Navegando como de costumbre por las ajetreadas aguas de la prensa cibernética encontré un librillo publicado por La Jornada con motivo de la apertura de la Embajada de Estados Unidos en Cuba. Ojeando su contenido encontré un artículo de Pablo González Casanova un nombre que reconocí por que alguna vez leí uno de sus libros. Atraído por su nombre, no pude evitar que mi ceja diera un salto quilométrico al leer el título de su artículo: Cuba es humanidad. Sabía que Casanova es un intelectual de izquierda, pero admito que no estaba al corriente de que el autor fuese un admirador de la izquierda comunista.
La
curiosidad me atrapó en la lectura y mi desilusión con respecto al autor se fue
incrementando más y más conforme mi mente pasaba de un párrafo al siguiente. Es
sorprendente lo lejos que el señor González ha dejado su actividad crítica cuando
se trata de hablar del gobierno cubano. Reconozco que la isla en cuestión tiene uno de los
mejores sistemas de seguridad social y de alfabetización de América Latina.
Pero de allí en fuera, casi todas las demás afirmaciones que el autor hace sobre
la isla caen en el error, en la mentira o en la hipérbole. Sus errores van
desde cosas tan pequeñas como afirmar que Cuba es el único país comunista que sobrevive en el
mundo -¿Yo me pregunto de aquí a cuando Corea del Norte cambió su organización
política y económica que no me di cuenta?- Hasta cosas que me parecen más graves
como el afirmar que Cuba le enseñó al mundo como se construye una “verdadera
democracia”.
Una crítica completa requeriría más espacio del que hay en este blog. Limitémonos entonces a contestar la pregunta ¿A qué fenómeno se referirá el autor cuando usa la palabra democracia en dicho artículo?
Ciertamente dudo que su idea sobre la democracia incluya los fenómenos de libertad de expresión, de prensa, de asociación política, de la libertad de emigración y de voto libre pues todos ellos brillan por su ausencia en la isla (incluso desde antes de que Fidel fuese su presidente). En la mente de Pablo González la democracia parece ser asociada a un gobierno todo inteligente y bondadoso, que sabe lo que “la gente” debe querer y lo que “el pueblo” necesita y por lo tanto no tiene necesidad de consultarlo. Además, al estar todas sus decisiones basadas en el conocimiento de las necesidades verdaderas de la gente, sus ideas no pueden ser criticadas y mucho menos en público, pues las personas comunes son presa fácil de engaños y podrían fácilmente ser confundidas por malignos conspiradores capitalistas que buscan sembrar semillas de duda y desestabilizar el bondadoso sistema comunista. Según lo que puedo inferir de su artículo, este es el fenómeno que Gonzáles tiene en mente al hablar de democracia verdadera y el buen gobierno. Un sistema político en donde no hay lugar para la duda.
Ciertamente dudo que su idea sobre la democracia incluya los fenómenos de libertad de expresión, de prensa, de asociación política, de la libertad de emigración y de voto libre pues todos ellos brillan por su ausencia en la isla (incluso desde antes de que Fidel fuese su presidente). En la mente de Pablo González la democracia parece ser asociada a un gobierno todo inteligente y bondadoso, que sabe lo que “la gente” debe querer y lo que “el pueblo” necesita y por lo tanto no tiene necesidad de consultarlo. Además, al estar todas sus decisiones basadas en el conocimiento de las necesidades verdaderas de la gente, sus ideas no pueden ser criticadas y mucho menos en público, pues las personas comunes son presa fácil de engaños y podrían fácilmente ser confundidas por malignos conspiradores capitalistas que buscan sembrar semillas de duda y desestabilizar el bondadoso sistema comunista. Según lo que puedo inferir de su artículo, este es el fenómeno que Gonzáles tiene en mente al hablar de democracia verdadera y el buen gobierno. Un sistema político en donde no hay lugar para la duda.
La
creencia utópica de que los gobiernos pueden ser presididos por personas infinitamente
sabias es una idea simplista y a mi parecer muy perniciosa. La idea es
simplista porque ningún gobierno humano podrá ser presidido nunca por un dios,
un ángel o cualquier otro ser infinitamente sabio simplemente porque esos seres
no existen. Nos guste o no, los gobiernos humanos son organizados y presididos
por humanos, y no existen los humanos infinitamente sabios. Todas las personas
comentemos errores, todas podemos estar equivocadas y de hecho nos equivocamos
a menudo. Por eso es sabio escuchar a nuestros críticos.
Es perniciosa porque resulta ser una buena escusa para clausurar las libertades asociadas con la expresión y la asociación política. Ciertamente ni la libertad de
expresión ni la libertad política son la panacea que resolverá todos los
problemas del mundo. Es muy cierto que muchas veces las
voces críticas del gobierno no buscarán abrir un debate racional, sino que
serán movidas por intereses económicos o políticos con miras a causar confusión
en la población y desprestigiar a las instituciones y las personas que las
presiden. Esto pasa y con mucha frecuencia en las sociedades liberales. Pero definitivamente
también hay personas interesadas en la discusión sana y es poco cuestionable el
hecho de que la discusión propiciada por las libertades de expresión y
políticas ayuda a acelerar la velocidad con que una política que resultó
estar equivocada puede ser detectada y cambiada.
Otra característica de los
gobiernos utópicos que resulta ser imposible es la idea de que el gobierno
puede ser bondadoso. En primer lugar, porque aun en el caso hipotético de que
existiese en el gobierno un grupo de personas interesadas en promover el bienestar de toda la sociedad es
extremadamente poco probable que estas pudieran lograr sus nobles objetivos. Esto
se debe precisamente a que no existen las personas infinitamente sabias, por lo
que aun a pesar de que haya personas de buena voluntad, es difícil que tengan del
todo claro qué es el dichoso bienestar
de toda la sociedad y cómo hacer para
alcanzarlo.
En segundo lugar, es imposible
que existan los gobiernos completamente bondadosos y justos porque todas las
personas tenemos intereses de distinta índole. Algunas personas podrán dar más
valor a su interés en enriquecerse y hacer dinero, otras tendrán interés en ayudar
a sus parientes y amigos, otros tal vez buscarán cambiar las condiciones de su pueblo natal, preferirán ayudar a cierto grupo de personas con las
que tienen mayor afinidad intelectual o simplemente defenderán cierto grupo de
valores que no comparten con toda la población. Los países en los que se
suprime la crítica bajo pretexto de que el gobierno vela solamente por el
interés general suelen usar la idea del estado bondadoso como una perfecta
escusa para silenciar las voces de intereses contrarios a los intereses personales de la gente en el gobierno.
Esta observación de que los
gobernantes siempre tendrán intereses personales de algún tipo no es mía, ni
siquiera es nueva. Fue señalada hace algunos siglos por pensadores ilustrados
quienes sugirieron que las leyes de un país deberían de tener entre sus
objetivos primordiales garantizar la protección de los miembros de una sociedad
frente a los arrebatos de abuso del poder que inevitablemente tentarían a sus
gobernantes. Ellos concibieron la idea de que el poder no debía de ser adorado sino temido y por lo tanto buscaron idear formas de someter
la fuerza al derecho.
Fue así como Montesquieu concibió que no sería mala idea
dividir al gobierno en tres órdenes diferentes, cada uno encargado de tareas
distintas (ejecutar, juzgar o legislar) y con intereses distintos para que entre
ellos se mantuvieran a raya. Así también nació la idea del Estado Garante, con poco ímpetu adoctrinador y con un poder limitado que
gobernaría sobre una sociedad de individuos críticos y libres de expresarse, discutir, estar en desacuerdo y equivocarse. Un gobierno que admite no estar completamente seguro de nada, congruentemente debría de permitir espacio para la crítica y el debate.
Ciertamente, la maquinaria de un estado garante nunca puede ser perfecta, pues no existen los humanos perfectamente sabios. Pero a diferencia de los estados utópicos, los estados garantes aceptan el hecho de que dentro de las sociedades humanas inevitablemente siempre habrá conflictos de interés y distintas perspectivas acerca de la moralidad. Karl Popper solía decir que una sociedad sin conflictos no sería una sociedad humana sino una sociedad de hormigas. Al incorporar la diferencia y el conflicto como un elemento esencial de las sociedades humanas e intentar idear vías para la negociación pacífica de las diferencias, los estados garantes han demostrado ser hasta el momento los mejores protectores de la libertad humana. Un estado garante es algo que en Cuba no existe ni intenta existir, hecho que parece importarle muy poco a Pablo González Casanova. Supongo que dentro de su concepto de democracia no se incluye el de libertad.
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El artículo de Pablo González Casanova que se discute en esta entrada puede consultarse en http://issuu.com/lajornadaonline/docs/eucuba25082015?e=2065645/14982716 pp. 18 y 19.
Ciertamente, la maquinaria de un estado garante nunca puede ser perfecta, pues no existen los humanos perfectamente sabios. Pero a diferencia de los estados utópicos, los estados garantes aceptan el hecho de que dentro de las sociedades humanas inevitablemente siempre habrá conflictos de interés y distintas perspectivas acerca de la moralidad. Karl Popper solía decir que una sociedad sin conflictos no sería una sociedad humana sino una sociedad de hormigas. Al incorporar la diferencia y el conflicto como un elemento esencial de las sociedades humanas e intentar idear vías para la negociación pacífica de las diferencias, los estados garantes han demostrado ser hasta el momento los mejores protectores de la libertad humana. Un estado garante es algo que en Cuba no existe ni intenta existir, hecho que parece importarle muy poco a Pablo González Casanova. Supongo que dentro de su concepto de democracia no se incluye el de libertad.
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El artículo de Pablo González Casanova que se discute en esta entrada puede consultarse en http://issuu.com/lajornadaonline/docs/eucuba25082015?e=2065645/14982716 pp. 18 y 19.
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