí las vacunas ayudan o no a combatir la enfermedad; o sí el sol es una enorme bola de plasma ardiendo o un espíritu brillante y amigable; son en última instancia igual de relativas y culturalmente determinadas cómo las ideas sobre lo bello y lo feo. Para ellos, los científicos no son más que meros charlatanes y hechiceros que han sustituido sus escobas por las batas de laboratorio.

Los posmodernos suelen ser intelectuales de izquierda que luchan por las causas de la igualdad de género, o la descolonización del mundo indígena, o el combate a la discriminación por homosexualidad; y en ese sentido comparto sus ideales políticos. Su actitud radical hacia la ciencia se debe a que han notado que en ocasiones el discurso político se disfraza, por decirlo de alguna manera, como científico para así justificar atrocidades. Cómo por ejemplo, el holocausto Nazi que se justificó en base al darwinismo social, aunque también la dictadura de Stalin se disfrazó con los mantos de un supuesto socialismo científico. Ciertamente esto ha sucedido, pero los posmodernos no parecen darse cuenta que una cosa es que un político o una empresa presenten un producto como científico y otra muy distinta es que sea científico. No obstante, basándose en esta observación, y por medio de un lenguaje poco claro y preciso, han llegado a las conclusiones extremas expuestas arriba. En ese sentido soy crítico de los posmodernos [hago esta aclaración porque he notado que muchos de ellos suelen confundir a todos sus críticos con gente conservadora]. 

Por eso es grato de vez en cuando toparse con discusiones racionales y sensatas entre personajes del mundo de las humanidades y de las ciencias, que demuestran que aún es posible y muy necesario construir puentes que ayuden a aliviar la distancia geográfica producida por la falla que rompe el paisaje del valle intelectual. Como una que acabo de leer entre el filósofo Julian Baggini y el físico Lawrence Krauss [1] que me provocó algunas gratas reflexiones. 

Me parece indudable que la ciencia es una herramienta muy útil para desarrollar explicaciones sobre nuestro mundo, desde el surgimiento de su método en el siglo XVII lo que sabemos sobre el universo, la vida y el ser humano ha aumentado exponencialmente y cambiado radicalmente nuestra percepción del mundo y de nuestro papel en él. Pero el éxito de la ciencia la enfrenta a cuestiones que no podrá responder en el plano meramente empírico. Tales como ¿hasta qué punto esas explicaciones crean modelos que corresponden a la realidad? ¿se puede conocer el mundo tal cual es verdaderamente? Y a todo esto ¿qué es la verdad? Para responder a esas preguntas será mejor que tanto la ciencia como la filosofía se ayuden mutuamente.                     

            Además, ¿qué puede decir la ciencia sobre las cosas que no tienen un sentido intrínseco sino meramente extrínseco, es decir, sobre aquellas cosas a las que los seres racionales damos un significado? ¿cuál es el sentido de la vida? La ciencia sólo puede afirmar que el sentido muy probablemente no es algo que pertenece a la vida. ¿el bien y el mal? De nuevo, la ciencia nos dice que no son atributos intrínsecos del mundo ¿tiene algún valor la búsqueda de la verdad como para que las sociedades escojan a la ciencia por sobre la magia o la religión? De nuevo, la ciencia simplemente nos dice que no hay nada en el mundo que hable sobre esto. 

Las respuestas que nos da la ciencia a estas preguntas son interesantes, pero poco satisfactorias. Las estrellas no son ni bellas ni feas, pero aun así yo siento bonito cuando las veo ¿cómo explico esto? Ciertamente como consecuencia de reacciones químicas y físicas en mi cerebro y en mis ojos, pero aun así ¿qué significa pensar que las estrellas son bonitas? Existen en el mundo religiones que nos ofrecen una lista de respuestas prefiguradas a cada pregunta que se nos ocurra, ese es la acepción original de catecismo, pero a los que amamos la razón y la investigación estas respuestas no nos satisfacen tampoco. 

Es allí donde nos acercamos a la filosofía. Ella nos brinda herramientas racionales, fundamentadas principalmente en la lógica y en el uso claro del lenguaje para buscar respuestas razonables a estas preguntas que nos inquietan. Por supuesto, sus respuestas, cómo las de la ciencia, no son definitivas aunque de un modo distinto. Tal vez hayamos descubierto que lo bonito no es un atributo de las estrellas, pero eso no significa que el sentimiento de lo bonito no forme parte del universo. Después de todo, yo veo cosas que me gustan más que otras y también formo parte del universo ¿no? Entonces puedo indagar sobre las propiedades que a mí me causan estupor y que a otros asco. Incluso puedo sistematizarlas y organizarlas de alguna manera, y discutirlas con otras personas que compartan o rechacen mi gusto por las estrellas.  Lo que es también muy importante, puedo leer y escribir poemas sobre ellas, o escuchar música mientras las veo ¡Y así enriquecer mi experiencia como astrónomo amateur! El mismo Shakespeare escribió un pasaje sobre las estrellas que en alguno de sus sentidos puede enriquecer esta entrada, 

¡Los hombres son algunas veces dueños de sus destinos! ¡La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos!

En fin. La ciencia y las matemáticas, como la filosofía y la literatura son herramientas muy útiles para enriquecer nuestra experiencia del mundo. Se complementan y se impulsan mutuamente. Además, tienen el valor agregado de ser apasionantes.

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[1] http://www.theguardian.com/science/2012/sep/09/science-philosophy-debate-julian-baggini-lawrence-krauss

jueves, 17 de septiembre de 2015

Los verdaderos patriotas hacen preguntas.



Admito que nunca he cantado con orgullo el himno mexicano, ni he sido uno de esos patriotas que gritan con fervor el 16 de septiembre y que me importa un carajo la bandera nacional. Creo que esos símbolos, si bien dan cierto tipo de cohesión e identidad a la población, son una herramienta ideada por los gobiernos para acrecentar su poder de manipulación sobre nosotros "¡Tienes que morir por la patria!" Han exclamado varios "¡Los verdaderos patriotas obedecen!" Han continuado.  Pues no me parece. Creo que el patriotismo así formulado lleva a la formación de una sociedad manipulable, xenofóbica e incluso tal vez racista. 

      ¿Qué es para mí ser un patriota? Para mí un patriota es aquel que se preocupa por mejorar las condiciones de vida de las personas que comparten el mismo sistema jurídico en que vive. Es decir, que viven en su mismo Estado y bajo las mismas leyes. El verdadero patriota pues, es aquel que respeta la ley, que fomenta su respeto y su aplicación, y  que al mismo tiempo se preocupa por entablar discusiones racionales y legales con sus compatriotas para decidir que leyes es conveniente modificar en un momento dado, y cuáles no. Un patriota así entendido también es aquel que sabe que no lo sabe todo sobre la política y la vida social, y que por lo tanto está dispuesto a escuchar lo que los demás tienen que decirle. Es una persona crítica. 

      Toda buena crítica debe empezar por reconocer las cosas que le parecen acertadas y que considera pertinente conservar. Así, reconozco que en los últimos 20 años ha habido un movimiento en el país hacia la formación de un Estado Garante. Es decir, aquel que al menos tiene entre sus propósitos defender los derechos humanos y las libertades políticas (o el derecho a la no opresión política). Es también una forma de gobierno en la que se reconoce que no existen políticas buenas a priori, por lo que sabe que a menudo cometerá errores y que será necesario tener medios para detectarlos y corregirlos. Ciertamente no es un estado perfecto.

      En México, la transición hacia el Estado Garante se ha estancado desde hace ya varios años, y sé que es difícil que la población civil presione al gobierno cuando la Constitución que estipula sus derechos para hacerlo es poco respetada. El que la ley significa poco para los poderosos en nuestro país parece ser un hecho, esto lo ejemplifican los varios casos de corrupción en el gobierno y la impunidad vigente. Sólo por mencionar un caso, en Yucatán desaparecieron unos 110 millones de pesos durante la gestión de una gobernadora que estaban destinados a la construcción de un hospital en Tekax. Hoy en día el dinero sigue desaparecido, el hospital no existe y la persona que gobernaba es diputada de la República. No escribo a adrede el nombre de la mandataria pues, amparándose en un supuesto derecho al olvido, la clase política mexicana ha conseguido que el IFAI remueva de los buscadores, bajo solicitud previa,  las páginas de internet que mencionan sus nombres en situaciones poco cómodas. Y este es sólo un ejemplo de cientos. Sobra mencionar aquí el caso de la Casa Blanca que llegó a su fin de manera patética. 

      La corrupción y la impunidad son a mi juicio los dos grandes fenómenos que hoy en día se oponen a la consolidación del Estado Garante en México. Y estos factores no son sólo endémicos a la clase política. Recientemente en Mérida, Pemex descubrió que un empresario importante de la región le ponía etanol a la gasolina en las gasolineras de su propiedad. Este crimen amerita según la ley el retiro de la concesión a su propietario. Es cierto que el caso es reciente, pero nada parece indicar que se vayan a realizar los juicios pertinentes. El capitalismo en un sistema corrupto degenera en capitalismo clientelista, fenómeno que también interrumpe la formación de un estado garante en el país, la lucha contra la pobreza, la justa remuneración del trabajo y el cuidado del medio ambiente. 

      Lo que es aún peor, ante la adversidad ningún partido político parece tener el compromiso de luchar por un Estado dónde las leyes se respeten. Hasta la fecha, el PRI jamás ha sido ni revolucionario ni institucional. El PAN en el poder se ha mostrado muy tímido a la hora de castigar la corrupción y parece haber encontrado cierto gozo en participar de ella. La social democracia que supuestamente representa el PRD ha degenerado en un partido de sectas y clientelismo. Y ante el oscuro panorama, Morena ha hecho negocio vendiendo esperanza a la gente y un candidato presidencial que no se caracteriza por ser muy respetuoso de las instituciones, ni muy tolerante a la hora de juzgar a los que sostienen ideas políticas contrarias a la suya. No me parece entonces que exista ninguna opción viable en los partidos políticos para continuar el proceso de construcción del Estado Garante mexicano. 

Carl Sagan, de quien he tomado el título de esta entrada, escribió en una ocasión. 

[Thomas] Jefferson era un estudioso de la historia, no sólo la historia acomodaticia y segura que alaba nuestra propia época, país o grupo étnico, sino la historia real de los humanos reales, nuestras debilidades además de nuestras fuerzas. La historia le enseñó que los ricos y poderosos roban y oprimen si tienen la mínima oportunidad […] Enseñó que todo gobierno se degenera cuando se deja solos a los gobernantes, porque éstos –por mero hecho de gobernar- hacen mal uso de la confianza pública. El pueblo, en sí, decía, es la única fuente prudente de poder.
Pero le preocupaba que el pueblo –y el argumento se encuentra ya en Tucídides y Aristóteles- se dejase engañar fácilmente. Por eso defendía políticas de seguridad, de salvaguardia. Una era la separación constitucional de los poderes; de ese modo, varios grupos que defendieran sus propios intereses egoístas se equilibrarían unos a otros e impedirían que ninguno de ellos acabase con el país: las ramas ejecutiva, legislativa y judicial; la Cámara de Representantes y el Senado; los estados y el gobierno federal. También subrayó, apasionada y repetidamente, que era esencial que el pueblo entendiera los riegos y beneficios del gobierno, que se educara e implicara en el proceso político. Sin él, decía, los lobos lo engullirán todo.
        Cómo ya lo señalaba Jefferson, no es sorprendente entonces que las soluciones parezcan descansar en las manos de la sociedad civil organizada. Pero el camino por esta vía también es difícil. Hay que ser inteligentes. Manifestémonos, escribamos, critiquemos, ejerzamos nuestra ganada libertad de expresión, y defendámosla de los que desean vernos callados. Aprovechemos las puertas que el derecho internacional nos abre, como demuestra el caso de Ayotzinapa, el gobierno ha firmado una gama variada de tratados internacionales que lo comprometen a proteger los derechos humanos. Usemos estas vías. Para combatir la corrupción y la impunidad no debemos fomentar acciones personalistas venidas de un líder carismático, sino el respeto a las instituciones, a la ley y al derecho del juicio digno. Sí, lo admito, las vías legales son mucho más aburridas y menos espectaculares que las decisiones arbitrarias impulsadas por el movimiento del dedo índice de un presidente todo poderoso; pero hay que defender su uso pues ellas precisamente existen para protegernos de los líderes todos poderosos. En suma, hay que pasar lista de lo que hemos ganado y lo que no queremos perder antes de empezar cualquier camino de reforma. Hay que saber escuchar a nuestros críticos y, sobre todo, hay que ser críticos de nosotros mismos.

domingo, 19 de mayo de 2013

Una acotación al asunto de la libertad



¡Oh, la libertad! Ese asunto tan discutido y quizá tan poco entendido.  He notado que vivimos en un mundo donde muchas personas sufren su día a día por no sentirse independientes y libres. ¿Independientes de qué? De las circunstancias, de los otros por supuesto. Bien, creo que su problema radica en que tienen un concepto equivocado de la libertad. La libertad individual encuentra sus límites allí donde se topa con las restricciones del mundo físico y las impuestas por otros.

            Todas las cosas humanas suceden en algún contexto histórico específico, y todas tenemos que aprender a adaptarnos a las mareas del tiempo si deseamos sobrevivirlo. Pero esta adaptación, además de ser necesaria, es condicionada; porque las opciones para adaptarse con éxito no son infinitas. A causas similares corresponden efectos similares, y un orden social no presenta posibilidades estructurales ilimitadas.

           En este mundo, tu libertad, la mía, la libertad del individuo en geneal es de esta cualidad limitada. El mundo no se amolda a nuestra voluntad. Así, la persona más libre, y sé que esto es paradójico, es aquella que entiende mejor los límites que la estructura impone sobre ella y actúa conforme a estos. Una persona no puede construir nada sin fundamentar sus acciones, consciente o inconscientemente, en el ir y venir de la geografía, de las civilizaciones, de la sociedad, de la economía, de la política y de los otros individuos.

          Los que no entienden cuáles son los límites que se postran sobre su persona están condenados al fracaso. Ni siquiera los reyes aguantan el gigantesco peso de las circunstancias; por eso Carlos V se condenó cuando desperdició sus fuerzas físicas y su capital político en la pugna por lograr que Felipe, su hijo, heredara el trono del Sacro Imperio Romano Germánico de Occidente. Resulta imposible ver cómo pudo haber ganado

Circunstancias: 1 - Magnánimos Soberanos: 0
           
           Caso contrario sucedió con Felipe II, el Rey Prudente, quien, conociendo cuales eran los límites de su mismo poder, ante la inseguridad de los caminos europeos, ordenó, en pleno entendimiento de las circunstancias, que toda su correspondencia fuera transportada por las vías terrestres más seguras, sin importar que fuesen las más lentas. Lo ideal hubiese sido maximizar velocidad y seguridad, pero Felipe entendió que esto no era posible, y se vio forzado a optar por una. 
    
           Estos límites no sólo se imponen sobre los individuos, sean campesinos o reyes de la mitad del globo. Incluso los mayores imperios, esos enormes aparatos estatales, sufren su yugo. Ningún estado es omnipotente. Siempre están compuestos de personas y, no importa que tan lejos o cerca aspiren a llegar, si no cuentan con un número suficiente de ellas que estén capacitadas, no podrán realizar sus proyectos; por más que sean posibles para la época. Por eso Venecia no podía, en el siglo XVI, tener una armada del calibre de La Armada Invencible. Aunque contara con los recursos, carecía del material humano. 

            Además, los estados necesitan ganarse el apoyo de las personas de alguna manera. Si no se convence a la población de que es mejor obedecerlas, las leyes siempre pueden ser rotas. Por eso las constantes luchas de los gobiernos contra el hurto, el comercio ilegal, las conspiraciones, etc. Y como si no fuera ya suficiente tener que lidiar con su propia gente, y con las civilizaciones a las que estas pertenecen, los estados están obligados a existir en el mundo con otros estados.

            Sé lo que dicen, somos las personas las que hacemos nuestra historia y por lo tanto el futuro está en nuestras manos. Esto es cierto, pero la ecuación no es tan sencilla. Para usar la metáfora de Sartre, el ser humano crea sus propias cadenas, pero no puede elegir no tenerlas. Idea que resumió en su famosa frase: “Está condenado a ser libre”. En efecto, parece ser que la humanidad tropieza sin cesar con sus múltiples pies. Y que no puede caminar de otro modo.  Toda solución (Y habría que preguntar qué se entiende por solución) trae nuevos problemas, aviva viejos rencores y crea nuevos intereses. El capitalismo abolió la servidumbre y la esclavitud, pero genero nuevas condiciones de explotación; espero que más para bien que para mal. Así, también, el comunismo soviético eliminó el imperio del capital, pero trajo consigo el socavamiento del individuo. Tal vez, al final, todo sea cuestión de elegir entre males distintos, de acuerdo con el lado hacia dónde se incline nuestro corazón.

           No olvidemos que vivimos en un mundo gobernado por leyes naturales y que somos, antes que nada, seres biológicos. Animales que se creen racionales, que constantemente nos negamos a aceptar que no somos del todo dueños de nuestros sentimientos. Es un mundo, además, que compartimos con otras siete mil millones de personas que tienen, en potencia, tanta libertad como nosotros. Es evidente que uno no puede ser muy libre en un mundo así. 
    
             ¿Quiero decir con esto que no somos libres? ¡Claro qué no! Por supuesto, es un asunto muy complicado. Constantemente estamos tomando decisiones, y elegir entre dos o más opciones es reflejo de nuestra libertad en algún sentido. De lo que no somos dueños es de elegir las consecuencias de esas decisiones. Soy libre de subir esta entrada a internet, pero no soy libre de decidir lo que la gente que lo encuentre hará con ella. Ser libre no se trata poder hacer lo que uno quiere, sino saber aprovechar lo que uno tiene. Sonreír con lo que se posee. Saber lo que uno puede hacer, conocer lo mejor posible las consecuencias de cada acto, decidir dentro de las posibilidades y asumir las responsabilidades. 

          Nacemos en un contexto social que ofrece posibilidades limitadas; en un mundo que debemos compartir con otras personas que piensan, sienten y se preocupan por cosas distintas que nosotros; en un universo donde las rocas son como son y no como deseamos que sean. Lo que nos queda es aprender cuales son nuestros límites, a comprender que las demás personas son -en potencia- libres en la misma medida que nosotros, a elegir actuar de forma congruente con nuestras posibilidades, a asumir las responsabilidades, a amar a aquellos con los que compartimos la vida, a disfrutar lo que nos ha tocado vivir y a sorprendernos con las maravillas del universo y los misterios de la existencia.