jueves, 8 de marzo de 2012

Un baile entre la historia y la arqueología


Hubo tiempos en que se creía que una persona instruida podía poseer todo el conocimiento de su época, épocas en que la cantidad de conocimientos reunidos por las diferentes ciencias no era tan abrumadora como ahora. Por dar un ejemplo, el mismo Charles Darwin, conocido por su Teoría de la Evolución Natural por Selección Natural, hizo también investigaciones sobre geología. No obstante, él vivió durante la segunda mitad del siglo XIX, aquella fue una época de transición, cuando la especialización de conocimientos estaba encaminándose a hacia su ubicación actual. Entonces, las ciencias se empezaron a ramificar en múltiples nodos de investigación; la idea de que una persona pudiera saber todo el conocimiento de su época estaba casi por completo extinta y surgió la moderna concepción de que una persona tiene que dedicarse exclusivamente a un grupo selecto de temas, o a uno solo, para poder investigarlos y conocerlos.

            Ciertamente, esta nueva noción resulta útil pues permite a los especialistas ahondar más profundamente en las materias, pero también acarrea un grave problema: la realidad no está ramificada ni separada. Cómo dicta la famosa frase “Un experto es alguien que sabe cada vez más sobre cada vez menos, hasta que termina por saberlo todo acerca de nada”. Por estas razones, dividir la realidad para estudiarla no nos llevará de ningún modo a entenderla; si aspiramos a ello -y en mis sueños más utópicos yo lo hago- entonces debemos encontrar la forma de embonar las piezas individualizadas que hallemos, para así poder echar un vistazo a la imagen general que estas forman.

            Por estas razones, toda disciplina científica debe trabajar conjuntamente con las demás para avanzar en el entendimiento de la naturaleza y de la sociedad. Por ejemplo, la química necesita de la física, y la biología de la química. La sociología de la antropología y la psicología se auxilia de estas dos. La medicina  se sirve de la biología y también es necesaria para desarrollar la psicología. Obviamente las relaciones reales son mucho más complejas, pero considero que se entiende lo que estoy tratando de decir. En el caso específico de la Arqueología y la Historia, estas relaciones estrechas, por supuesto, también existen.

            Por ejemplo, la investigación arqueológica en determinada hacienda* puede ser de gran utilidad para un historiador que investigue cómo vivían los trabajadores de las haciendas henequeneras de los siglos pasado y antepasado. En primer lugar, porque resulta sumamente difícil encontrar documentos que describan como vivía la gente “común” de cualquier época y, además, los pocos que se encuentran por lo general resultan tener descripciones vagas. Sin embargo, si comparamos esta poca información escrita con los restos físicos que encontramos en los lugares habitacionales de aquellas personas, entonces podemos hacernos una mejor idea de cuantas personas vivían en cada casa, en qué lugares realizaban las distintas actividades, que medicamentos o alimentos consumían, etc.

El estudio arqueológico de esta hacienda específica (Hacienda San Pedro, en Cholul) parece indicar que existían diferencias sociales dentro de la misma clase trabajadora de la hacienda, ésta no se trataba de un ente homogéneo. Esta conclusión sería muy difícil respaldar si nuestro estudio solo tomara en cuenta las fuentes más comunes de la historia (osease los papelitos con letras escritas), ya que estas últimas generalmente son obra de las personas acomodadas de la sociedad y muy probablemente solo mencionen a los trabajadores como un conjunto homogéneo, sin profundizar en sus heterogeneidades. Pues, después de todo, somos muy dados a englobar en grupos homogéneos a aquellas personas que pertenecen a colectividades ajenas a las nuestras. En mi caso, por ejemplo, aunque no dudo que haya muchos grupos distintos dentro de aquellas personas que practican el Islam, ignoro completamente cuales sean estos.

En segundo lugar, la Arqueologia también se puede servir de la historia, al auxiliarse en ella para encontrar información que le permita interpretar de una manera más certera los restos que encuentra. Por ejemplo, en la página cuatro del trabajo en cuestión, los investigadores describen como se han auxiliado en los trabajos de Quezada para conocer mejor la forma en que las haciendas de aquella época estaban organizadas.

Considero importante mencionar que no en todos los casos es posible hacer estudios de este tipo. Por ejemplo, si investigamos los restos de las primeras aldeas mayas del preclásico temprano, resultará muy complicado –si no es imposible-  encontrar fuentes históricas pues, si es que alguna vez las hubo, estas ya deben de haberse desintegrado y formar parte de las tierras que fertilizan nuestras selvas. En un caso contrario, si intentamos investigar la forma en que la legendaria ciudad de Troya estaba organizada, no podremos realizar actividades arqueológicas en ella, puesto que ni siquiera sabremos dónde estuvo, si es que alguna vez existió
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Reconozco que este último ejemplo tiene muchas deficiencias, pero encuentro muy difícil hallar casos en los que se pueda recurrir a la Historia y no a la Arqueología; esto se debe al carácter de las fuentes que ambas investigan. Según mi consideración, las fuentes de la Arqueología son, por lo general, más confiables y duraderas que las históricas, pero su interpretación resulta mucho más complicada que estas últimas. Daré un ejemplo: si nos encontramos los restos de una pirámide en la mitad de un desierto podemos estar seguros de que alguna vez alguien la construyo, y bastante convencidos de que las personas que la construyeron buscaban de ella algo más que ser un simple señuelo para confundir a los investigadores, pues la construcción de una obra de ingeniería de tal magnitud requiere la inversión de tanto dinero y mano de obra que sería poco probable (aunque sí posible) que alguien la hubiera construido con el fin de confundir a los arqueólogos modernos. Sin embargo, responder a las preguntas ¿Quién la construyo? ¿Para qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? Ya no resultará una tarea sencilla.

Ahora veámoslo desde otro punto de vista, tenemos un documento que nos describe que alguna vez hubo una magnifica ciudad en el desierto, reconocida desde la distancia por una impresionante pirámide que servía como centro de adoración a un dios dado y la cual era habitada por el líder religioso más importante de cierta civilización. El documento es muy completo y nos describe a detalle la organización de la ciudad y las costumbres de su civilización. Sin embargo, cualquier persona que sepa escribir puede hacer un documento de tales características, y aun cuando pudiéramos demostrar que data de una época antigua, esto no es garantía de que alguna vez existió tal ciudad con tal pirámide. El documento podría ser una farsa o contar una leyenda, sin embargo, hasta las farsas y las leyendas pueden resultar de interés para el historiador o el arqueólogo. Si alguien miente, es porque tiene razones para hacerlo.

El caso idóneo en este "güajiro" suceso sería tener el documento y encontrar la pirámide, y aunque aún en estas circunstancias todavía quedarían muchos interrogantes por resolver, al menos tendríamos más recursos para intentar saciar nuestras dudas de respuestas. Además, mientras más conocimientos de distintas disciplinas científicas -como la numismática, la astronomía, la filología, la arqueometría, incluso la física, la economía, la geografía, y todas las demás disciplinas científicas que nos vengan a la mente- podamos utilizar en nuestro estudio, más seguros podremos estar de nuestros resultados. Y a final de cuentas, lo que busca el método científico no es encontrar la verdad absoluta, sino conseguir la mayor certeza posible de que lo que pensamos se parece a ella.

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*El trabajo que comento aquí es: Héctor Hernández Álvarez, Lilia Fernández Souza, Cristian Hernández González, Catalina Bolio Zapata, Arqueología histórica en la Hacienda San Pedro, Facultad de Ciencias Antropológicas, Universidad Autónoma de Yucatán.                              









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