sábado, 22 de agosto de 2015

¿Una derrota de la humanidad?


Cuando la población de la República de Irlanda, tradicionalmente Católica, votó en mayo pasado por el “Sí” a la legalización del matrimonio civil entre personas homosexuales, no faltó la atónita y desconcertada voz del Secretario de Estado del Vaticano que exclamaba “No solo se puede hablar de una derrota de los principios cristianos, sino de una derrota de la humanidad”.

      Estas palabras rebosantes de ignorancia me parecieron de lo más convenientes para ilustrar un punto que la gente me pregunta con frecuencia ¿Por qué me preocupo yo, una persona que no cree en ningún dios ni en otros seres sobrenaturales, por lo que dicen los jerarcas de la Iglesia Católica?

      En primer lugar, quiero dejar en claro que no me interesa lo que los jefes católicos y los católicos en general hagan o decidan hacer al interior de su Iglesia. Sí a los católicos les gusta estar afiliados a uno de los bastiones más antiguos del absolutismo en occidente, o si quieren pertenecer a una institución que rechaza que las personas homosexuales reciban aquello que se llama sacramento matrimonial, la verdad me da igual. Gracias al orden liberal más o menos bien logrado de la mayoría de los países occidentales, cada quien tiene el derecho y la libertad de pertenecer al club que prefiera. Yo hace mucho que decidí devolver mi membresía al Club de los Católicos.

      Lo que me desagrada de la actitud de dicha iglesia es su constante intolerancia hacia formas de pensar ajenas a su ortodoxia. No hace falta mencionar todo lo que dicen los padres católicos sobre los ateos, a quienes nos culpan de todo lo malo que tiene la humanidad. Su intolerancia con frecuencia silencia las voces de quienes perteneciendo a su institución deciden criticarla. Silenciar las críticas es una manera de actuar propia de los regímenes autoritarios y totalitarios.

      A mi juicio, la oposición de la Iglesia Católica y de varios de sus feligreses al matrimonio civil homosexual es una continuación de la larga lucha que dicha institución ha emprendido contra todos aquellos que desde el siglo XVI han luchado por la secularización de la sociedad. Actitud que ha llevado consigo a todos los rincones de occidente.

      Basta recordar que los orígenes de la Iglesia Católica como institución se remontan a los tiempos del emperador Constantino, quien en el 313 declaró la tolerancia al cristianismo, construyó las bases de la nueva iglesia y –en un giro de volante de 180- inició la persecución contra los paganos y cristianos no ortodoxos. Setenta años después el emperador Teodosio declararía la oficialidad de la Religión Católica y pondría fin a la ya muy limitada libertad religiosa. Entre otras cosas, los últimos Juegos Olímpicos de la antigüedad se jugaron durante su gobierno.

      Se ha discutido mucho sobre las razones que llevaron a la adopción del  cristianismo como religión oficial del Imperio y a la fundación de su Iglesia. Pero es probable que razones de tinte pragmática hayan buscado hacer de la nueva iglesia una bisagra para mantener la cohesión del imperio y el control sobre sus ciudadanos en tiempos en que la autoridad central se encontraba debilitada y desprestigiada. En sus orígenes la Iglesia Católica fue concebida en buena medida como un instrumento de control al servicio del poder estatal.  

      Hoy sabemos que el plan no fue del todo exitoso y por múltiples razones que no vale la pena discutir ahora el Imperio Romano decayó, se dividió definitivamente tras la muerte de Teodosio y la mitad occidental se hundió en una grave crisis política que la llevó a la desaparición (la mitad oriental corrió con mejor suerte y sobrevivió unos mil años más).

      Tras la caída del Imperio Romano de Occidente su Iglesia quedó envestida con el prestigio de ser la sucesora del vasto Imperio del pasado y tras la muerte de las demás instituciones centralizadas romanas la iglesia adquirió un poder bastante importante frente a los pequeños reinos y principados de Europa Occidental. Poder que solamente hacia el final de la Edad Media pudieron empezar a recuperar, mediante negociaciones y guerras, los nacientes estados europeos. No es casualidad que la reforma religiosa encabezada por Lutero haya tenido lugar en el siglo XVI, cuando las modernas monarquías europeas empezaban a consolidar su poder sobre las noblezas levantiscas medievales. A partir de entonces los gobiernos europeos empezaron a distanciar sus políticas de las decisiones papales y el Papa mismo empezó a ser visto por los reyes como un rey más del nuevo mapa Europeo. Cosa que por supuesto nunca agradó a los papas, quienes se han opuesto desde entonces y de múltiples maneras a este proceso de secularización.

      Aquellos estados que fueron los primeros en rebatir el poder de la Iglesia no serían el modelo de estado laico, liberal y garante que defendemos los humanistas. Como demuestran casos como el de la U.R.S.S, hay más maneras de llegar al absolutismo que no incluyen pasar por el camino de la religión oficial. Pero las religiones oficiales nunca han jugado a favor de los valores humanistas ligados a la búsqueda colectiva de la libertad individual. 

      Por supuesto, el que hasta el día de hoy el estado laico y los valores humanistas hayan ganado la mayoría de las batallas frente a la oposición conservadora de la iglesia -y otras instituciones con afinidades medievales- no debe procurarnos de un falso sentido de seguridad a los que estamos a favor del estado laico y el matrimonio civil libre (entre personas del sexo que sean y en las cantidades que gusten). Aunque la tendencia hasta el día de hoy en occidente ha sido hacia la laicización de la sociedad, lo cierto es que no existen tales cosas como las Leyes Históricas. Nada nos garantiza que esta tendencia se conservará en el futuro si bajamos la guardia. Lograr que se mantenga o no depende en una medida importante de las personas que hacemos el presente.

      Finalmente, sólo el tiempo dirá lo que fue bueno o malo para la humanidad. Pero la aprobación del matrimonio homosexual y la adopción monoparental en Irlanda ciertamente es un triunfo para los valores humanistas, laicos y republicanos; y un descalabro para aquellos que se adhieren a los valores autoritarios, totalitaristas y absolutistas que tanto deleitan a los jerarcas católicos.  

      Seré explícito, me opongo a la actitud de la Iglesia Católica que busca hacer que todos los no católicos acatemos los mandatos de un señor vestido de sotana blanca que se cree soberano indiscutible de las consciencias de todas las personas. Los que no queremos a su iglesia ni a las cosas que representa somos libres de rechazarla y criticarla.

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