Si la Catedral de Mérida pudiera
pensar seguramente se hubiese sentido cómo un humano en la tierra de los
liliputenses durante la mayor parte de su historia. Y no es para menos, se
trata de un tremendo armatoste de piedra del siglo XVI que parece haber
desentonado con la escasa riqueza y la pobre arquitectura de la provincia
yucateca. Inclusive un obispo la llegó a describir hacia 1600
cómo una construcción desproporcional y completamente fuera de lugar; y una
leyenda popular cuenta que sus planos no estaban destinados para esta ciudad.
Cosa muy poco probable. Quizá su magnificencia se deba al interés que tuvieron los españoles por construir un monumento que compitiese en tamaño con las estructuras mayas. Es una conjetura.
Para mí, uno de los
aspectos más llamativos de la Catedral de Mérida es el aspecto desnudo de su
enrome frontis, cubierto solamente con un crucifijo de enormes dimensiones. Ni
siquiera la relativa pobreza de la provincia podría explicar convincentemente
el que las espaldas del altar no estén cubiertas por un retablo mayor. En
épocas antiguas, los retablos tenían la labor de funcionar cómo enormes
pizarrones para instruir a las masas analfabetas en los misterios de eso que
algunos llaman fe. Por lo que parece raro que la monumental construcción no
tenga alguno. Además, los rasgos modernistas del actual crucifijo evidencian
que no tiene más de cien años. Las evidencias en la escena del crimen son
incitantes, algo emocionante debió de haber sucedido aquí.
Guiados por nuestra
curiosidad histórica sería buena idea buscar a algún personaje de tiempos pasados que haya escrito algo sobre la Mérida que le tocó vivir. Alguien que haya dejado algún testimonio de su tiempo,
que pueda enseñarnos cualquier cosa sobre su época. Armados de este espíritu
aventurero, nos dirigimos a explorar los rincones más antiguos de las bibliotecas y archivos,
e interrogamos a historiadores que estén familiarizados con los años que nos
interesan, con el fin de que nos guíen a documentos y testimonios del pasado.
De este modo
descubriríamos que en el siglo XVII existió en Yucatán un sacerdote franciscano
de apellido Cogolludo, quién en un grueso libro plasmó algunas de las cosas que
le tocó vivir en Mérida cuando la ciudad apenas rozaba el centenar de años. Claro,
somos conscientes que Cogolludo escribió su testimonio desde un punto de vista
particular, y que tal vez omitió algunas cosas y mintió sobre otras. Pero nos
parece que hay razones suficientes para creer lo que tiene que decirnos sobre
la catedral de su tiempo.
Leerlo es romper
las barreras del tiempo, y gracias a él nos enteramos que la joven Catedral
yucateca tenía en el siglo XVII un retablo de principios del siglo. Se dice que
se financió con dinero del gobierno de la provincia y de los encomenderos, pero
más importante, comprobamos que no hubiera llegado a existir sin el trabajo
de varios indígenas mayas, artesanos y carpinteros, que laboraron en su
construcción. Su estructura estaba formada por cuatro cuerpos y ocho columnas y
poseía imágenes de varios santos y de la sagrada familia. Aunque mejor dejemos que
Cogolludo nos lo describa en persona. Su lenguaje raro y su extraña ortografía
nos recuerdan en todo momento que vivió en un tiempo distinto al nuestro, en el
que las “U”s y las “V”s eran intercambiables.
Por Altar Mayor tiene vn Retablo de
tres cuerpos de igual proporcion à la vista, y por remate otro de diuersa.
Contiene en si cada cuerpo ocho colunas, a cada dos formas vn nicho, que hacen
entre ellas catorze (colla entera) y haze cada vno vna figura redonda de
primorosa escultura, quedando entre vno, y otro vn tablero de pincel. La calle
de el medio tiene en el primer cuerpo el Sagrario de Arquitectura Chorintia: es
de dos cuerpos con su cupula, y remate. En el segundo esta el Titular, y Patron
San Ildefonso de medio relieue; el tercero tiene vna tabla de la assumpcion de
nuestra señora de la misma escultura; el quiarto y vltimoes vn deuoto
Crucifixo, à cuyos lados corrésponden vna Imagen de la Virgen de talla entera,
y otra de el Euangelista San Iuan. Cierra toda esta fabrica con vn arco
redondo, cuyo medio ocupa vna Imagen del Eterno Padre de medio relieue,
correspondiénte à las tablas de la calle del medio, y à los extremos las dos
virtudes de Fè, y Esperanҫa,
terminando ambos lados dos escudos de las Armas de nuestros Católicos Reyes.
Ocupa toda la testera de la naue, y por lo alto hasta el principio de la boueda.
El
retablo decoró la Catedral durante más de cien años, hasta que los cambios en
el gusto artístico de mediados del siglo XVIII convencieron al Obispo Fry
Ignacio de Padilla y Estrada de que era tiempo de destruirlo y sustituirlo por
una obra más monumental, ostentosa y acorde a los gustos de la época. Así, el
Obispo mandó desmantelar el viejo retablo y construir uno de estilo neoclásico
que cubriera en su totalidad el frontis principal de la Catedral. Para su realización
mandó traer artistas extranjeros que estuvieran versados en las más recientes
tendencias artísticas. El retablo ya no existe hoy. Si queremos conocer cómo fue,
tendremos que buscar el testimonio de algún otro personaje. Alguien que lo haya
descrito en persona. Qué tal el de Crescencio Carrillo y Ancona, un sacerdote
yucateco del siglo XIX que llegó a ser obispo y escribió muchas cosas sobre su mundo. He aquí su testimonio, fijémonos
que su forma de escribir y su ortografía más cercana a la nuestra nos dan
constancia de que sus tiempos ya no son los de Cogolludo.
Fórmanlo tres cuerpos de orden
compuesto, con diez y seis estatuas engastadas en sus nichos, que abiertos
aparecen entre los mil afiligranados adornos de columnas y capitales,
basamentos y cornisas con arabescos y molduras que realzan la gigantesca
escultura finamente dada toda de oro. Costó muchos miles de pesos, pues solo
para el dorado que se hizo después de su muerte, [Ignacio de Padilla] dejó la
cantidad de diez y nueve mil pesos.
Este enorme retablo,
cubierto de oro en su totalidad, debió haber impresionado los ojos y las mentes
de los católicos devotos y laicos curiosos durante más de 150 años. Su existencia llegó a su fin
el 24 de septiembre de 1915, cuando un grupo de obreros amotinados que defendían
las acciones reformistas del gobernador revolucionario Salvador
Alvarado entraron a la iglesia, símbolo de la clase alta y conservadora, y despedazaron
el antiguo retablo (Me siento confundido, me entristece la pérdida de la obra artística, pero otra parte de mi quiere exclamar ¡Viva la
Revolución!). No sabemos qué sucedió con las piezas del retablo. Según
cuenta el historiador Jorge Victoria Ojeda, algunos testigos del suceso
afirmaban que fueron vendidas a un carpintero para que las hiciera muebles.
Este rumor es probablemente sólo una leyenda, aunque sea gracioso considerar
que en algún lado el trasero de alguna persona descansa sobre un mueble sacro.
Orgullosos sobre
los resultados ahora obtenidos, podemos sentarnos con nuestra pipa y boina de
detectives a observar con calma el Cristo de la Unidad que actualmente decora
el frontis de la catedral y que data de 1967. En términos muy generales, es así
cómo trabajan los historiadores. Tratando de reconstruir el pasado a través de
los distintos fragmentos de aquel que han llegado hasta nosotros. Pero nuestra
búsqueda aún tiene mucho futuro por delante ¿Cuántas historias más no guardarán
los retablos? ¿Por qué se adoraba en el primero a San Ildelfonso y a la Sagrada
Familia? ¿Por qué el segundo se encomendó a artistas extranjeros y no a
locales? ¿Por qué finalmente se decidió edificar una cruz gigante en vez de un nuevo retablo? Habrá que seguir investigando, pero por mientras nos distraemos en
algo más mundano, en pensar que una catedral puede ser un lugar muy bonito para hacer
una biblioteca.
Bibliografía
citada.
Carrillo
y Ancona, Crescencio, El obispado de
Yucatán historia de su fundación y de sus obispos. Segundo tomo, 1677-1887,
Fondo Editorial de Yucatán, Mérida: 1979.
López
de Cogolludo, Diego, Historia de Yucatán,
Editorial Académica Literaria, México: 1957 [1688]
Victoria
Ojeda, Jorge "El retablo mayor de la Iglesia Catedral de Mérida" en Boletín de la Escuela de Ciencias
Antropológicas de la Universidad de Yucatán, Noviembre-Diciembre, N. 63:
1983, pp. 32-36.