Hubo tiempos en que se creía que una persona
instruida podía poseer todo el conocimiento de su época, épocas en que la
cantidad de conocimientos reunidos por las diferentes ciencias no era tan
abrumadora como ahora. Por dar un ejemplo, el mismo Charles Darwin, conocido
por su Teoría de la Evolución Natural por Selección Natural, hizo también
investigaciones sobre geología. No obstante, él vivió durante la segunda mitad
del siglo XIX, aquella fue una época de transición, cuando la especialización
de conocimientos estaba encaminándose a hacia su ubicación actual. Entonces, las ciencias
se empezaron a ramificar en múltiples nodos de investigación; la idea de que
una persona pudiera saber todo el conocimiento de su época estaba casi por
completo extinta y surgió la moderna concepción de que una persona tiene que
dedicarse exclusivamente a un grupo selecto de temas, o a uno solo, para poder
investigarlos y conocerlos.
Ciertamente, esta nueva noción resulta útil pues permite a los especialistas ahondar más
profundamente en las materias, pero también acarrea un grave problema: la realidad
no está ramificada ni separada. Cómo dicta la famosa frase “Un experto es
alguien que sabe cada vez más sobre cada vez menos, hasta que termina por
saberlo todo acerca de nada”. Por estas razones, dividir la realidad para
estudiarla no nos llevará de ningún modo a entenderla; si aspiramos a ello -y en mis sueños más utópicos yo lo hago- entonces debemos encontrar la forma de embonar las piezas individualizadas que
hallemos, para así poder echar un vistazo a la imagen general que estas forman.
Por
estas razones, toda disciplina científica debe trabajar conjuntamente con las
demás para avanzar en el entendimiento de la naturaleza y de la sociedad. Por
ejemplo, la química necesita de la física, y la biología de la química. La
sociología de la antropología y la psicología se auxilia de estas dos. La
medicina se sirve de la biología y
también es necesaria para desarrollar la psicología. Obviamente las relaciones
reales son mucho más complejas, pero considero que se entiende lo que estoy
tratando de decir. En el caso específico de la Arqueología y la Historia, estas
relaciones estrechas, por supuesto, también existen.
Por
ejemplo, la investigación arqueológica en determinada hacienda* puede ser de
gran utilidad para un historiador que investigue cómo vivían los trabajadores
de las haciendas henequeneras de los siglos pasado y antepasado. En primer
lugar, porque resulta sumamente difícil encontrar documentos que describan como
vivía la gente “común” de cualquier época y, además, los pocos que se
encuentran por lo general resultan tener descripciones vagas. Sin embargo, si
comparamos esta poca información escrita con los restos físicos que encontramos
en los lugares habitacionales de aquellas personas, entonces podemos hacernos
una mejor idea de cuantas personas vivían en cada casa, en qué lugares
realizaban las distintas actividades, que medicamentos o alimentos consumían,
etc.
El estudio arqueológico
de esta hacienda específica (Hacienda San Pedro, en Cholul) parece indicar que
existían diferencias sociales dentro de la misma clase trabajadora de la
hacienda, ésta no se trataba de un ente homogéneo. Esta conclusión sería muy
difícil respaldar si nuestro estudio solo tomara en cuenta las fuentes más comunes
de la historia (osease los papelitos con letras escritas), ya que estas últimas
generalmente son obra de las personas acomodadas de la sociedad y muy
probablemente solo mencionen a los trabajadores como un conjunto homogéneo, sin
profundizar en sus heterogeneidades. Pues, después de todo, somos muy dados a
englobar en grupos homogéneos a aquellas personas que pertenecen a colectividades
ajenas a las nuestras. En mi caso, por ejemplo, aunque no dudo que haya muchos
grupos distintos dentro de aquellas personas que practican el Islam, ignoro
completamente cuales sean estos.
En segundo lugar, la
Arqueologia también se puede servir de la historia, al auxiliarse en ella para
encontrar información que le permita interpretar de una manera más certera los
restos que encuentra. Por ejemplo, en la página cuatro del trabajo en cuestión,
los investigadores describen como se han auxiliado en los trabajos de Quezada
para conocer mejor la forma en que las haciendas de aquella época estaban
organizadas.
Considero importante
mencionar que no en todos los casos es posible hacer estudios de este tipo. Por
ejemplo, si investigamos los restos de las primeras aldeas mayas del preclásico
temprano, resultará muy complicado –si no es imposible- encontrar fuentes históricas pues, si es que
alguna vez las hubo, estas ya deben de haberse desintegrado y formar parte de
las tierras que fertilizan nuestras selvas. En un caso contrario, si intentamos
investigar la forma en que la legendaria ciudad de Troya estaba organizada, no
podremos realizar actividades arqueológicas en ella, puesto que ni siquiera
sabremos dónde estuvo, si es que alguna vez existió
.
Reconozco que este
último ejemplo tiene muchas deficiencias, pero encuentro muy difícil hallar
casos en los que se pueda recurrir a la Historia y no a la Arqueología; esto se
debe al carácter de las fuentes que ambas investigan. Según mi consideración,
las fuentes de la Arqueología son, por lo general, más confiables y duraderas
que las históricas, pero su interpretación resulta mucho más complicada que
estas últimas. Daré un ejemplo: si nos encontramos los restos de una pirámide
en la mitad de un desierto podemos estar seguros de que alguna vez alguien la
construyo, y bastante convencidos de que las personas que la construyeron
buscaban de ella algo más que ser un simple señuelo para confundir a los
investigadores, pues la construcción de una obra de ingeniería de tal magnitud
requiere la inversión de tanto dinero y mano de obra que sería poco probable
(aunque sí posible) que alguien la hubiera construido con el fin de confundir a
los arqueólogos modernos. Sin embargo, responder a las preguntas ¿Quién la
construyo? ¿Para qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? Ya no resultará una tarea sencilla.
Ahora veámoslo desde
otro punto de vista, tenemos un documento que nos describe que alguna vez hubo
una magnifica ciudad en el desierto, reconocida desde la distancia por una
impresionante pirámide que servía como centro de adoración a un dios dado y la
cual era habitada por el líder religioso más importante de cierta civilización.
El documento es muy completo y nos describe a detalle la organización de la
ciudad y las costumbres de su civilización. Sin embargo, cualquier persona que
sepa escribir puede hacer un documento de tales características, y aun cuando
pudiéramos demostrar que data de una época antigua, esto no es garantía de que
alguna vez existió tal ciudad con tal pirámide. El documento podría ser una
farsa o contar una leyenda, sin embargo, hasta las farsas y las leyendas pueden
resultar de interés para el historiador o el arqueólogo. Si alguien miente, es
porque tiene razones para hacerlo.
El caso idóneo en este "güajiro" suceso sería tener el documento y encontrar la pirámide, y aunque aún
en estas circunstancias todavía quedarían muchos interrogantes por resolver, al menos
tendríamos más recursos para intentar saciar nuestras dudas de respuestas. Además, mientras más conocimientos
de distintas disciplinas científicas -como la numismática, la astronomía, la
filología, la arqueometría, incluso la física, la economía, la geografía, y todas las demás disciplinas científicas que nos vengan a la mente- podamos utilizar en nuestro estudio, más seguros podremos estar de nuestros
resultados. Y a final de cuentas, lo que busca el método científico no es
encontrar la verdad absoluta, sino conseguir la mayor certeza posible de que lo
que pensamos se parece a ella.
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*El trabajo que comento aquí es: Héctor
Hernández Álvarez, Lilia
Fernández Souza, Cristian
Hernández González, Catalina
Bolio Zapata, Arqueología histórica en la Hacienda San Pedro, Facultad de Ciencias Antropológicas, Universidad Autónoma de Yucatán.
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