La historia de Yucatán es
inseparable de la del mar que la rodea. Hasta la invención de los primeros
trenes hace doscientos años, no existía manera más veloz para desplazarse que
la vía acuática. En tiempos prehispánicos, los mayas entendían este principio
del transporte. Por eso, habían organizado un sistema de comercio costero,
erigiendo asentamientos a un día en balsa unos de otros, que les permitió
integrar el territorio Peninsular en una inmensa red comercial. Los españoles,
que vinieron después y conquistaron esta tierra, ahora veían a Yucatán como un componente más en un vasto
sistema de comercio mundial, y entendieron que quien controlara el comercio
marítimo de la península, controlaría su contacto con el resto del mundo. Por
eso fundaron el puerto de Campeche y lo establecieron como el único puerto de
Yucatán. El tiempo siguió avanzando. Los españoles se expulsaron a la fuerza,
imperios y repúblicas surgieron en Yucatán. Estallaron guerras sangrientas
y en las haciendas empezó el cultivo
masivo del henequén. Y así llegaron los años de 1870. Pero el mar, el mar
seguía ahí.
La economía henequenera, que
floreció con mayor fuerza en el Norte de la Península, dependía de la venta de
su fibra a EEUU. Campeche quedaba demasiado lejos. Por eso se hacía necesaria
la construcción de un puerto en el área que agilizara el tránsito del henequén
desde las haciendas del norte hasta los barcos que las llevarían al extranjero.
Cómo la simple construcción de un puerto en el área no bastaba por sí misma
para maximizar la velocidad del transporte de henequén, el proyecto iría
acompañado de la construcción de vías férreas que unirían las haciendas con el
puerto. Así surgió el proyecto del primer ferrocarril de Yucatán.
Corría la década de 1860.
Entonces, cómo hoy, nadie dudaba que el tren debiera de salir de Mérida, pero
no existía consenso sobre cual debería de ser su destino final. Se planteaban
tres alternativas: la primera propuesta era Celestún. La cual era defendida por
un grupo de Imperialistas afines al gobierno de Maximiliano. La segunda, Sisal.
Un joven puerto que llevaba 50 años abierto al comercio marítimo. Finalmente,
Progreso, la playa más cercana a la ciudad de Mérida. No obstante, Progreso era
una playa deshabitada, por lo que la construcción de un puerto en aquella
localidad requeriría una fuerte inversión económica para la creación de un nuevo
pueblo. El gobierno imperial acabó escogiendo a Celestún, pero la derrota de
Maximiliano por las fuerzas de Benito Juárez y la posterior restauración de la
república terminaron echando atrás este proyecto y reduciendo las alternativas
a dos: había que elegir entre Sisal o
Progreso.
Finalmente, el nuevo gobierno
se decidiría por progreso, y así, el 16 de septiembre de 1870 se colocó la
primera piedra de la que sería la aduana portuaria de progreso. Al año
siguiente se expidió el decreto para la construcción de la vía férrea
Mérida-Progreso. Pero en ese entonces, al igual que hoy, habría que esperar
varios años para que el proyecto se consumara. Cinco años después, se colocaría
la primera vía, en una magna ceremonia a la cual asistieron el gobernador
Eligio Ancona y el Obispo Leonardo Rodríguez de la Gala, quien bendijera
aquella vía. Y aun pasarían otros seis años para la vía fuera formalmente inaugurada.
Así, el 16 de Septiembre de
1881, la locomotora La Guadalupe realizó
el primer viaje de Mérida a Progreso en sólo dos horas y media. Y de esta
manera, la capital del estado se acercaba más al mar, a ese mar tan jazmín que
rodea a Yucatán, y al acercarse a él, estaba un paso más cerca del resto del
mundo.
En tiempos como los que vivimos
hoy, es apasionante recordar que la historia de Progreso y la del ferrocarril
en Yucatán son expresiones de una misma historia. De esa historia del mar que
con su cariñoso y cálido oleaje turquesa y jazmín envuelve Yucatán. Por eso no
resulta coincidencia que hoy se hable de construir un tren rápido de Mérida a
la costa de Punta Venados, o una vía alterna que agilice el comercio en el Puerto
de Progreso. Porque aun con las tecnologías de hoy; aun con las carreteras, los
tráileres y los aviones; el mar sigue estando allí. Llamándonos. Sí, puede que
Yucatán sea una península, pero una de un tipo peculiar, en cuyo fondo late el
corazón de una isla.
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