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domingo, 26 de enero de 2014

¿En qué creo?



Hace un año, una persona cercana a mi que se encontraba realizando un trabajo para un diplomado en teología me pidió le ayudara contestando unas preguntas personales. Sin más introducción para no aburrirlos, se las comparto. 

¿En qué crees? ¿Cuáles son los fundamentos o las bases de tu fe?



Creo que la verdad sobre las cosas se escapa eternamente de nuestro entendimiento. Considero que la realidad es unitaria, pero de una complejidad tan grande que su esencia escapará eternamente al conocimiento de mentes cómo las nuestras. También me parece que los seres humanos somos animales pensantes -aunque la profundidad de nuestro pensamiento sea discutible- y que por medio de este pensamiento somos capaces de crear ideas y de imaginar una rica pluralidad de uniones entre ellas. Como he dicho, nuestra imaginación es sumamente rica y, aunque esta riqueza es la que la hace sumamente valiosa como herramienta para entretejer ideas, también mengua su capacidad para explicar una realidad que no parece responder a nuestros deseos y suposiciones.  En este sentido, creo que la mejor manera de hacer aseveraciones sobre el universo, la sociedad, los demás y nosotros mismos es a través del contraste de nuestras percepciones de la realidad con las ideas que tenemos de ella. Precisamente porque nuestra imaginación, aunque poderosa, nunca podrá prever todos los escenarios posibles y por el hecho de que nuestras percepciones sobre la realidad no corresponden exactamente a ella, nunca podremos desarrollar una perfecta explicación de la realidad. Y aquí hay que aclarar un término, explicar no es lo mismo que conocer. Uno puede explicar porque la llamada inercia tiende a mantener las cosas en reposo o en movimiento sin que por eso comprenda que es la inercia o si quiera si ella existe o no verdaderamente. 



           Cuando se trata de explicar sociedades humanas y a nosotros mismos el procedimiento es esencialmente el mismo, aunque sumándole un mundo nuevo de significados e intenciones que los humanos hemos creado y que contrasta con el universo que -aparentemente- carece de significado e intención intrínseca. Creo en los sentimientos y en las ideas, en el amor y en la amistad, y vivo mi vida de tal manera que pueda compartirla de la manera más cómoda con las personas que nos rodean y que amo. 



            Ahora tocaré el caso que, según me deja ver el tercer ojo que tengo incrustado en mi frente, aquí nos interesa: el de la creencia en un dios. Yo solía creer en el dios cristiano cuando era pequeño, pero poco a poco empecé a descubrir lo que parece ser un universo enorme y de una duración temporal exorbitante en el que la especie humana solo habita un pequeñísimo, casi inexistente punto y durante un pequeñisimo, casi inexistente tiempo. Esta nueva percepción del universo contrastaba drásticamente con mi antigua percepción de un dios local, creador de la tierra y preocupado por los aspectos humanos. ¿Si los humanos eramos tan importantes para él, porque nos habría dado un lugar tan insignificante en su creación? 



También comencé a conocer otras culturas y descubrí que casi todas creían en dioses (o aspectos semejantes). Estos dioses eran claramente distintos unos de otros (algunos eran varios, otros eran unitarios, unos piadosos, otros indiferentes y otros vengativos) y descubrí que, por lo menos, todas esas religiones menos una debían de estar mal. Pero ¿Sí hay tantos dioses falsos porque el mio debía de ser el verdadero? ¿Por qué no saltarme un paso y eliminar también al mio? Inmerso en estas dudas me acerqué a pensadores que no creen en ningún dios, como Carl Sagan o Jean Paul Sartre, que me enseñaron que es posible entender el mundo, disfrutar la vida y amar personas sin la condición de creer en un ser superior. 
 
            Uno de los pilares de mi sistema de creencias es el hecho de que rechazo la posibilidad de la certeza absoluta. Entonces no puedo afirmar con total certeza que no exista ningún dios, sin embargo, por la manera particular en que he vendido a entender el mundo y a darle significado, considero que este problema está más allá de la duda razonable. Pero aun si decidiera creer en un dios ¿En cuál sería? ¿Cómo podría saber cuales son sus intereses y que desea de mi? ¿Cómo podría conocerlo? Son cosas que no puedo responder.



Finalmente, he llegado a entender el mundo sin la creencia en dios, actúo en mi vida diaria sin preocuparme por lo que un dios pudiera llegar a pensar de mi y espero el futuro de manera "estoica" sin rezar o pedir a ningún ser sobrenatural por que este corresponda a mis deseos. Entonces, ¿Cuál es la diferencia entre entender el mundo como si dios no existiera, actuar en él como si dios no existiera y esperar el futuro como si dios no existiera y no creer en ningún dios? La puede haber en el terreno filosófico de la epistemología y la ontogía, pero dudo mucho que exista en el campo pragmático. 



¿Qué podrías dejarle (en este sentido) a la siguiente generación? ¿Cómo podrías trasmitir esa fe a otros?


Les intentaré dejar el gusto por la libre autodeterminación y la capacidad de ser críticos consigo mismos y con los demás. Lo hago fomentando el pensamiento crítico, cuestionando las ideas preconcebidas y enseñando a dudar. Además, trato de transmitir por medio de mis acciones el amor para con uno mismo y con los demás seres humanos, y la capacidad de maravillarse con la vida. Pues también hay que transmitir una actitud positiva, que no se quede solo en la duda, sino que desee entender el mundo a partir de ella, en aproximaciones sucesivas y sabiendo que toda explicación es solo provisional. Así, deseo demostrar que la vida es maravillosa y valiosa por el hecho de ser efímera y que la mejor manera de disfrutarla es compartiéndola con los demás. Todo esto lo busco lograr por medio de la charla y el ejemplo.



Es a muy grandes rasgos lo que pienso.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Sobre la espiritualidad en el materialismo y los simpáticos amigos plutonianos


Imaginemos que en Plutón habita una civilización de hormigas extraterrestres que ha logrado desarrollar  una técnica artística sorprendente. A ellas nunca les llamaron la atención la tecnología ni la ciencia, durante toda su historia solo se han dedicado al arte. Escriben poemas tan armoniosos que las obras de Pablo Neruda, José Espronceda y Sor Juana nos parecerían producto de fetos aún no paridos si las comparáramos. Sus pinturas son tan bellas que, de ser puestas a lado de las mejores de Rembrandt  y Giotto, estás últimas  parecerían más bien basura. Y su música, ¡Ni que hablar! Si la escuchásemos seguro mandaríamos quemar todas las partituras de Tchaikovsky, Bach y Mozzart; inservible escoria. 

            ¡Vaya que sería hermoso que esta civilización existiera! Si la encontráramos ¡Cuántas cosas tan bellas veríamos y oiríamos!, ¡Cuántas hermosas emociones nuevas experimentaríamos! Sin embargo, debido al relativo diminuto tamaño de nuestros simpáticos seres artistas y a que nunca desarrollarán tecnología suficiente como para crear radiotelescopios o cosas semejantes, la única manera de que podamos corroborar su existencia es yendo a Plutón y aparcando nuestra nave espacial junto a uno de sus hormigueros (obras maestras de la arquitectura galáctica, por cierto).

            Bien, entonces actualmente no tenemos medios para probar que esta civilización realmente exista (¡y a mi me encantaría que así fuese!), como tampoco tenemos medios para probar que no exista. ¿Vale la pena discutir sobre su existencia, puramente teórica? ¿Vale la pena dejar de producir arte, pues, de existir esta civilización, solo estaríamos desperdiciando nuestro tiempo? ¿Dejamos algo tan importante, como es el arte, en manos de una civilización que igual puede existir que no hacerlo? ¿Vale la pena invertir nuestros esfuerzos económicos, tecnológicos y sociales en llegar a Plutón para corroborar esta hipotética existencia? Plutón es una gran piedra, contra la cual no tengo ninguna mala opinión, y probablemente aprenderíamos cosas interesantes si la visitásemos aun a pesar de que sus hipotéticos habitantes resultaran no existir. Sin embargo, podríamos invertir ese dinero y esfuerzo en cosas más urgentes: como en proteger al medio ambiente, mejorar la educación, hacer más y mejores investigaciones, o incluso ir a otros planetas como Marte o Júpiter; que son mucho más llamativos que Plutón y en los cuales también podrían habitar civilizaciones muy exóticas  -para nosotros, claro- e interesantes.

            Yo no le doy muchas vueltas al asunto, hago mi vida de tal forma que no dependa de la existencia de los Plutonianos. Para mí, los Plutonianos bien pueden existir o no hacerlo. Si existen ¡Qué bien! Y si no, no me afecta. Cuando actuo en mi vida doy por supuesto que los Plutonianos no existen. Tal vez en algún lejano futuro prenda la tele y me entere, en las noticias, que los astronautas humanos llegaron a Plutón y se satisficieron con las hermosas obras de arte que allí vieron; pero mientras ese día no llegue, actuaré, viviré y pensaré como lo haría si los Plutonianos no existieran. Mi pensamiento acerca de la existencia de Dios es el mismo.

Dios puede existir o no existir. Si existe ¡Qué genial! Y si no, no me afecta. Al igual que con los Plutonianos; cuando actuó, vivo y pienso, doy por supuesto que Dios no existe; ningún dios. Y así, doy por supuesto que dios no existe cuando decido como actuar; doy por supuesto que dios no existe cuando decido como pensar; doy por supuesto que dios no existe cuando  vivo mis sentimientos; doy por supuesto que dios no existe, en fin, cuando hago mi vida. Entonces, aunque no pueda afirmar con absoluta certeza que ningún dios existe, ¿Cuál es la diferencia entre dar por supuesto que dios no existe al actuar, pensar, sentir y vivir, y no creer en dios? Ninguna práctica. Por eso soy una persona atea.

            Sin embargo, el que sea una persona atea no quiere decir que no experimente cierto tipo de espiritualidad. No me mal entiendan; tampoco creo en el alma, ni en las energías paranormales, ni en ninguna de esas especulaciones metafísicas. Para mí, la espiritualidad es algo de suma importancia -semejante al arte-, que no puede ser dejada en manos de un “tal vez, quien sabe”. La experimento cada vez que observo al universo y trato de imaginar lo enormemente vasto que es, es de una exorbitante envergadura tal que mi imaginación no se da abasto en la tarea; cada vez que trato de entender a las personas y nuestras sociedades; cada vez que pienso en los pequeños átomos y sus partículas viajando en el vacío...

En esos momentos, mientras lucho por intentar comprender la totalidad de las cosas, hay un instante en el que entiendo que yo soy parte de ella. Soy parte del universo.             Asomémonos por nuestras ventanas y miremos una estrella (sí es de día, eviten mirar el Sol); piensa en su enorme tamaño; sábete minúsculo en comparación con ella; piensa en toda la cantidad de átomos de hidrógeno que deben de estar chocando caóticamente en su interior; piensa en los millones de kilómetros que han  recorrido sus fotones de luz, para que en un minúsculo fragmento de instante entren en tu retina y exciten tus bastones y conos; piensa en todo el tiempo que les tomó recorrer esa distancia; piensa también en que los átomos de hidrógeno que fusiona son iguales a los que circulan en los glóbulos rojos de tu sangre, a los que componen las células de tu piel, iguales a los que forman parte de las neuronas de tu cerebro; células cerebrales que en estos momentos se comunican en patrones igual de caóticos a los de los átomos de hidrógeno chocando en el interior de la estrella; y de cuyos caóticos patrones de comunicación, nace tu pensamiento, tu identidad. Naces tú.

Piensa en las semejanzas que tienes con esa estrella, ambos están hechos de materia, ambos están sujetos a las mismas leyes naturales, ambos nacieron y ambos morirán, ambos son descomunalmente pequeños cuando se les compara con el universo... Después de todo, esa fría y distante estrella y tú resultaron tener muchas cosas en común. Cuando uno se da cuenta de que forma parte de todo, de que hay un continuo entre uno mismo, lo infinitamente pequeño y lo exorbitantemente grande; esa es para mí la experiencia espiritual.

            ¿Creo en algún ser superior? Creo en mi familia, creo en la sociedad que me rodea, creo en la humanidad, creo en los átomos y las galaxias, creo en la conciencia, creo en la vida, creo en la historia, creo en el futuro, creo en el tiempo, creo en que lo ignoro casi todo –sino es que todo-, creo en el universo.

            Para muchos estas creencias podrán sonar como cosas materiales [de hecho, lo son]; pero para mi, son las cosas en las que puedo creer, pues puedo probar su existencia. No las entiendo, y no creo nunca entenderlas cabalmente. Pero sé que están ahí. Las pruebas me lo corroboran. No se necesita entender algo para saber que existe; pero si se necesita probarlo.

            La vida es solo una breve iato de tiempo en nuestro estado permanente de rocas para contemplar el universo antes de volvernos piedras nuevamente. Reconozco que la realidad me rebasa, que ignoro por completo lo que en verdad es; que mí vida es fugaz y efímera; que lo que llamamos totalidad, nuestra vida, no es nada para los estándares universales; que el universo es cosmos, pero también es caos. Todas estas son cosas que me asombran, pero también me asustan. A este interesante y profundo sentimiento, atrapado en algún rincón del camino entre la fascinación y el terror, lo llamo el misterio de las cosas.

            Para mí, ésta es la espiritualidad; y no necesita de dioses ni de otros entes metafísicos para ser sentida. Solo requiere de materia y de las ideas y los sentimientos que ésta puede generar. En otras palabras: La espiritualidad se basta con lo que somos.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Un Instante, la Eternidad y la Efimeridad de la Vida


Un salto cuántico,
el spin de un átomo,

el latido de un corazón.

Una idea,
una frase,
un sueño.

La vuelta de la tierra,
un ciclo lunar,
un circulo alrededor del sol.

Una infancia,
una vida humana,
todas las vidas humanas.

Una era,
una vida de una estrella,
la vida de todas las estrellas.


El universo mismo.

Hasta el más largo de todos los tiempos
se reduce a un instante
ante la marcha imperturbable de la eternidad.


Miré a la eternidad a la cara,
 y desaparecí.


Hace ya algún tiempo alguien me preguntó que era para mí un instante. Me tomó un largo tiempo crear una respuesta que guardara sentido con lo que he vivido y con los múltiples significados que se le han dado a esta palabra. Porque un instante puede usarse para describir cualquier cosa, desde un salto cuántico en el tiempo hasta el universo mismo. Al final, escribí los versos que se leen más arriba.

       Inicié haciendo la siguiente analogía: “Un punto es al espacio, como un instante es al tiempo”. Y me topé con un nuevo problema ¿Qué es un punto? “Pues un punto es -me dije- un trozo de espacio tan pequeño que su área vale cero. Algo sin área no puede ser algo, por lo tanto un punto no es nada –pensé- ¡y sin embargo es algo!” Y así concluí que un punto es un espacio tan pequeño que no es nada, pero que, sin embargo, es algo. Y entonces deduje: “lo mismo debe de aplicar al instante en su relación con el tiempo”.

        Solo una aclaración antes de seguir, es cierto que en un sentido estricto ni los instantes ni los puntos existen, porque la realidad es una totalidad. No admite divisiones, ni siquiera acepta ser partida en dos cosas tan básicas como tiempo y espacio. Sin embargo, la realidad es bastante caótica y confusa para seres con una inteligencia tan limitada como la nuestra, y por eso nos vemos obligados a clasificarla y dividirla para poder entenderla. En ese sentido tanto los puntos como los instantes existen, son conceptos que –surgidos de nuestra desesperación por explicar una realidad tan complicada- nos ayudan a entenderla de alguna manera.

        Retomemos entonces el tema. Fijémonos en los versos con los que comencé que toda dimensión depende de la escala desde la cual hagamos la observación. Así cómo en el espacio nosotros vivimos en “un punto, sobre un punto, sobre un punto, sobre un punto” (lo cual –por cierto- nos vuelve ridículamente pequeños a escala cósmica), en el tiempo somos “un instante, de un instante, de un instante, de un instante”. También aquí somos ridículamente efímeros a una escala cósmica. Así hago la siguiente pregunta –un tanto confusa, pero guarda algo de sentido-  ¿Cuál es la diferencia entre “algo que no es nada sin dejar de ser algo” que está contenido dentro de otro “algo que no es nada pero sin dejar de ser algo”, y la nada? Evidentemente para alguien que observe el panorama desde muy lejos no habrá ninguna diferencia, pero ésta será mucha –incluso tal vez llegando a ser la totalidad- para un observador en ese “algo que no es nada pero sin dejar de ser algo”.

        Usaré números redondos solo para poner las cosas en perspectiva: Una vida humana dura en promedio 70 años; toda la historia escrita data de hace apenas 5 mil años; se calcula que la agricultura se inventó –tal vez en un acto de desesperación- hace solo 10 mil; algunos antropólogos fechan la aparición del Homo sapiens hace 50 mil años, la del hombre de Cro-Magnon hace 130 mil y la del Homo herectus hace 2 millones. De repente nos parecería que hace mucho tiempo que nuestros antepasados empezaron a caminar en dos patas ¿No? Pero la realidad siempre encuentra la manera abofetearnos: los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años y ¡aparecieron hace 228 millones! Lo cual quiere decir que merodearon este planeta durante muchísimo tiempo más que el que nosotros llevamos siendo “Homos”; algunas cifras sugieren que los seres multicelulares se desarrollaron hace 2 mil millones de años. En este punto, nuestra vida de 70 años se siente descorazonadamente insignificante, sin embargo, falta más; se calcula, con base en los fósiles, que la vida apareció en la tierra hace 4 mil millones de años, solo -¡¿Solamente?!- 500 millones de años después de que la tierra se formara; nuestro sol es una estrella de tercera generación (lo que quiere decir que la materia que lo conforma ha sido parte, en el pasado, de otras dos generaciones de estrellas que explotaron) y se formó a partir de una nube de polvo hace 5 mil millones de años; para no hacerles el cuento todavía más largo, ¡han pasado 13,700 millones de años desde el Big Bang! Creo que cualquiera estaría de acuerdo con migo si digo que 70 en una escala de 13,700 millones es completamente irrelevante. Es más, solo por el gusto de humillarnos, colocaré un número junto al otro: 

70 – 13,700,000,000 

¡Que divertido! Y sin embargo ¿Qué es un número tan enorme de años frente a la eternidad? No es nada. Cuando mucho, y en esto le haríamos un favor, podríamos darle el calificativo de instante.

       Si un instante de tiempo “es nada sin dejar de ser algo”, entonces la eternidad es enteramente lo contrario: “es todo sin llegar a ser la totalidad”. Porque, no importa que tan lejos pensemos, siempre habrá un tiempo más largo. La eternidad es una enorme máquina indetenible que destruye todo a su paso. Sí, el tiempo lo borra todo, pero también acaba con aquello sobre lo que se escribió y con aquel que lo escribió.

       A veces soñamos con la inmortalidad, con trascender en la sociedad. Con nunca ser olvidados. Pero sueños así solo prolongan lo inevitable y, además, no lo prolongan de forma perceptible. ¿Qué tanto podremos trascender? ¿Cien años? ¿Mil? ¿Diez mil? ¿Cien mil? ¿Un millón? Si acaso la humanidad llegara a durar tanto, ¿Quién podría interesarse por lo que pasó durante 70 años hace un millón de años? (suponiendo que hubiese forma de saberlo). Tarde o temprano, por más Platón, Einstein, Darwin o Pitágoras que seamos, la historia nos olvidará. Ni siquiera la humanidad durará para siempre. A veces, en mis momentos de locura, pienso que por eso le tememos a la muerte, porque nos recuerda lo que somos: nada.

       Entonces ¿Cuál es el valor de la vida? Recordemos el problema de las escalas; aquel punto que lo es todo en cuanto es un punto. No hay nada que forme parte de un punto que no esté en él. Un punto es una pequeña totalidad, en este sentido, también lo es un instante. También hay otro argumento más globalizador, recordemos que ni los puntos ni los instantes existen, todo forma parte de una sola unidad. James Gleick dijo sobre los fractales:

Es difícil romper el habito de pensar sobre las cosas en términos de que tan grandes son y que tanto duran. Pero […], para algunos elementos de la naturaleza, buscar una escala característica se vuelve una distracción.[…] Las categorías despistan. Los extremos de un continuo forman una sola pieza con los del  centro.

(Un fractal es una estructura compleja en distintas escalas). 
       
      Hemos concluido que un instante es “nada sin dejar de ser algo”. Nosotros solo somos un punto en una línea que avanza infinitamente, eventualmente dejaremos de existir. El valor de la vida no se encuentra en ser nada, sino en que es algo. En que sucede. Y la mejor manera de disfrutarla es compartiendo nuestra efimeridad con las demás personas. Sagan dedicaba a su esposa su libro Cosmos con la siguiente frase: "En la vastitud del espacio y en la inmensidad del tiempo mi alegría es compartir un planeta y una época con Annie".

       Pasarla bien en soledad es, también, esencial para disfrutar la vida, para ello es necesario aceptarse a uno mismo. "Moriré y me olvidarán". Ese es, para mí, el primer paso para lograrlo.

       Pero quizá Pessoa sea el que mejor ha podido expresar la maravilla en la efímeridad:
El Valor de las cosas no está en el tiempo que ellas duran, sino en la intensidad con que suceden. Por eso existen momentos inolvidables, cosas inexplicable y personas incomparables.

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Lecturas recomendadas:
-Lean a Fernadno Pessoa.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Mesoamérica: ¿Una o varias religiones?

Esta pregunta ha sido la razón de grandes discusiones, y diálogos un tanto menos violentos, entre distintos científicos. La razón es que las religiones que encontramos relacionadas con las distintas culturas del área poseen los mismos fundamentos básicos; es casi como si se hubieran construido sobre los mismos pilares.
Un ejemplo muy claro de este curioso fenómeno lo encontramos si comparamos los nombres de los dioses de la lluvia entre algunas de las distintas culturas del área: Quiáhuitl, nombre alternativo del dios Tlaloc de los nahuas, puede ser traducido al español como “lluvia”, el dios de la lluvia en Cholula se llamaba coincidentemente Chiconahui Quiáhuitl, Dzahui (para los mixtecas) y Mu’ye (de los otomís), comparten un significado parecido. Uno de los múltiples significados de Chaac también es lluvia y el dios purépecha Tirípeme Curicaueri significa “agua que se descuelga”. Esto es debido, probablemente, a que las civilizaciones mesoamericanas no se formaron como resultado de procesos aislados unos de otros, sino que compartieron un acervo común, del cual emanaron posteriormente distintas manifestaciones culturales.
(Tres mascarones de Chaac -dios maya de la lluvia- debajo de un mascarón superior de Tlaloc -dios náhuatl del mismo fenómeno-, en la ciudad de Maya Puuc de Uxmal en Yucatán).

Un mundo compartido.

Como explica el Dr. López Austin, no hay hasta el momento razones para pensar que las antiguas religiones de los mesoamericanos fueran distinguidas unas de otras. Es incluso plausible sugerir que la identidad cosmológica jugó un importante papel a la hora de establecer relaciones sociales y económicas entre los distintos pueblos mesoamericanos, pues eran poseedores de una base de entendimiento compartida. Los antiguos mesoamericanos se relacionaban muy estrechamente entre sí, viajando de un lugar a otro por razones políticas y comerciales, y algunos arqueólogos creen que es plausible que pararan en ciertos tramos de su recorrido para realizar oraciones a un dios de otra cultura.
Para entender cómo pensamos, es necesario conocer primero nuestros orígenes. Uno de las características fundamentales de la cosmovisión mesoamericana es la importancia que le daban al tiempo. El tiempo para los mesoamericanos lo era todo, y esto no debe extrañarnos mucho, puesto que se trataba de un grupo de sociedades fuertemente vinculadas a la agricultura. El crecimiento de las plantas está a su vez estrechamente relacionado con las estaciones del año, que los mesoamericanos investigaron profundamente para poder delimitar los periodos de cosecha y de siembra necesarios para poder obtener una mayor cantidad de productos. Incluso se sabe que seleccionaron distintas clases de mazorcas de maíz, cada una de ellas especialmente diseñada para ser sembrada en una época especifica del año. Por estas razones desarrollaron un complejo sistema calendárico y la creencia en dioses supremos relacionados con el tiempo.
            Otro componente básico del mundo de los antiguos mesoamericanos eran dos materias con propiedades distintas que conformaban todas las cosas. La primera de ellas era la materia densa, aquella que nosotros consideramos materia normal. El segundo tipo de materia es más liviana que la anterior y se referían a ella como “poco densa”. Esta materia se encontraba en todos los objetos y seres del planeta y los dotaba de sus características esenciales. Los dioses eran los únicos que estaban enteramente conformados por esta sustancia, y esta materia era susceptible de ser infinitamente dividida de acuerdo con los cortes que se le hicieran al objeto. El objeto recibía esta materia “poco densa” por parte del dios específico, de esta manera el dios dotaba al objeto de sus propiedades. Así, por ejemplo, el dios de la tierra se dividía en incontables partes de sí mismo que distribuía a través del mundo a cada rincón donde hubiera un pedazo de tierra. El dios se encontraba de esta manera en todas partes.
 Esta propiedad de los dioses para dividirse también podía ser usada por ellos en dirección inversa. Por ejemplo, cuando el dios de la lluvia de alguno de estos pueblos se encontraba con su respectivo dios del viento, sus sustancias se juntaban y daban origen a un huracán. Cuando todos los dioses se juntaban en un solo ser se creaba el dios supremo del tiempo. Así, queda de nueva cuenta recalcada la importancia que los mesoamericanos daban al tiempo. Por mi parte, me parece que esta interesante visión del mundo podría ser considerada como dialéctica, pues involucra la constante interacción entre los elementos y el cambio de las circunstancias que conforman el universo. Sin embargo, me parece bastante claro que los mayas no tuvieron presente la filosofía dialéctica a la hora de pensar en su religión, así que este concepto no debe ser utilizado literalmente para describir sus creencias. En fin, estos aspectos nos hablan de una cosmología, es decir, una manera de entender el universo.
  
El Universo Para los mesoamericanos


            Para los antiguos pobladores de Mesoamérica, el universo, básicamente, estaba dividido en tres grandes zonas superpuestas unas sobre otras. Abajo se encontraban los inframundos, en el centro el mundo de los seres vivos, y arriba los cielos. Contel lo describe así: “El cuerpo superior, fecundador y dispensador, y el cuerpo inferior, productor y depositario, quedaban separados por postes que impedían su unión”. Estos postes eran cinco enormes árboles o cinco dioses ubicados en cada uno de los cuatro puntos cardinales y en el centro,  en el cual confluían.
            Los dioses bajaban y subían de los distintos estratos del universo a través de estas columnas que jugaban el papel de puentes, y realizaban estos trayectos en distintas épocas del año.
La estructura universal percibida por los mesoamericanos se ve reflejada en muchos de los aspectos de su vida, como son la construcción de sus templos alineados a distintos puntos cardinales e incluso en la forma en que concebían a sus dioses de la lluvia. En efecto, una parte de los dioses de la lluvia mesoamericanos poseían la cualidad de la quadruplicidad y quintuplicidad, puesto que desempeñaban el importante papel de cuidar  la milpa, y por lo tanto su acción, positiva o negativa, debía de ser pluridireccional.
Dos ejemplos claros de este fenómeno son encontrados en Tlaloc y Chaac, a los que Contel describe de la siguiente manera: “bajo su aspecto cuádruple, representan los cuatro pilares que sostienen el mundo”. Uno de los tantos nombres que recibió Tlaloc fue el de Nappatecuhtli, que significa “cuatro veces señor”, era el dios de las cuatro direcciones. Además, se dice que Tlaloc es “compañero de los cuatro vientos” por lo cual se puede concluir que Tlaloc forma un quinto ser, probablemente ubicado en el centro de los cuatro puntos. Por su parte, los pauahtunes eran los dioses de los cuatro vientos y aliados de Chaac, quien es vinculado con el color verde, el color del centro. También el dios zapoteca llamado Cocijo tenía cuatro compañeros cercanos (el viento, la lluvia, las nubes y el granizo) y se han encontrado representaciones de él relacionadas con la ceremonia del Volador, dedicada a los cuatro puntos cardinales. De esta forma queda claro que existían fuertes relaciones entre la percepción que los antiguos mesoamericanos tenían de la estructura del cosmos y la forma en que concebían a sus dioses y realizaban sus rituales.
(La Ceiba era el árbol sagrado de los mayas y unía los tres estratos del universo)

Los mudos que nunca han dejado de cantar.

Las antiguas culturas mesoamericanas poseían una manera particular de ver el mundo, diferente entre ellas en muchos sentidos, pero parecida en muchos otros. A la hora de clasificarlas no hay que olvidar tomar en cuenta estas diferencias y similitudes intrínsecas. Y más importante aún, hay que recordar que las clasificaciones que realizamos los seres humanos son meras invenciones de nuestra imaginación, surgidas de nuestra necesidad por entender el mundo, y por lo tanto no tienen una existencia real. No hay que tratar nuestras clasificaciones y nuestros conceptos como los únicos y verdaderos, si no como herramientas que nos ayudarán a obtener una mejor comprensión del mundo y de nosotros mismos.
          Debemos tener presente siempre en mente algo que ya nos recordó alguna vez Buenfil Batalla. Que Mesoamérica es un concepto vivo, que aún late su corazón en este territorio que habitamos, qué se sigue transformando y evitando la muerte sin importar cuantos cazadores traten de finiquitarla. La cultura y la cosmología de las antiguas civilizaciones mesoamericanas viven aquí, a nuestro alrededor, nos impregnan con su presencia y, tal vez sin que nos hayamos dado cuenta todavía, influyen en nuestras propias ideas y decisiones. Si cierro los ojos y oigo los susurros que transporta el viento, puedo oír los cantos de los que muchos consideran mudos, pero nunca han callado; cantan una canción que tienen mucho que enseñarnos sobre nosotros mismos, y seremos sabios si los escuchamos.

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A los interesados en conocer más:
-Contel, Jose “Los Dioses de la Lluvia en Mesoamérica” en Arqueología Mexicana, número 96 volumen XVI, Marzo-Abril 2009, pp.20-25.
-Delgado de Cantú, Historia de México Volumen I: El Proceso de Gestación de un Pueblo, México, Pearson, 2006.
-López Austin, Alfredo, “La Religión, la Magia y la Cosmovisión” en Linda Manzanilla y Leonardo López Luján (Coord.), Historia Antigua de México, Volúmen IV: Aspectos fundamentales de la tradición cultural mesoamericana,México, INAH, UNAM, Miguel Angel Porrua Grupo Editorial, 2000, pp.227-272.
-Sharer, Robert, La Civilización Maya, México, FCE, 1998.